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Zonas comunes de la cooperativa Benlliure

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Zonas comunes de la cooperativa Benlliure Adolfo Benetó

Cooperativa Benlliure: el edificio singular de Valencia donde las 80 viviendas tienen chimenea

El hermano pequeño de Espai Verd se levantó a principios de los años 80, en Benimaclet, para favorecer la socialización de los vecinos en numerosas zonas comunes

M. Hortelano

Valencia

Viernes, 25 de abril 2025, 00:08

La ciudad sigue escondiendo sorpresas para quienes la pasean. El imponente edificio de Espai Verd domina desde hace más de treinta años la escena arquitectónica del barrio valenciano de Benimaclet. Pero lo que pocos saben es que, a sólo unos metros, la construcción más peculiar de la ciudad de Valencia ejerce como hermana mayor de otro complejo planteado por los mismos padres: Antonio Cortés, Alfonso Serrano, Salvador Pérez y Toni Carrascosa, los integrantes del estudio de arquitectura CSPT.

Se trata de la cooperativa Benlliure, un complejo de 80 viviendas, repartidas en dos edificios gemelos, en la calle Real de Gandía, en el que ninguno de los pisos es igual a otro. Una construcción poco convencional para la época (se levantó a principios de los 80) y para nuestros días, cargada de elementos peculiares. Entre ellos, que todos los pisos cuentan con chimenea, varios balcones y numerosas zonas de convivencia entre vecinos. Un reflejo de una arquitectura singular al servicio de quienes la habitan.

Visitamos la cooperativa Benlliure con quienes mejor la conocen: sus arquitectos y sus vecinos. Acudimos al complejo con Antonio, Alfonso, Salvador y Toni, que levantaron el proyecto a principios de los 80. Están jubilados hace años, pero se siguen viendo con frecuencia después de 50 años de profesión. Ya en el edificio, nos abren las puertas de sus casas Jordi Miquel y Víctor Mira, dos de los primeros vecinos y fundadores de la cooperativa. Cruzamos las imponentes columnas de la entrada de uno de los patios y nos recibe un mural, flanqueado por elegantes lámparas del proyecto inicial, diseñadas por Óscar Tusquets. «Nada es convencional en este edificio», alertan todos. Y enseguida nos topamos con un laberinto de escaleras que cruzan la manzana interior, liberada para zonas comunes, jardín y hasta una pequeña piscina. También un sistema de pasarelas que articulan los dos núcleos en que se divide cada bloque, y que separan las viviendas en los partes simétricas de 20 pisos cada una. «Los maestros nos enseñaron a usar las escaleras para crear esculturas. Eso es la arquitectura. Hacer plantas todas iguales es edificación», dice Antonio Cortés. Con ellas hilaron el entramado de siete plantas y terraza de los dos edificios, construidos unos años antes que Espai Verd, al que miran de tú a tú. Ambas obras coincidieron en el tiempo, pero la cooperativa Benlliure, mucho menos conocida, se hizo primero.

Chimenea, en una de las viviendas de la cooperativa Adolfo Benetó

«Todas las viviendas tienen chimenea, balcón y pavimento flotante sobre forjado que permitía aislarla totalmente. Que cuando alguien pateara en el piso de arriba no se transmitieran los sonidos», cuenta Toni Carrascosa. Eso, lo idearon hace más de 40 años, como respuesta a un grupo de amigos, del que formaban parte, que quería levantar una promoción de viviendas algo peculiares. «Se proyectaron en función de las necesidades de la gente. Fue un proceso muy vivo, con muchos cambios y muchas correcciones para hacer frente a las decisiones que se adoptaban por mayoría en la junta rectora. Los vecinos eran los jefes», cuentan. Empezaron la cooperativa para hacer siete u ocho viviendas. Acabaron haciendo 80 y de protección oficial, como todas las que proyectó el estudio.

«A los vecinos les interesaba esa diferenciación de edificios. Había como una liturgia alrededor de ello. Pero todos nos involucramos mucho», explican. Y eso, hace más de cuarenta años no fue todo lo sencillo que parece. «Los edificios singulares han sido mal vistos hasta por compañeros de profesión, porque son distintos», cuentan. De hecho, Antonio Cortés recuerda que en medio del proyecto de Espai Verd decidieron girar el edificio a una orientación (sureste) para situarlo en la óptima para que siempre tuviera luz directa. «Una publicación de la época tituló: 'Espai Verd, del ingenio a la chapuza'. Ahora, está considerado un ejemplo de edificio ecológico», dice. Pero entonces, esos cambios no eran tan sencillos. Empezando por la reticencia de las propias administraciones. Pero el tiempo los ha colocado como referentes.

Benlliure, con Espai Verd de fondo A.B.

Vivir en la cooperativa Benlliure, como Jordi o Víctor, es hacerlo en un sitio especial. Un lugar diseñado para favorecer la relaciones interpersonales mediante la cesión de buena parte de los espacios a las zonas comunes. Pero también para dar aire a las viviendas, proyectadas con un máximo nivel de personalización e individualización. Casas para ser vividas por las familias en un entorno de intimidad, y espacios donde socializar. «Se buscaba fomentar la relación entre vecinos y se consiguió, porque aquí se ha cenado mucho a la fresca, se han proyectado películas, se ha hecho vida en la piscina…» cuenta Toni Casrrascosa, que vivió aquí hasta hace unos años. Pero, sin duda, uno de los elementos más peculiares es la chimenea, que se incluyó en todas las viviendas. ¿Por qué una chimenea en una ciudad como Valencia y en un bloque de viviendas?, les pregunto. «Porque da calor humano. Queríamos darle imagen de vivienda no convencional. Aisladas. ¿Por qué no vivir en un unifamiliar dentro de la ciudad?», reflexionan. En esta construcción se apostó por esto y por los balcones, y en Espai Verd evolucionaron a pisos con jardín. Apuestas pioneras en su día, en una ciudad que cada día es más homogénea.

La singularidad de la Cooperativa Benlliure trajo consigo no pocas dificultades administrativas. Fue necesario demostrar ante las autoridades municipales que el proyecto no alteraba significativamente los parámetros urbanísticos. «Aquí se tuvo que justificar cada metro cuadrado». Pese a estas dificultades, los arquitectos consiguieron preservar la esencia del proyecto original, aunque algunas ideas, como un pequeño mercado comercial previsto originalmente en la entreplanta, no salió adelante. Curiosamente, elementos que se incluyeron inicialmente con entusiasmo, como las tolvas para basura desde cada rellano, (para poder deshacerse de las bolsas desde cada planta) nunca llegaron a usarse. Y es que vivir en el Benlliure siempre tuvo algo de experimentar con nuevas formas de convivencia urbana. Nunca fue un edificio convencional.

Aquí, cada vivienda es totalmente diferente. Se puede ver desde la misma fachada, donde no hay uniformidad. Los colores se aprovecharon para resaltar los volúmenes y que no se repitiera la trama. Esa ha sido una máxima en las casi 1.000 viviendas que acabaron firmando en sus años de trayectoria como CSPT. Las hay por muchas ciudades de la comunidad. Desde Valencia, a Godella, pasando por Benidorm o La Vila Joiosa. Y los cuatro arquitectos ha acabado siendo vecinos de sus propias construcciones.

Vivir dentro de tu propio diseño

Antonio, Alfonso, Salvador y Toni viven o han vivido en un inmueble proyectado por ellos mismos. Y eso tiene sus peculiaridades. Porque una cosa es ser arquitecto, y otra vecino y tener que lidiar con el resto de inquilinos. «Es difícil porque con la arquitectura hay un problema que no ocurre, por ejemplo con la pintura. A nadie se le ocurriría intervenir sobre un cuadro de un pintor, ni dibujarle un bigote. Pero con un edificio sí se hacen cambios y destrozos», lamentan los cuatro. Reconocen que de algunas reuniones de vecinos han salido enfadados. Toni, incluso, dejó de vivir en la Cooperativa Benlliure para no ver todos los cambios que se hacían. Y es que ellos no miran a los edificios como el resto. «Esto era un edificio con terrazas, que se han cerrado sin razón. Algunas, de un metro por un metro, para ganarle un metro cuadrado a un salón. Si no quieres terrazas, igual no debes venir a vivir a este edificio», cuestionan.

Además, el resto de vecinos suelen exigirles unas responsabilidades que no tienen como arquitectos, porque forman parte de las de los constructores. «Nos han llegado a avisar vecinos porque tenían una humedad o plagas», lamentan.

Finalizamos la visita y los cuatro amigos se despiden, tras haber pasado una mañana recorriendo una de sus construcciones. «Adiós. Viva la arquitectura», dice Antonio Cortés.

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