![Tamarit | El arquitecto que movió el centro de Valencia](https://s3.ppllstatics.com/lasprovincias/www/multimedia/202204/15/media/cortadas/TAMARITR%201-Rx9NTLhMFRJzWAa41llmW3L-1248x770@Las%20Provincias.jpg)
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El arquitecto Rafael Tamarit (Valencia, acude a la cita vestido con camisa de cuadros. No sería él, o al menos como se le conoce, de haber llegado con otro atuendo. Es su estilo. Siempre lo ha sido: «Si me ponía camisa lisa, me parecía que ... tenía que ir con corbata». Seña de identidad. Pero eso sólo es la anécdota, la palabra que rompe el hielo del encuentro con un maestro de la arquitectura cuyo trabajo –de marcada personalidad–, en la segunda mitad del siglo XX inauguró desde aquel presente de entonces, el futuro que hoy es realidad y se hace visible en calles, plazas, viviendas, fábricas o espacios comerciales, ya sea en la ciudad, en enclaves de la Comunitat como Cullera, Benidorm, Náquera, Monte Picayo, y en diversos destinos del mundo.
Rafael Tamarit hace balance, opina sobre el panorama actual de una Valencia que «tiene un encanto perfecto», aunque la plaza del Ayuntamiento es «una vergüenza y la de la Reina, más de lo mismo». Y uno de los iconos de la capital, la Ciudad de las Artes, obra de Santiago Calatrava –alumno al que puso «sobresaliente»– no le convence. Tal es así que asegura que «no he ido. Sólo de paso. No he querido entrar». Este periódico le recuerda que hay muchos visitantes que acuden a ver esos edificios. La respuesta es rápida; «El turista va a ver lo que le entra por los ojos, lo que le dicen».
Habla de todo ello en el año del cuarenta aniversario de la inauguración de uno de los símbolos de Valencia, de una obra que nació en su estudió. Concibió todo el interior comercial de ese gran espacio que bajo el nombre de Nuevo Centro estrenó un modelo de tiendas que llevó la tradicional actividad del centro del Cap i Casal a Campanar y que cuando Valencia es la Capital Mundial del Diseño nadie se ha puesto en contacto con él por ese motivo: «Creo que tendrían que haberme llamado».
El simbólico enclave hizo de la capital una ciudad más grande, dibujó los primeros trazos de la Valencia moderna, la que viviría como no lo había hecho hasta entonces y se iba a mover por dónde nunca había transitado todavía. Por Nuevo Centro –proyectado en 1981, inaugurado en 1982 y en 1989 remodelado–, y por el primer edificio que levantó para la familia Lladró, Tamarit siente especial afecto.Por el primero, confiesa, «porque aparte de que lo puedo vivir –está tal cual lo hice–, para Valencia supuso una novedad que atrajo a muchos a instalarse allí. Aquel rincón entonces se encontraba abandonado. Allí sólo estaba el Hospital La Fe».
Y por la construcción de tres plantas con fachada decorada con mosaico Nolla azul para la familia Lladró, ¿por qué? «Es un edificio que está en el Docomomo, un premio universial que en Valencia se ha dado a siete, todos anteriores a mí. Lo hice cuando tenía 25 años, recién terminada la carrera. Contaba con una vivienda para un Lladró, taller y planta para exposición». Luego llegó la primera tienda para aquellos maestros de la porcelana en la calle Poeta Querol, donde Tamarit vertió su creatividad «con un escaparate colgado, algo que todavía nadie entendía». Y tanto gustó a los Lladró que siguieron contando con él en Madrid, Londres, Nueva York, Los Ángeles o Tokio.
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Grandes proyectos, inolvidables diseños de tiendas como Grand Style, DonCarlos o Mayordomo –entre otras–, padre de viviendas con personalidad única, maestro de arquitectos como catedrático en la Universitat Politècnica de València. Todo describe a Tamarit, que en su conversación se desvela admirador de la capital del Turia, de la que asegura que «tiene un encanto perfecto como ciudad. Es muy agradable para vivir, por la dimension, el número de habitantes y por la cantidad de servicios que tiene».
Pero hay asuntos de máxima actualidad que no convencen a este maestro de la arquitectura: «La plaza del Ayuntamiento es una vergüenza. Tuvo una plataforma elevada, que ya podían pasar coches y autobuses, que permitía que la plaza siempre quedaba a media altura. Y eso se tendría que haber prohibido derribarlo. Ahora, la gente no sabe ni por dónde andar, no hay árboles. Menos mal que hay fallas. Y en la plaza de la Reina, más de lo mismo. La del Mercado, ya veremos como acaba».
De sus palabras se desprende que no le convence demasiado el urbanismo de unas calles donde sostiene que hay edificios de categoría» que se concibieron en una época completamente distinta a la de ahora, en un momento en el que bien podría decirse que se construían obras de autor. «Las hicieron arquitectos que, como entonces no tenían 37 obras como ahora han tenido algunos, vivían para el proyecto».
De esos, de los que han vivido para la obra, de los que han vigilado hasta el último detalle es Rafael Tamarit. Él habla de «sensibilidad» a la hora de concebir una vivienda mostrando así el perfil humanista de quien ha querido siempre ofrecer un espacio «atractivo», con todo aquello que lo haga agradable para quien lo va a habitar. Hay mucho de sociólogo en este alto técnico de la construcción que recalca la necesidad de que el arquitecto a la hora de emprender un proyecto debe conocer las circunstancias económicas, la situación del transporte, la de la sanidad... Todos los detalles que intervienen en la vida de los individuos trazando en cada momento las que pueden ser las exigencias de la sociedad.
Tamarit recorre el pasado y el presente y también viaja al futuro de una profesión que a su juicio, si bien pasa por un mal momento, este sin embargo puede convertirse en oportunidad: «Los arquitectos, como van a tener poco trabajo se podrán centrar más en su obra. Esto puede servir para que la arquitectura tenga una calidad superior y el urbanismo también».
Hay «bofetadas», dice, a la estética entre los edificios de la capital. Aun así no derribaría ninguno porque están habitados. Trasluce la sensibilidad de un técnico que hoy a sus 82 años recuerda que cuando tenía 10 ya dibujaba sin parar, lo hacía también en la calle, y se detenía ante las obras para contemplar cómo trabajaban. Siempre quiso ser arquitecto. Y lo consiguió dejando una obra con estilo propio y una larga lista de discípulos.
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