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Viejo balneario de Benimar. ARCHIVO ANDRÉS GIMÉNEZ

La nueva vida del Benimar

El viejo balneario al pie de la desaparecida playa de Nazaret resucitará como eje de la ciudad deportiva del Levante, un destino que recuerda su antiguo ejercicio como foco del fútbol base valenciano y otras disciplinas

Jorge Alacid

Valencia

Viernes, 3 de febrero 2023, 01:44

Jesús se recuerda de crío, pescando con su tío en la playa de Nazaret bajo la apacible sombra del balneario Benimar, un majestuoso edificio con pinta de paquebote, que irradiaba felicidad a su parroquia: era el foco de interminables sesiones de baños para tantas familias ... valencianas que acudían a esa esquina del barrio de Nazaret para solazarse entre aperitivos igual de inacabables, comida improvisadas sobre la arena y banquetes en sus salones en los días más postineros. El Benimar ejercía una benéfica influencia sobre su entorno porque fue levantado mediante una arquitectura amable, apacible. Un precioso caserón que saludaba al Mediterráneo sin estridencias, rodeado de una coqueta teoría de parterres, sus elegantes piscinas, que conferían al conjunto un aire californiano, la propia de esas mansiones que habitaban los astros del celuloide, de encantadores jardines y amplísimas terrazas, con la particularidad de que el Benimar disponía además a su alrededor de una sucesión de canchas para la práctica de distintos deportes que convirtieron el conjunto en epicentro del ocio de todo el barrio. Un pasado que se convierte en futuro: la nueva vida que gana el edificio pasa por transformarse en el eje de la anunciada ciudad deportiva del Levante.

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Será otra muesca en la fértil biografía de esas instalaciones, cuya fecha fundacional data de 1947 (otras fuentes documentales lo sitúan un año después) y su trayectoria se vincula íntimamente a una figura decisiva para el éxito de aquel proyecto impulsado por la iglesia: el padre Elías Llagaria, que incluso daba nombre a los campos de fútbol circundantes. Los campos del padre Elías, que así se llamaban popularmente, dinamizaron el barrio ejerciendo como pulmón deportivo: la otra cuota de oxígeno la proporcionaba el propio balneario, epicentro del ocio no sólo de Nazaret, sino también de todas aquellas familias de bañistas llegadas del centro de Valencia que encontraban en esa orilla del mar el destino de sus fines de semana y hasta de sus vacaciones. Era frecuente veranear a mediados del pasado siglo alquilando alguna de las casas que se arrendaban a tal efecto, esos señoriales inmuebles de la calle Mayor del barrio y aledañas, desde donde los veraneantes accedían al Benimar dando un paseo para disfrutar de ese pequeño paraíso nacido gracias al decidido impulso del Clero valenciano pero también por la desinteresada donación que protagonizó el propietario de los terrenos, el empresario Gregorio Molina.

Todos estos detalles se recogen en una publicación que vio la luz, editada por LAS PROVINCIAS, en 1998. En sus páginas se cuenta la fecunda vida de Benimar, la decisiva aportación para que el proyecto fraguara gracias al compromiso del sacerdote Baltasar Argaya y del doctor Martí Mateu y recuerda que fue el 28 de enero de 1948 cuando la asociación Acción Católica «adquirió una concesión en la playa de Nazaret, en el emplazamiento de un inmueble perteneciente a los señores Aznar Yñigo», según cuenta la web Benimart. Una finca, añade, lindante «con la concesión Mar y Cel en favor de los señores Martí Mateu y García Fayos». En su texto destaca el reconocimiento que dedica al entonces arzobispo Marcelino Olaechea, a quien se puede observar en algunas imágenes de la época visitando el balneario, que no por casualidad se denominaba oficialmente Escuela de Deportes de la Iglesia. La misma publicación se detiene en la instrahistoria de Benimar, la relación de estrellas del deporte que se forjaron en sus canchas (como el futbolista Molina, futuro portero de la selección, o Ricardo Arias, mito del Valencia que por el Benimar ejercía también de promesa del tenis) o de las celebridades de la época que alguna vez se acodaron en la barra de su cafetería o disfrutaron de un banquete en sus salones. Estrellas del deporte, por supuesto, como Di Stéfano, Quino, Quincoces o Puchades, pero también del celuloide, como los actores Paco Rabal o Fernando Rey, de quien se anota esta frase: «En Benimar he pasado las horas más felices de mi vida».

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Unas palabras que dan idean de la importancia que cobró como una suerte de edén playero para la población local y la forastera, que encontraba en esta especie de viñeta marítima de la familia Ulises el espacio adecuado para el esparcimiento que requerían sus ajetreadas vidas. Fue también durante largo tiempo un célebre destino de andanzas futboleras de medio Valencia, porque el club mantuvo siempre su bilen ganada fama como Olimpo del fútbol de barrio. Un paraíso múltiple que clausuró sus puertas en el año 2002, como cuenta Benimart, la web que recoge y preserva el tesoro que significan aquel tiempo no sólo para los vecinos del barrio sino para quienes un día traspasaron las puertas del colosal edificio nacido del tablero del arquitecto Leopoldo Blanco Mora y se maravillaron ante su fisonomía, un ejemplo de buen gusto que hoy ejerce como una especie de trasatlántico varado en la orilla del Mediterráneo. La vieja playa no existe. En sus arenas se alzan hoy las instalaciones de Puerto. Un muro de piedra recorre todo el solar, esperando la prometida resurrección que vendrá de la mano del Levante.

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Su ciudad deportiva se ubicará sobre estos 90.000 metros cuadrados, como un guiño del destino, porque volverá a escucharse el trote de los futbolistas en las antiguas canchas del padre Elías. Y volverá a revivir el edificio del balneario, que ejercerá como sede administrativa del club según un proyecto del equipo de arquitectos Corell-Monfort-Palacio-Magraner que respeta la fisonomía del edificio, protegido por Patrimonio. Es el paso indispensable para preservar también lo intangible, los recuerdos de Jesús pescando con su tío aquellas lubinas, mabras y doradas que sigue saboreando en la memoria, esas escenas en blanco y negro como las que una antigua usuaria de las instalaciones, Amparo, dejó por escrito: su sentido homenaje a figuras clave en aquel añorado ecosistema, como Simarro o Bondía, el profesor de tenis, y una mirada cargada de cariño hacia aquellos maravillosos años que incluye una confesión que harán suya quienes hicieron del venerable balneario su casa («Qué bien se pasa en Benimar») y también la confesión de un enigma: en su fachada luce aún misterioso letrero formado por cuatro letras (Lois o algo así) que nadie sabe descifrar. La solución al acertijo espera a que se transforme en el hogar del Levante.

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