
Revolución en la investigación forense
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Revolución en la investigación forense
Viernes, 14 de Marzo 2025, 09:59h
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La muerte tiene un olor muy característico. Y el investigador Clément Martin lo conoce bien. Cuando están frescos, los cadáveres emiten notas olfativas que recuerdan «a la carne o a una carnicería», dice. Ese olor le resulta muy desagradable. Prefiere la pestilencia que segrega un cadáver en avanzado estado de descomposición. «Es parecido a huevos podridos, solo que mil veces más intenso», explica este científico belga de 32 años, capaz de adivinar a qué cadáver se enfrenta solo por el hedor. «¿Persona? ¿Rata? Percibo la diferencia», asegura.
Martin es doctor en Bioingeniería y trabaja como investigador en la Universidad de Lieja, en Bélgica. Su misión es ayudar a la Policía –más exactamente a sus perros– a encontrar cadáveres. Hace años que trabaja con adiestradores caninos de la Policía Federal belga. Especialmente de las razas springer spaniel inglés y malinois. Para ellos, Martin se ha convertido en una suerte de perfumista de la muerte.
De hecho, para su doctorado, este científico investigó qué moléculas volátiles escapan de los cadáveres en las distintas etapas de descomposición. Y concluyó que es un cóctel de unas 800 sustancias. Martin, en su laboratorio, recreó de forma sintética la esencia de esta podredumbre y la embotelló reduciéndola a un puñado de ingredientes. Esa esencia se ha vuelto fundamental para la Policía belga, que entrena con ella a sus perros; unas gotas son suficientes. Antes, los entrenadores usaban olor de cerdo podrido, pero la fragancia lograda por Martin es mucho más eficaz.
Ahora, este investigador ha recibido una nueva tarea: enfrascar el olor de los huesos para ayudar a los perros a rastrear un cadáver cuando este está por completo descompuesto. Para ello, Martin trabaja con un esqueleto que lleva años pudriéndose. Es una tarea ardua porque los huesos, al no tener tejido adherido, no emiten un olor que podamos percibir. Además, al ser porosos, absorben sustancias del entorno y pueden oler a tierra húmeda o musgo. De hecho, aunque los perros fueron entrenados con 'el perfume de la muerte' obtenido por Martin, los animales reaccionaron de manera confusa frente a los esqueletos que les mostró la Policía.
Estos experimentos son importantes. Podrían resolver casos abiertos desde hace años o dar con el paradero de personas desaparecidas: en España hay 23.006, según el último Informe anual de personas desaparecidas, del Ministerio del Interior. Sus huesos pueden estar enterrados en bosques, en las orillas de los ríos, en sótanos o jardines. Un caso terrible que a Martin le gustaría resolver es el de la pequeña Estelle Mouzin. Tenía 9 años cuando desapareció en 2003: salió del colegio, pero nunca llegó a casa. Toda Francia la buscó sin éxito. En 2020, la Policía encontró un rastro de ADN de la niña en un colchón de la casa Michel Fourniret, el 'monstruo de las Ardenas', un criminal que violó y asesinó al menos a once niñas y mujeres en Francia y Bélgica. A Estelle también.
Fourniret, de hecho, confesó el asesinato de la pequeña antes de morir en prisión a los 79 años, en 2021. Pero no dio información sobre el paradero del cuerpo, que sigue sin aparecer. Si los perros pudieran localizar sus restos, sería un descanso para su familia. Pero no es fácil. Para que los animales los localicen, necesitan un aroma que contenga exactamente la mezcla adecuada de moléculas que tiene el olor de los huesos humanos. Ese es el objetivo de Clément Martin.
Su laboratorio está en Gembloux, al oeste de Lieja. Allí dirige a un pequeño grupo de investigación especializado en olores: trabajan en el aroma de las patatas, de la remolacha azucarera o de las mariquitas; estudian el perfil olfativo de las ovejas... o del dinero.
En el laboratorio, unos enormes recipientes de vidrio contienen un fémur, costillas, un hueso pélvico... son restos del esqueleto de un desconocido que la Policía encontró en una maleta hace veinte años. Martin recoge el aire que se acumula sobre ellos a diferentes temperaturas. Cada medición dura semanas. Utiliza un cromatógrafo de gases para analizar los compuestos químicos de los huesos, capaz incluso de detectar sustancias que pesan solo una milmillonésima parte de un gramo.
Martin ha identificado hasta ahora cinco tipos de moléculas que los perros podrían localizar. Pero para seguir avanzando en su investigación necesita más huesos humanos. Hay innumerables de ellos en los cementerios y cientos en los departamentos de patología de las universidades de Medicina. Pero no es fácil hacerse con ellos, lo impide una compleja maraña de normas de protección de datos, derechos personales post mortem y formularios de consentimiento.
Asegura que para avanzar en su estudio necesita los restos de al menos veinte personas que lleven muertas entre cuatro y ocho años. Si recibiera estas muestras, dice, está «absolutamente seguro» de que encontraría las moléculas que busca en dos o tres años. La pregunta es si este olor revelador de los huesos existe en la naturaleza en concentraciones que los perros puedan detectar. Ante esa duda, Martin confía en los superpoderes olfativos de los perros. Aunque todos sabemos que encuentran con facilidad cosas con olores fuertes como drogas, comida o bombas. Los perros son capaces de mucho más.
Por ejemplo, localizan con éxito discos duros, memorias USB, tarjetas SIM, componentes electrónicos que no tienen mucho olor propio. Es más, canes adecuadamente entrenados detectan incluso enfermedades. Con una alta tasa de aciertos detectan el olor de algunos tipos de cáncer, imperceptibles para los humanos, pero también de la enfermedad de Parkinson, de la epilepsia y de la diabetes, de infecciones por el patógeno de la malaria o del coronavirus.
Martín también se pregunta cómo logran hacer todo esto: «No sabemos exactamente cómo lo hacen», dice. Nuestra nariz es primitiva en comparación con la de estos animales. Nosotros tenemos alrededor de 10 millones de células sensoriales especializadas en la parte alta de la nariz. Los perros tienen hasta 250 millones. Son imbatibles en tareas de búsqueda. Por eso, Martín está convencido de que la clave para dar con cadáveres perdidos o escondidos está en el olfato canino. Él sigue buscando ese 'perfume de hueso' que los guíe. Podría abrir nuevas esperanzas para la ciencia forense y la justicia en el futuro.