![Así actúa nuestro cuerpo cuando hace mucho calor](https://s1.ppllstatics.com/rc/www/multimedia/2023/07/11/calor-kjLB-U200737263627UOC-1200x840@RC.jpeg)
![Así actúa nuestro cuerpo cuando hace mucho calor](https://s1.ppllstatics.com/rc/www/multimedia/2023/07/11/calor-kjLB-U200737263627UOC-1200x840@RC.jpeg)
Secciones
Servicios
Destacamos
Solange Vázquez
Martes, 11 de julio 2023, 17:27
Los seres humanos somos homeotermos –no, no se trata de una nueva opción sexual–. Significa que, a diferencia de otras especies, mantenemos una temperatura constante de unos 37 grados, si bien es cierto que algunas personas vienen de serie con unas decimillas más y, sobre ... todo, con unas decimillas menos. Esto –y cabe esperar que otras cosas también– nos diferencia de algunos animales, como los peces o los reptiles, que adoptan la temperatura del medio en el que están. ¿Y cómo es que las personas logramos mantener nuestra temperatura más o menos estable? El hipotálamo, desde el cerebro, controla nuestro 'termostato' para que todo vaya bien y si percibe alguna alteración –que la temperatura es menor de la debida o mayor– da la orden a nuestro organismo para que combata el desajuste. Pues bien, ahora mismo, en medio de la primera ola de calor de este verano, media España tiene el hipotálamo trabajando a todo gas para que no nos sobrecalentemos en exceso.
«En condiciones normales, tenemos el cuerpo de 35 a 37 grados, pero para que se sienta fresco debe existir una diferencia entre esta temperatura y la ambiental», indica Natalia Vuelta, médica de Urgencias del Hospital Vithas de Vitoria.
Ahora mismo, esa diferencia térmica 'sana' es difícil de conseguir en muchos puntos del país. La ola de calor que afectará durante toda esta semana a la Península ha generalizado temperaturas de 40 grados en muchas comunidades y está dejando máximas de hasta 43. ¿Cómo se defiende nuestro cuerpo? «Empieza por retener líquido para llevarlo hacia la piel, de modo que se refresque mediante el sudor», arranca a explica la doctora. También aumenta el ritmo cardiaco y de la respiración para refrigerarse. Y, normalmente, con esto basta para autorregularnos.
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS) la temperatura ambiental para que el organismo funcione de forma óptima es de 18 a 24 grados, ya que es a estos niveles cuando el cuerpo se mantiene en unos 36 o 37 grados sin esforzarse. Por encima de estos calores, la cosa se complica. Aunque la diferencia térmica entre nuestro cuerpo y el exterior sea mínima (en torno a los 35 grados de temperatura ambiental y con humedad alta, según la comunidad científica) ya se desencadenan un montón de racciones fisiológicas. «Palpitaciones, los riñones se 'reajustan' y orinamos menos... Todo para llevar agua hacia la piel para que nos enfríe el sudor al evaporarse», eumera. Todo esto, claro está, difiere mucho de una persona a otra: de si sudan mucho o no, de sus niveles de hidratación y también de la humedad ambiental (a más humedad, más deshidratación).
También aparece la sed, pero es un cuchillo de doble filo: «Si bebemos mucha agua, el sodio que tenemos en el organismo se diluye y nos baja. Tambien se reduce la concentración de potasio, algo que sobre todo es perjudicial para las personas con problemas cardiacos», añade Vueltas, quien también alerta de que, junto a todas estas alteraciones, el cuerpo presenta otra peculiaridad cuando no puede mantener su temperatura óptima: la sangre se 'espesa', es decir tiene menos agua, y esto altera la concentración de algunas medicaciones –sobre todo antirrítmicos, fármacos para dolencias mentales, para la hipertensión y la insulina (que no se lleva bien con el calor)– y aumenta el riesgo de que trombos o placas de grasa nos den un disgusto. «Hay estudios que dicen que por cada grado de temperatura extra en nuestro cuerpo crece un 1,6% la posibilidad de sufrir un infarto», desliza la médica.
Es decir, las temperaturas extremas causan estrés en el organismo. Si nuestro cuerpo llega a los 39 grados sentimos ya un enorme cansancio porque el cerebro da la orden a los músculos de que ahorren energía. Pero si hemos llegado a los 40 grados, que se llama 'agotamiento de calor', «nos sentiremos mareados y con náuseas», describe la doctora.
Entonces debemos tomar medidas rápidamente, porque ese estado –ya puede haber espasmos y cansancio acusado–, es la antesala del golpe de calor (rondando los 41 grados), cuando el cuerpo «ya se ha rendido tras intentar refrescarse». Llegados a este punto ya ni sudamos porque se suspende el flujo de sangre hacia la piel y hay riesgo de que fallen los órganos y de morir.
¿Qué temperaturas podemos soportar los humanos? Podemos sobrevivir en zonas donde haya 50 grados si estamos sanos e hidratados, a partir de 55 ya sería difícil y a 60 no aguantaríamos ni diez minutos. De todos modos, nunca se han alcanzado estos niveles: la máxima registrada es 57 grados en el Valle de la Muerte (California) en 1913.
Y la costumbre es algo clave. En zonas muy cálidas del planeta la gente se ha adaptado y tolera mejor el calor. Se cree que la clave en estas personas que soportan mucho calor sin enfermar es la adaptación al medio, que le ha 'enseñado' a sudar bien –según un estudio sobre ergonomía térmica de la Universidad de Sidney–, de modo que consiguen mantener la piel húmeda y deshidratarse mucho menos que los demás.
Generalmente, debido a nuestros ritmos circadianos (el reloj del cuerpo), unas dos horas antes de dormir nuestra temperatura empieza a bajar. Si esto no puede ocurrir porque la temperatura ambiental es alta y no lo permite, la llegada del sueño se complica. Además, empezamos a movernos más por la inquietud, lo que lo dificulta aún más y, en caso de que llegue la cabezadita, es muy superficial y poco reparadora. La comunidad científica estima que la temperatura ideal para dormir oscila entre los 18 y los 21 grados. Si el termómetro se sitúa por encima de estos valores, el cuerpo se revela y, al no poder enfriarse ni siquiera de noche las funciones corporales se resienten.
El calor vuelve un poco loco al hipotálamo, esa mesa de control de nuestra temperatura corporal. Las altas temperaturas hacen que las proteínas pierdan su estructura, algo que afecta notablemente a las neuronas. Así, nuestras funciones motoras se pueden ver comprometidas (el quilibrio, la coordinación) y también las cognitivas (la atención y el tiempo de reacción, por ejemplo). Además, la deshidratación causa somnolencia y fatiga.Por ello, según datos de la Asociación Nacional de Autoescuelas (ANAES), si un conductor va en un coche a una temperatura de 35 grados o más, se expone a cometer un 30% más de errores en la carretera, lo que incrementa un 20% el riesgo de sufrir un accidente.
Llegar a una temperatura corporal de 40 grados debido a un golpe de calor es infinitamemnte más peligroso que tener fiebre y alcanzar esa temperatura. Cuando llegamos a esos niveles debido al calor ambiental es porque nuestro organismo se ha visto superado por la batalla y no ha logrado refrigerarse (es decir, ya no funcionamos como debemos).Además, el subidón suele ser repentino, de hecho es una de las causas por las que muchas veces no podemos autorregularnos. La fiebre, por el contrario, indica que nuestro cuerpo está haciendo lo correcto, luchando contra una enfermedad, y se presenta de forma más paulatina, por lo que resulta menos peligrosa.Además, casi siempre se controla fácilmente con antitérmicos.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.