
Habitar el brutalismo: cómo es vivir en el edificio Moroder
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Un recorrido por el interior del emblemático edificio de estilo brutalista que el prestigioso arquitecto Miguel Fisac firmó en la plaza TetuánBrutalismo: dícese del movimiento artístico, especialmente arquitectónico, que se caracteriza por enfatizar la naturaleza expresiva de los materiales. Se trata de un lenguaje muy rico ... en el uso de componentes como el hormigón, que en el tablero de los mejores arquitectos se eleva sobre su humilde condición de origen y alcanza un estatus distinto, muy evocador. No es un estilo para todos los gustos. De hecho, algunos de sus mejores ejemplos han sufrido el desprecio de la sociedad de su tiempo y todavía hoy, cuando el brutalismo conoce una suerte de reivindicación, salen malparados del escrutinio popular. Es una corriente internacional, alguna de cuyas cimas llevan el nombre de colosos de la arquitectura como Le Corbussier, que ha sembrado de hallazgos todo el globo y toda España. Y también Valencia, por supuesto. Algunas obras brutalistas que contribuyen a la imagen de la ciudad son edificios emblemáticos, muy conocidos: el Mercado Ruzafa, el Espai Verde o el Instituto Sorolla. Menos habitual resulta observar casos del estilo brutalista adosado al uso doméstico, aunque alguno hay. Por ejemplo, una hermosa finca que se abre a la plaza Tetuán como si fuera una fortaleza que apunta hacia Capitanía y le sostiene la mirada: el edificio Moroder, así llamado por el nombre de la familia que antaño ocupó estos terrenos.
Por fuera, el Moroder impresiona. Casi intimida. Tiene una apariencia de mole, que se vale de su curiosa disposición para ejercer una doble función: su cuerpo central tiende a pasar desapercibido para el caminante que cruce por este rincón de la Valencia de toda la vida, mientras que sus dos alas llaman la atención de todo paseante que con las prisas de nuestra vida diaria no termina de captar la auténtica dimensión del edificio. Su enorme talla, su gran valía, nacida por cierto no sólo de lo logrado de su fisonomía sino también adherida a su autoría. El Moroder lleva la firma de Miguel Fisac, uno de los grandes arquitectos de la España de la segunda mitad del siglo pasado. No resulta exagerado atribuirle la etiqueta de genio. Fisac era un profesional de extraordinario talento, un arquitecto muy moderno, dueño de un estilo propio pero capaz de adaptar sus ideas al devenir de los tiempos. Un gigante que dejó en Valencia esta maravilla cuya singularidad merece una visita detallada porque si su exterior apabulla, el interior es una experiencia igual de interesante.
Debe hacerse no obstante una precisión: antes de ingresar en una de estas viviendas que aguardan al final de los dos tramos de escaleras, más espaciosas en la mano izquierda, un poco más contenidas en el flanco derecho, el visitante hará bien en admirarse del espectacular atrio que distribuye las dos alas del edificio. Es un portal magnífico, de estilizado aspecto. Líneas rectas que forman un rectángulo perfecto, donde los espacios se reparten de acuerdo con una lógica cartesiana muy elegante: el conjunto depara una imagen memorable, porque el mobiliario dispone de su propio encanto y contribuye a la idea de confort que destila todo el conjunto. Un sutil elemento decorativo llama la atención: las luces, emboscadas en un rosario de huecos abiertos en el techo por el ingenio del arquitecto. Una hermosura. Retrofuturistas las llama el portero de la finca, que amablemente guía a los visitantes hacia el interior y les advierte de otros hallazgos que pueden pasar inadvertidos. Por ejemplo, las ventanas.
Porque no son unas ventanas cualquiera. Fisac dotó a su criatura de una poderosa personalidad mediante la repetición sistemática de unos vanos muy originales. Como si fueran ventanillas de avión, la sucesión de todas ellas a lo largo de la fachada confiere al edificio Moroder esa apariencia tan genuina, tan personal. Desde dentro, su enorme tamaño dificulta la visión hacia la plaza Tetuán, la única objeción que se escucha de nuestros anfitriones: una familia que reside en esta finca desde hace casi 40 años y que abre su casa para LAS PROVINCIAS. Les gustaba el sitio, un emplazamiento ideal para cualquier valenciano, y era además el barrio donde se había criado la matriarca de esta saga que nos invita a recorrer con ella las impresionantes estancias. Impresionantes por su tamaño, acorde con el espacio total: casi 400 metros cuadrados repartidos en seis habitaciones, tres baños y una coqueta galería que da a poniente, como la cocina.
Es tal vez el espacio más íntimo, el más encantador. Unas salas orientadas abiertas al corazón de Valencia: por los ventanales se observa el Micalet, al lado Santo Tomás, un poco más allá la enhiesta torre de Santa Catalina. Una hermosa postal iluminada por el también muy hermoso sol blanco de Valencia.
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La almendra de la vivienda reside no obstante en su anchuroso salón, conectado a la vez que separado del comedor por un tabique que, como otras intervenciones, no estaban en los planes de Fisac, igual que se cambiaron las columnas originales por otras más robustas para diferenciar las dos estancias. Es un comedor también muy amplio, con ventanales a Levante porque como se deduce la vivienda dispone de doble orientación: por las ventanas se asoma la luz otoñal del mediodía, con esa potencia tan valenciana que evita tener que encender la luz artificial. Al salón, que goza de varios ambientes, le precede un enorme vestíbulo, al cual antecede a su vez una breve antesala que conecta con el ascensor. El vestíbulo se une con el salón-comedor a través de una estupenda puerta corredera de madera que añade encanto al conjunto del espacio, mientras que en su otro extremo conduce hacia las habitaciones, el lugar para la intimidad, franqueado por una recoleta biblioteca con chimenea donde la familia suele refugiarse y de hecho se guareció durante los interminables días más críticos de la pandemia. «Es nuestro hogar más que nuestra casa», resume la propietaria, feliz de habitar una obra de Fisac aunque recuerda divertida cómo mientras se levantaba la finca despertó cierta hostilidad entre el vecindario. «A la gente no le gustaba nada, le pusieron mil motes», se ríe.
Hoy, por el contrario, el Moroder de Fisac figura en los principales manuales de arquitectura mientras el estilo brutalista protagoniza su particular revival a escala planetaria. En su interior, la casa se distingue por un ambiente de elevada intimidad, propio de las casas muy vividas como es el caso. Los materiales han resistido estupendamente bien el paso del tiempo y todo el espacio y el ingenio de Fisac hacen el resto: su obra ha ido evolucionando a mejor, para satisfacción de la crítica arquitectónica y, sobre todo, de los propietarios de esta vivienda en su edificio valenciano, que dan con la palabra clave para describir a la perfección la experiencia que traslada a quienes la habitan y a quienes la conocen por primera vez. La palabra calidez.
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