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Casas que hablan

Casas que hablan
El ático de Valencia donde nada es como parece

Una ejemplar rehabilitación en Arrancapins: de vivienda de portero, a una casa que mira hacia adentro y hacia el skyline valenciano

Jorge Alacid

Valencia

Domingo, 4 de junio 2023

Escucha el reportaje narrado por su autor, Jorge Alacid

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A simple vista, nada invita a pensar en este rincón de Arrancapins próximo a la estación Joaquín Sorolla que coronando un anodino edificio, en una anodina calle, habita un coquetísimo ático. Cien metros cuadrados de acusado encanto, donde reside un joven matrimonio con su pequeña hija, Martina. Desde fuera, ni siquiera se percibe su casa: el voladizo que remata el penúltimo piso del bloque evita el escrutinio ajeno. María, que nos enseña la casa, sonríe cuando abre las puertas a LAS PROVINCIAS y confirma nuestra primera impresión: en efecto, aquí nada es lo que parece. El ingenio de la buena arquitectura, al servicio de una vivienda de lujo emboscada donde menos se espera.

Arquitecta de profesión, al igual que su marido, Fran Silvestre, María Massià reconoce que la decisión de reformar la antigua vivienda del portero tuvo bastante de insólita. Casi una extravagancia para familiares y amigos, un deseo muy especial para la pareja: habían reparado que esta clase de pisos, ubicados en fincas levantadas durante los años 70, ofrecían unas posibilidades únicas si al buen ojo que les sirvió para identificarlo se añadía la brillante aplicación de su código arquitectónico. El resultado es muy llamativo, sorprendente: un rectángulo casi perfecto si se añade la azotea comunitaria a la que tiene acceso desde su vertiente sur, convertido en una caprichosa casa regida según las coordenadas propias de otros proyectos de la pareja de arquitectos. Blanco nuclear en las paredes y el pavimento de la terraza, con algún toque virando al gris en la zona estancial, combinando la piedra del suelo con los metales (aluminio, acero) de los acabados. Estores también del mismo color y una apuesta decidida por los espacios diáfanos y por el diálogo constante entre norte y sur de la vivienda. Al fondo, hacia el mar, el skyline perfecto de Valencia enmarca lo acertado de su apuesta.

La casa se vertebra en torno a una especie de U, a partir del pequeño recibidor de la entrada. Enfrente, la joya de la corona: esa terraza que incluye una pequeña pileta, en plan navaja suiza. No sólo asegura frescor en los días más calurosos sino que de noche, iluminada, funciona como una fuente. Y es también el espacio para el disfrute y el chapoteo de la pequeña de la casa, que a sus cuatro años identificó estupendamente la tipología de la vivienda que habita con sus padres: es un castillo. Una torre fortificada. Desde luego, todo el conjunto ofrece esa impresión de fortaleza. Una fortaleza placentera, invisible tanto para el paseante que camine junto a la puerta de entrada, como para quien se sitúe enfrente y sólo vea asomarse al exterior la parte superior de la cubierta. Y también invisible a ambos costados, porque las fincas aledañas carecen de este remate en forma de vivienda adicional y aseguran con sus respectivos vacíos lo que nuestra pareja buscaba: sol, luz e independencia.

Desde el acceso opera una pauta simétrica para asegurar un elevado nivel de confort que María define con una palabra que pudiera desconcertar en principio: la palabra lujo. Lleva razón. Desde luego, vivir aquí es un lujo. Un lujo alumbrado por una serie de atributos que a menudo desaparecen de la lógica constructiva y que remiten a un modo distinto, antiguo pero moderno, de entender la arquitectura. La importancia de la ventilación, por ejemplo, que aquí ejerce una influencia decisiva para entender la comodidad de que disfrutan los propietarios de la casa. O esa adecuada orientación que permite alcanzar el propósito con que decidieron instalarse aquí, colgados del cielo de Valencia: es casa y además chalé. La enorme terraza, que invita a hacer la vida de continuo al aire libre, asegura esa doble función. Un alma bipolar que alcanza su clímax tal vez de noche, cuando la cuidada iluminación artificial (dispositivos led que recorren todo el perímetro de la azotea) otorgan un aspecto especialmente acogedor no sólo a la zona exterior, sino también al salón que se abre hacia esa orientación a través de un ventanal enorme: trece metros y medio.

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Maderas lacadas en el interior congenian con otros materiales (laminados por supuesto en color blanco) y con la piedra natural del pavimento de la terraza: una apuesta espartana que ayuda al diálogo entre tipologías arquitectónicas para forjar el principio de convivencia que la pareja reivindica y que sirve para dotar de una vida adicional al salón, vecino del comedor y de la sutil cocina, otra de las sorpresas que confirman que esta casa no es lo que parece: el utillaje propio de esas otras funciones permanece camuflado, apartado de las miradas. Sólo cuando se detiene la vista en los detalles confirman las visitas que esa zona más al sur se reserva en efecto para la cocina y que es también el espacio para el comedor, decoradas ambas estancias por cierto con sillas de diseño nacidas en el estudio que ambos profesionales tienen en Godella. Un ingenioso mecanismo activa el cortinaje para que la luz entre en el espacio sin irrumpir con demasiada potencia y reste encanto a la experiencia de habitar una vivienda donde se comprueba la acabada fusión de las dos mentalidades de ambos arquitectos: más creativo Fran, más cartesiana María, como nos explica ella misma.

Al otro lado de la puerta, el espacio gemelo se destina a la parte más íntima. Un inodoro también camuflado, junto a la habitación de la niña con su aseo incorporado y en perfecto estado de revista y a continuación la habitación principal concebida, precisa María, como el dormitorio de un hotel, con el baño integrado y de nuevo ese guiño, pícaro y teatral, de armarios que no son lo que parecen, porque esconden de la mirada su interior y que contribuyen al objetivo primordial con que la vivienda se rehabilitó. Repensar la manera de vivir. Una decisión adoptada hace tres años que se ha revelado acertada.

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Así que prueba superada. Difuminados con éxito los límites entre la idea de fuera y la idea de dentro, la experiencia de vivir salta de un lado a otro de la casa de manera natural, seguramente como querrían los maestros fundacionales de la arquitectura, quienes además aprobarían los hallazgos en materia acústica y térmica. El salón es a la vez porche, uno de tantos divertidos juegos que propicia el éxito de la reforma del piso. Al fondo, Valencia se despereza. Miramos hacia el entorno inmediato y observamos lo mismo que María ya está viendo: el futuro Parque Central, un proyecto destinado a perfeccionar todo el entorno y concederle al barrio ese aire de vida familiar que ellos iban buscando cuando decidieron instalarse en este ático donde nada es lo que parece. Un trampantojo. El castillo, la torre, la fortaleza de la pequeña Martina. El espacio donde se hace realidad ese intangible que su madre menciona a cada paso por su casa y que resume muy bien el espíritu de cuanto acabamos de ver: la palabra magia.

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