Kennedy, Soros, Bauman... London School of Economics, la escuela de los poderosos
Por la London School of Economics han pasado 45 jefes de Estado, 18 premios Nobel, 7 premios Pulitzer, pesos pesados de Goldman Sachs y Merrill Lynch y una docena de los multimillonarios de la lista Forbes. ¿Cuál es el secreto de esta pequeña universidad de la que salen tantos hombres brillantes y poderosos?
Es la menos 'british' de todas las universidades británicas. Y en los listados de las mejores del mundo no está entre las primeras. Sin embargo, cada año compiten ferozmente por entrar en ella 15 candidatos por cada plaza.
Su reputación académica está basada en lo que los entrenadores de baloncesto llaman 'intangibles', cualidades que no se pueden medir estadísticamente, pero que hacen ganar partidos. Por eso hay codazos para entrar. Y también por eso a los licenciados y doctores de cada nueva promoción se los rifan gobiernos y multinacionales. De hecho, es la cuarta universidad del mundo donde más pescan los cazatalentos. ¿Cuáles son esos intangibles?
Primer mandamiento. Mezcla de idealismo y pragmatismo
El primer intangible es una curiosa mezcla de idealismo y pragmatismo, un cóctel muy juvenil. La London School of Economics (LSE) fue fundada por miembros de la Sociedad Fabiana en 1895, durante un desayuno en el que se discutió qué hacer con las 20.000 libras de una herencia. Los fabianos eran socialistas no utópicos, que pretendían que sus ideales fueran calando en las democracias no mediante revoluciones traumáticas, sino con reformas paulatinas. En aquella primera hornada había escritores como George Bernard Shaw y H. G. Wells y feministas como Emmeline Pankhurst. Pusieron los mimbres para la creación del Partido Laborista. No en vano la LSE siempre ha tenido una impronta de progresismo en comparación con los conservadores colegios de élite del Reino Unido, como Eton.
El 70 por ciento de los alumnos de la London School of Economics son extranjeros. El 49 por ciento son mujeres. La biblioteca, abierta 24 horas todos los días del año, es el eje de la universidad
En sus aulas se coció la Tercera Vía del ex primer ministro Tony Blair como reacción al neoliberalismo de Margaret Thatcher. Y David Vegara fue secretario de Estado de Economía con Zapatero. Idealistas, sí. Pero muy bien remunerados. El alumno medio de la LSE percibe un salario anual de 70.000 euros al quinto año de su graduación. Y eso que la inmensa mayoría de los estudiantes aseguran que un buen sueldo no es su principal motivación, sino seguir su vocación personal.
Y solo el diez por ciento aspira a trabajar en un banco de inversiones. Prefieren el sector público o una ONG. Una vez atemperado el noble propósito de intentar cambiar el mundo, muchos acaban en Merryll Lynch y Goldman Sachs. Y once alumnos pueden presumir de haber amasado un capital superior a los mil millones de dólares. No obstante, la rebeldía se nota incluso entre los multimillonarios, como el inclasificable George Soros, especulador y filántropo.
Dos. Autonomía del alumno
El segundo intangible es la autonomía de la que goza el alumno. Hubo un profesor, Erik Ringmar, que se hizo famoso por dar la bienvenida a los estudiantes con un discurso en el que les advertía, irónico, de que los catedráticos tenían la mente puesta en sus investigaciones y no en la enseñanza. Si querían aprender algo, deberían hacerlo por su cuenta. Exageraba, sí. Pero no tanto... Por esta universidad han pasado 18 premios Nobel y 7 premios Pulitzer, pero lo que te transmite un Nobel no es tanto su sabiduría, sino su entusiasmo. En cierto modo, el verdadero conocimiento no se imparte, se contagia.
«Yo tengo un recuerdo excelente de allí, todo eran facilidades. La biblioteca, por ejemplo, abre las 24 horas todos los días del año», rememora José María Casado, doctor por la LSE y economista sénior del Banco de España. «El método de enseñanza es el mismo que el de las mejores universidades estadounidenses. Te enseñan a pensar y a desarrollar ideas más que a memorizar contenidos. Te dan los instrumentos analíticos y los fundamentos y luego tienes que desarrollarlos haciendo muchos ejercicios. Quizá el nivel de competencia entre los alumnos es menor que en las americanas, pero esto permite un mayor compañerismo. Yo comencé mi doctorado en España.
Aquí sufrías como estudiante las guerras internas de los departamentos. Allí los alumnos no nos enterábamos de las rivalidades, si las había. Cuando acabé la tesis, el proceso administrativo, que en España te hace perder mucho tiempo, allí lo ejecutan en un par de semanas. Se forma un tribunal objetivo de profesionales del tema sobre el que has investigado y pueden rechazar la tesis u obligarte a presentarla de nuevo con cambios. En España, casi todas las tesis reciben el sobresaliente cum laude con una discutible generosidad».
Otro exalumno, Óscar Feito, experto en marketing on-line, también tuvo un periplo inolvidable por esta universidad, donde recibió clases del historiador Paul Preston y del premio Nobel de Economía Christopher Pissarides. «Me chocó la ingente cantidad de materia que había que cubrir en un trimestre. Y con el tiempo comprendí su filosofía educativa. Los exámenes contenían decenas de preguntas, pero los alumnos solo teníamos que contestar a un puñado de ellas. Si durante el curso te centrabas en estudiar aquello que más te interesaba, las probabilidades de que aprendieras algo útil eran más elevadas.
«El papel de esta universidad es despertar la curiosidad del estudiante, que decida él mismo el camino. Es una escuela para la vida», dice un ex alumno
¿Qué consiguen con esto? Que te pases el día descubriendo qué es lo que te gusta, en lugar de memorizar las preguntas que van a salir en el examen, que se suelen olvidar al día siguiente». Feito recuerda que en un día típico solo tenía dos o tres horas de clase. «El papel de la universidad es despertar la curiosidad del alumno, que vaya a la biblioteca y que decida el camino que más le llame la atención. Es una escuela para la vida, donde el diploma final es solo un subproducto accidental de toda la jugada». Que le pregunten al cantante Mick Jagger, que estudió Contabilidad en la LSE. No terminó la carrera, pero desde luego encontró su camino...
Tres. Espíritu crítico
El tercer intangible es el espíritu crítico. Un alumno de la LSE no se casa con nadie. Ni siquiera con la LSE. Solo hay que echarle un vistazo a The Beaver ('El Castor'), el incisivo periódico universitario. En una portada destapaban los donativos millonarios que la universidad recibió en los últimos años por parte de organismos, bancos (como el Deutsche Bank) y empresas extranjeras: entre otros, dos millones de euros de Kuwait y más de un millón de China para el controvertido Instituto Confucio, un organismo cultural integrado en la LSE y otras universidades occidentales que le sirve al Gobierno chino para controlar a sus estudiantes expatriados en 460 universidades.
El espíritu crítico es total. Tanto que los propios alumnos destaparon los dudosos donativos que la universidad recibe de China y Kuwait
Y no es una información que el Rectorado haya servido en bandeja. Los periodistas tuvieron que recurrir a la Ley de Libertad de Información para obtenerla y critican la opacidad de la LSE en materia informativa. No es la primera vez que las donaciones están en el punto de mira. El anterior rector, Sir Howard Davies, dimitió en 2011 después de que se conociera que el dictador libio Muamar el Gadafi había recompensado a la universidad con dos millones de euros por 'doctorar' a uno de sus hijos.
Cuatro. Dimensión global
El cuarto intangible es su dimensión global. El campus es una melting pot en el sentido más norteamericano, por su mestizaje y por su filosofía. Solo que no hay que irse a Boston o Berkeley. Está en el centro de Londres, a un paseo de la City: unos 9000 estudiantes de más de 145 países que han superado los durísimos requisitos de acceso «y que dan sus primeros pasos hacia la grandeza en los foros de debate, en los cafés, en los bares, incluso a veces en los seminarios de las facultades», según The Sunday Times, que subraya la capacidad de influencia en los gobiernos que tiene en la LSE, en especial en África y Asia, donde buena parte de la élite tiene pedigrí londinense. Aquí se han formado la friolera de 45 jefes de Estado, como John F. Kennedy, la reina Margarita II de Dinamarca, el indio Narayanan, el italiano Romano Prodi... Esto permite a los alumnos crearse una agenda de contactos o networking envidiable.
Cinco. Efervescencia
Y el quinto es la efervescencia. Hay cientos de fraternidades universitarias. Y eventos que llenarían la agenda del Pequeño Nicolás. Un día Angelina Jolie inaugura el primer centro Europeo que lucha frente a la violencia contra la mujer en zonas de guerra. Y otro día la pianista Anna Gogova da un recital. La fiesta de bienvenida a los novatos es legendaria, aunque este curso se le fue de las manos al equipo de rugbi, que distribuyó unos folletos con contenido misógino. La respuesta fue fulminante. Este año no hay equipo. Una 'tragedia' equivalente a que Oxford o Cambridge se queden sin remeros para su regata. La rivalidad tradicional con el King's College pone la salsa. Y la vida nocturna, catalogada como la mejor de las universidades británicas, el picante.
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