
120 años de la muerte del genial visionario
Secciones
Servicios
Destacamos
120 años de la muerte del genial visionario
Viernes, 14 de Febrero 2025
Tiempo de lectura: 9 min
Desde su casa, de niño, Julio Verne veía el Loira con sus muchas lenguas y brazos unidos por puentes. Los barcos se abarloaban al muelle en dos y tres filas. «Apenas había barcos de vapor, pero sí cantidad de veleros», anotó Julio Verne años después en Recuerdos de infancia y juventud. Menciona los clíperes, las goletas, las pesadas embarcaciones de la Marina mercante. «¡Qué ganas tenía de subir a cubierta!», escribe emocionado.
Ese paisaje de su infancia, el puerto de Nantes, alimenta sus sueños de aventura, de conocer mundo. A los 12 años da el primer paso y se sube a una barca alquilada junto con su hermano Paul (que luego sería marino). Repiten varias veces. Al principio son trayectos por el río, luego Verne progresa hasta llegar a ser dueño de un gran velero. Y hace largos viajes, a Escocia, Italia, Noruega…
Ese anhelo infantil de surcar los mares –una fascinación que lo acompañó toda la vida– lo cumplió. También ser escritor... y de mucho éxito. E incluso inventó un tipo de ficción sembrada de aventura, exploración, ciencia y anticipación. «Es el creador de un género único que mezcla ciencia, pedagogía y entretenimiento como nadie más ha logrado hacerlo», dice Ariel Pérez Rodríguez, autor de Jules Verne. Un viaje extraordinario (Planeta) y presidente de la Sociedad Hispánica Jules Verne.
Pero uno de sus mayores sueños se le quedó en el tintero: los críticos le negaron el elogio del estilo. Apollinaire, despectivo, dijo de él: «¡Qué estilo! ¡Nada más que sustantivos!». «El gran pesar de mi vida es que nunca he tenido lugar alguno en la literatura francesa», escribió pesaroso Verne.
¿Por qué le negaron a Verne el prestigio que sí concedieron a otros? «Victor Hugo, Émile Zola, Balzac y otros escritores de la época incursionaban en géneros valorados como más 'elevados', como la poesía, el teatro o la novela social. Mientras que Verne se adentraba en un género percibido como más comercial que literario», responde Ariel Pérez Rodríguez.
No lo admitieron en la Academia Francesa, y esa fue una dolorosa herida para el escritor, que no pudieron aliviar la fama o el aplauso de los lectores, favores que sigue recibiendo porque Cinco semanas en globo, La vuelta al mundo en ochenta días o Veinte mil leguas de viaje submarino se leen todavía. Verne es el segundo autor más traducido: solo le gana Agatha Christie y ambos vencen a Shakespeare, tercero en el Índice de Traducciones de la Unesco.
A Verne le quedó la espina del reconocimiento estilístico, pero ganó mucho dinero: se calcula que el equivalente a unos diez millones de euros actuales. Y sus obras se han popularizado con infinitas versiones televisivas y cinematográficas, pero eso ha perjudicado su prestigio literario. Lo cree su biógrafo Ariel Pérez: «Las adaptaciones cinematográficas han simplificado su legado, reforzando la idea de que es un autor de aventuras más que un literato profundo», opina.
Sus obras se clasifican como infantiles o juveniles. Para Pío Baroja lo fueron: Cinco semanas en globo y La isla misteriosa amenizaron sus años de infancia en Pamplona. «Mi hermano Ricardo y yo soñábamos con islas desiertas, con hacer pilas eléctricas […]. Ricardo dibujaba planos y croquis de las casas que construiríamos en los países lejanos y salvajes», confesó en Juventud y egolatría. Verne lo llevó a islas misteriosas y quiso quedarse Baroja en esos mundos imaginarios: «Mucho tiempo me resistí a creer que tendría que vivir como todo el mundo», reconoció.
Le debemos mucho a Verne, opina el crítico José Carlos Mainer, nada menos que «un equipaje de fantasía y de conocimiento». Sus libros disparan la imaginación e impulsan las ganas de descubrir lo ignoto. Viajes extraordinarios es el título que agrupa a sus 62 novelas. Se le ocurrió a Pierre-Jules Hetzel, su editor, un hombre crucial en su vida. Fue Hetzel el que frenó la publicación de la novela París siglo XX: le pareció pesimista y contraproducente. Esta obra, escrita en 1863, se rescató en 1994. Dibuja un panorama apocalíptico con asombrosos aciertos: la electricidad es omnipresente, ilumina la ciudad y sus perennes anuncios publicitarios, y hace funcionar la máquina que ejecuta a los condenados a muerte. La atmósfera es opresiva, injusta, vacía… las máquinas (tan admiradas y queridas por Verne) ya no son salvadoras, sino herramientas de conquista y manipulación del hombre.
Lo han llamado 'visionario' en lo tecnológico, pero también tuvo sus premoniciones políticas. Se ha visto, por ejemplo, en Los 500 millones de la begún, de 1880, un presagio de las salvajadas de Hitler, de las consecuencias de la cruel expansión colonial y el abuso de los monopolios.
No deja de sorprender la capacidad adivinatoria de este hijo de abogado que estaba destinado a los bufetes y juzgados, pero que se empeñó en comprender la ciencia y la tecnología y en ser escritor. Aprender fue una rutina fija en su vida. Se levantaba de madrugada, escribía por la mañana y por la tarde iba a la Biblioteca Nacional –los años que vivió en París– y a la biblioteca de la Sociedad Industrial –cuando residió en Amiens–, y leía quince publicaciones completas, de cabo a rabo y con papel y lápiz. Dejó 20.000 fichas y en el museo que le ha dedicado Amiens (donde fue concejal durante 16 años) se custodian listas con esbozos de 350 personajes agrupados según su entorno social. Se empapaba sobre geología, química, botánica, balística, matemáticas, paleontología, geografía... Todos los días. Anotaba los nuevos avances y hallazgos para utilizarlos luego en sus libros. En La isla misteriosa, de 1875, por ejemplo, para volar una cueva los personajes producen nitroglicerina, descubierta por Ascanio Sobrero en 1847.
Después de la biblioteca, Verne se pasaba por el Círculo de Prensa Científica para conversar con exploradores, viajeros, periodistas y científicos. El siglo XIX bullía de hallazgos, florecían también el positivismo y el socialismo utópico, se daba «un ambiente ideal para la febril creatividad de Verne», apunta Ariel Pérez Rodríguez.
A él le importaba mucho la verosimilitud: «Intento que hasta la más descabellada de mis novelas sea tan realista y cercana a la vida real como me sea posible», dijo. «Casi veinte de sus novelas pueden considerarse de divulgación científica», explica su biógrafo. Verne cuida los detalles, la vegetación, el clima, la orografía y también incluyó cincuenta mapas en sus libros. Era detallista y curioso. Su interés se esparcía por muchos campos. También escribió textos autobiográficos, teatro, operetas (sabía música y tocaba el piano) y canciones muy propias de sus novelas como Canción del gaviero, La canción groenlandesa o la marcha militar ¡Adelante los zuavos! Además, cultivó la crítica de arte (fue implacable con Gustave Courbet) y compuso versos, incluso eróticos como Lamentaciones de un pelo de culo de mujer, que se publicó en 1881.
Y le importaba mucho el estilo. En una carta a su editor confiesa: «Busco convertirme en un estilista, lo digo seriamente, es la idea de toda mi vida». Ahí fracasó porque no ha trascendido como tal. Otra decepción fue su vida familiar. Se casó con Honorine Hébe du Fraysse de Viane, una viuda que ya tenía dos hijas, y vivieron un tiovivo de encuentros y desencuentros: ella lo ayudaba pasando los textos a máquina, pero se sentía sola, necesitaba vida social, por ella se mudaron a Amiens. Él no fue un marido devoto: se zambulló en sus ciencias y sus libros y se entretuvo con varias amantes. Pero juntos soportaron los mil disgustos que les dio Michel, su único hijo.
Como padre, sus biógrafos lo critican: fue muy duro al enviar al muchacho con 15 años a una estricta colonia penitenciaria para que lo enderezaran. El hijo era conflictivo: cometió pequeños delitos, se llenó de deudas, se fugó con una actriz… Fue un constante dolor para Verne, aunque en los últimos años hubo acercamiento entre ellos. Luego, cuando Verne murió (en 1905, hace ahora 120 años), Michel se ocupó de su legado también con polémica porque terminó de escribir obras póstumas de su padre sin advertirlo.
No fueron fáciles los últimos años del escritor: su sobrino Gastón, con serios problemas mentales, le disparó en una pierna y lo dejó cojo, y una catarata había cegado su ojo derecho. Pero siguió trabajando: «Siempre tengo en mi cabeza al menos diez novelas por adelantado, temas y argumentos preparados […]. Pero es en las correcciones donde invierto la mayor parte del tiempo. Nunca estoy satisfecho antes de la séptima u octava revisión y las corrijo una y otra vez […]. Siempre he intentado hacer todo lo posible para respetar la forma y el estilo, aun cuando nunca se me ha hecho justicia en ese sentido», escribió dolido al periodista inglés Robert H. Sherard en 1893.
No ha logrado el elogio literario tan pretendido, pero sigue vendiendo. Planeta publica ahora su primera novela, Un cura en 1835, escrita cuando tenía 18 años. Y en Vigo, en 2028 (cuando se cumplen 200 años de su nacimiento), se va a celebrar un ambicioso congreso internacional en su honor. Porque en la costa de Vigo estuvo el capitán Nemo al mando del Nautilus y allí se hizo con los tesoros de pecios españoles (en el capítulo 8 de Veinte mil leguas de viaje submarino) y a Vigo arribó también, en dos ocasiones (en 1878 y 1884), el propio Verne a bordo de su velero Saint Michel III. Entonces ya era un autor superventas, un género literario en sí mismo. Cierto es que la loa estilística lo ha esquivado, pero tuvo razón en empeñarse en ser escritor pese a que su padre lo presionaba para ejercer la abogacía. «Hay que tener fe en el futuro», le contestaba él. El futuro (que él adivinó) todavía lo quiere.