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El lenguaje no nos ha hecho ningún favor a las mujeres a lo largo de la historia. Había –y hay– palabras que se han usado ... para mal.Algunas de ellas referentes a trastornos –histérica, frígida– que, casualmente, no parecían afectar a los hombres. Y uno de estos vocablos es ninfómana. ¿Cuántas veces hemos oído usar este término para designar despectivamente a una mujer promiscua o de sexualidad activa? ¿Existen de verdad las ninfómanas (o son algo así como los unicornios)? ¿Hay 'ninfómanos'? Este 8 de marzo tres expertas responden a estas preguntas y nos hacen preguntarnos qué hay de verdad y qué no en torno a lo que siempre hemos conocido como ninfomanía.
La versión masculina de 'ninfómana' sí existe, es 'sátiro', «pero no la conoce casi nadie», indica la sexóloga Lucía Jiménez, de la marca de bienestar Diversual. Según explica, los sátiros eran personajes que formaban parte del folclore clásico y que se dedicaban a beber vino, a disfrutar de las mujeres y, en definitiva, a pasárselo bomba. Es decir, a cosas buenas. Por eso, tal y como apunta, llamar sátiro a un hombre y ninfómana a una mujer no es lo mismo. Para ellos resulta casi un halago. Pero en ellas «se aplica cuando mantienen relaciones sexuales esporádicas, sin compromiso, cuando tienen y expresan un alto deseo sexual, experimentan sexualmente con varias personas o llevan a cabo prácticas no normativas... Es decir, cuando muestran comportamientos típicamente asociados a lo masculino», detalla Jiménez. Esto, en el imaginario popular y en el mundo de las palabras. ¿Y en la realidad? ¿Qué dice la ciencia sobre ninfómanas y 'ninfómanos'? Ahí va la explicación...
Si queremos referirnos a una persona –hombre o mujer– que tiene actitudes compulsivas y adictivas respecto al sexo, «el modo adecuado de nombrarla y que sí constituye una verdadera etiqueta diagnóstica es hipersexualidad, no ninfomanía», sentencia Jiménez. Entonces, ¿es una enfermedad? No está catalogada como tal. Actualmente, se habla de trastornos de conducta sexual compulsiva, según la Clasificación Internacional de Enfermedades de la Organización Mundial de la Salud (OMS), tal y como informa Mihaela Bucur, psicóloga y experta en dependencia emocional y relaciones, que señala cuatro rasgos característicos de las personas con este trastorno: el sexo se escapa de su control y les crea dependencia, su calidad de vida queda mermada por esa ansiedad sexual, tienen conflictos en las relaciones personales (claro, no pueden evitar hacer lo que hacen) y también acaban sufriendo problemas laborales o académicos por la falta de control de sus impulsos. Es decir, para los afectados supone un gran malestar, ya que rara vez encuentran la satisfacción emocional o sexual que buscaban. ¿A que ya no suena tan divertido?
Se estima que el 6% de la población presenta adicción al sexo, aunque es mucho más frecuente en hombres. Mihaela Bucur, que ha tenido varios casos diagnosticados con trastornos de conducta sexual compulsiva en su consulta, afirma que «todos los pacientes presentaban cuadros clínicos de ansiedad, depresión y antecedentes de abuso emocional o sexual en la infancia y adolescencia».
Según señala, varios estudios científicos demuestran que las mujeres manifiestan este trastorno de diferente forma que los hombres. Tal y como detalla, las mujeres con hipersexualidad tienen tendencia a buscar validación y conexión emocional y sobrellevan este problema con culpa y vergüenza. Los hombres, sin embargo, «buscan excitación, gratificación inmediata, novedad y estimulación constante». Y hay más diferencias entre unos y otros. Mónica Chang, experta de la firma de bienestar sexual Iroha, añade que «las mujeres no piden ayuda debido al estigma que conlleva».
Quizá alguien muy activo sexualmente se esté preguntando ahora mismo si tiene una pizquita de hipersexualidad. ¿De cuántas relaciones estaríamos hablando para que nos diagnostiquen este problema? Cecilia Bizzoto, socióloga y portavoz de la plataforma de sexualidad liberal JoyClub, explica que «no hay una cantidad determinada de deseo sexual a partir del cual podamos decir que alguien tiene adicción al sexo. Si lo pensamos bien, ese 'mucho' o 'poco' lo deciden normas sociales que son absolutamente arbitrarias». Vamos, que la cantidad de actos sexuales no nos daría el diagnóstico.
«La adicción al sexo surge como cualquier adicción: para regular emociones estresantes o desagradables la persona busca actividades placenteras que permiten la evasión de la realidad», aclara Bizzotto. La actividad sexual se convierte en una estrategia para la canalización emocional que se une a un ambiente social donde el tabú y la falta de educación sexual son la norma, por lo que la persona experimenta mucha culpa, afirma Bizzotto.
No exactamente. A veces los afectados no están todo el día de coito en coito. La adicción, dice Bizzotto, puede manifestarse en otros comportamientos sexuales (masturbación, pornografía, cibersexo, sexo telefónico, clubes de striptease…) que los afectados no pueden decidir ni controlar. Por eso suelen tener problemas para concentrarse en tareas del día a día.
Ninfómana, una palabra que se ha arrojado a la cara de las muejres com insulto. Y ahí va otra: fígida. Se ve que por exceso o por defecto, todo ha servido para intentar ofender. Porque decir de una mujer que es frígida... «Es verdad que esta palabra ha tenido históricamente una connotación bastante despectiva y ha sido usada muchas veces para referirse a mujeres con bajo deseo sexual, incluso sin que haya realmente un problema clínico detrás. En el ámbito sexológico, lo que se emplea es trastorno del deseo sexual hipoactivo, que puede darse tanto en hombres como en mujeres», explica Alba Povedano, sexóloga clínica y encargada de amantis Gràcia. Curiosamente, destaca la experta, no ha existido una palabra equivalente para los hombres con bajo deseo sexual, probablemente porque el deseo masculino se ha dado por hecho «y cuando no está presente, se ha explicado desde otros ángulos (problemas hormonales, estrés, cansancio, etc.)». «Afortunadamente, cada vez se habla más de estas cuestiones de una manera más abierta y sin etiquetas que generen culpa o presión», indica.
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