Viernes, 07 de Marzo 2025, 06:54h
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Hay miles de lugares en Roma que han sobrevivido al paso del tiempo, pero pocos como este, tan llenos de historia y de vida, como para convertirse en el lugar favorito de Italo Calvino.
Me refiero a la antigua librería Cesaretti (del Colegio Romano), cuya historia se remonta a 1888 y, después de cinco generaciones, continúa hoy gracias a Saverio y Amedeo, padre e hijo que mantienen vivo este lugar intemporal.
Una ciudad, y su carácter más profundo, no es la suma de sus lugares, sino de los lugares y las personas que viven toda su vida en esos lugares
Al entrar en ella sientes que esta librería contiene la historia y el corazón de una Roma que ni siquiera Calvino logró comprender del todo.
Roma, de hecho, entre las ciudades 'invisibles' de Calvino, es aquella con la que él mantiene una relación más inquieta y problemática; escribe sobre ella siempre con una mezcla de amor y amargura, como de una amante que no acaba de entregarse del todo.
Sorprende lo pequeño que es este lugar: cuarenta metros cuadrados donde se apilan en columnas y se amontonan en estanterías y pilas miles de libros, tanto antiguos como usados, donde es posible encontrar desde raras y carísimas primeras ediciones del Quijote hasta preciosos libros de grabados que se venden por sumas razonables. Aquí se codean Alberto Moravia con Descartes, y Elena Morante con Montesquieu y Dante. Poetas y ensayistas. Todas las épocas y los estilos mezclados. No se echan de menos los órdenes alfabéticos o las consabidas clasificaciones por géneros.
Por aquí pasaron Trilussa (gran amigo del abuelo de Saverio), Pertini, Aldo Moro, Napolitano, Giovanni Falcone...
Calvino era un cliente habitual de este pequeño rincón de Roma.
Fue Natalia Ginzburg quien le presentó a Saverio; ella era una gran amiga de su madre.
La suya era una relación honesta, habían llegado a un acuerdo que incluía un trueque, Saverio lo llamaba «el profesor».
Hicieron un trato: Saverio iba a su casa (Calvino vivía cerca, en Campo Marzio, n.° 5, mientras que Natalia Ginzburg vivía en el 3), cogía algunos libros que las editoriales le enviaban para escribir reseñas y, a cambio, iba a la librería y escogía algunos libros.
Una relación de otro tiempo, como de otro tiempo son los cientos de historias y anécdotas que cuentan Saverio y Amedeo mientras hojean un antiguo libro del siglo XVI y cuentan cuál es la diferencia de sonido que hace el papel viejo respecto al papel moderno.
Al salir de la librería con mi botín de libros y grabados bajo el brazo, me cruzo otra vez con las colas delante de las heladerías recomendadas por instagrammers y los grupos que se apiñan esperando turno en trattorias de dudosa calidad.
Me pregunto cuánto tiempo aguantarán los negocios como la librería Cesaretti y qué ocurrirá cuando todos los lugares como este desaparezcan.
En última instancia, una ciudad, y su carácter más profundo, no es la suma de sus lugares, sino de los lugares y las personas que viven toda su vida en esos lugares. De hecho, sin gente, los lugares se reducen a escenarios teatrales vacíos.
Espectaculares, pero sin alma.
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