Secciones
Servicios
Destacamos
Hay noticias que parecen un milagro. Artículos que se deben escribir según el canon tradicional no del periodismo, sino de la literatura infantil. Como si fueran un cuento leído en voz alta a la luz de la lumbre. Érase una vez…
Érase una vez una ruta por Valencia organizada por César Guardeño, al frente de su incansable empresa CaminArt. Un itinerario que atraviesa el corazón de la ciudad a través de una serie de hitos memorables, como el recorrido que pasea una mirada actual sobre la antigua capital de la II República. Esa ruta se detuvo un día ante la fachada del Colegio del Patriarca, que sirvió durante la Guerra Civil como improvisada extensión del Museo del Prado cuando las obras de la pinacoteca madrileña viajaron a esta orilla del Mediterráneo para ponerse a salvo de bombardeos y otros desastres bélicos. Guardeño recuerda que esa mañana hizo lo que suele: enseñar en su tableta una imagen rescatada de ese tiempo, donde aparece un grupo de mujeres retratadas en la tarea de restaurar aquellos tesoros durante su estancia en Valencia. De repente, lo antedicho. El milagro.
El asombro: una mujer del grupo que sigue los pasos de Guardeño señala a una de las costureras que aparece en la foto. «Esa es mi madre», le dice. Sorpresa general. Siguen unos segundos de incertidumbre, de titubeo colectivo. Guardeño retoma el hilo de la visita, se interesa por la historia oculta detrás de esa imagen y… Y el resto se cuenta ahora: es la historia de las costureras valencianas que pusieron a salvo no solo los tesoros del Prado. También dieron una nueva vida a las obras que se guardaban en el Palacio de Liria madrileño y a las piezas de la colección particular de su dueño, el Duque de Alba. No es el príncipe azul de otros cuentos, pero sí un grande de España.
Prosigue nuestro relato, que se había congelado delante del Colegio del Patriarca. Cuando Guardeño y demás presentes recuperan el aliento («No me había pasado algo así nunca», sonríe ahora mientras rememora la escena), aquella mujer se presenta a su improvisado auditorio. Se llama María Teresa Alcantarilla y cuenta lo que contaría más tarde para LAS PROVINCIAS: que su madre, María Teresa Zabala Mendizábal, se enroló en aquella tarea, sin filiación política alguna, impulsada por un noble y sincero propósito de ayudar en la supervivencia de todos estos tesoros que forman parte de la Historia de España.
Noticia Relacionada
Sus manos, junto con las manos de las demás hilanderas que aparece en la foto que ilustra estas líneas, contribuyeron a restaurar algunas de las piezas más damnificadas por el trajín propio de un viaje desde Madrid hasta Valencia en las condiciones de aquel tiempo: está bien documentada la proeza que supuso traer hasta el Patriarca y las Torres de Serrano los bienes del Prado por carreteras de tercer orden, en medio de un país en llamas, con infraestructuras propias de aquel tiempo que causaron daños de cierta entidad en alguna de aquellas obras. La madre de Teresa, como hicieron las otras costureras, las resucitaron, en especial los valiososímos tapices, igual que resucitaron las procedentes del Palacio de Liria.
Esta es por cierto una historia menos divulgada: el rescate de los tesoros custodiados por la Casa de Alba en su palacete madrileño, un formidable caserón datado en el siglo XVIII. «Durante la Guerra Civil», explica el historiador Jorge Romero, que investigó sobre este particular para su trabajo de fin de grado en la Universidad de Valladolid, «este palacio fue incautado y su colección trasladada, salvándose así de su destrucción en el bombardeo del palacio en 1936». Y añade: «Las mejores piezas fueron a Valencia y Barcelona y finalmente a Ginebra, junto a las obras maestras del Museo del Prado o del Museo Arqueológico Nacional, (…) gracias a la legislación desarrollada desde la Segunda República para conservar el patrimonio». Fue Jacobo Fitz-James Stuart y Falcó (padre de Cayetana de Alba y XVII Duque de Alba) quien «reconstruyó el palacio y recuperó su colección, disponiéndola como estaba antes de la guerra».
Aquel aristócrata, diplomático de profesión y gran coleccionista de arte, estaría por lo tanto siempre en deuda, hasta su fallecimiento en 1978, con la madre de nuestra María Teresa y el resto de hadas buenas de este cuento: las que garantizaron un feliz porvenir para aquellas piezas que pasaron por sus manos. Por ejemplo, su colección de pintura italiana, algún lienzo de Zuloaga (como el 'Retrato del XVII duque de Alba'), obras de Rubens ('El emperador Carlos V y la emperatriz Isabel de Portugal') y, sobre todo, la gema de aquellos fondos: una deslumbrante serie de cuadros de Goya, entre los cuales destacaba su célebre retrato 'La duquesa de Alba de blanco'. Varios de ellos aparecen como telón de fondo en esa imagen donde vemos en acción a las costureras valencianas mientras restauran aquel tesoro.
Guardeño también destaca que los estudios de acreditados investigadores como el historiador gallego José Lino Vaamonde o más recientemente su colega Arturo Colorado, así como el fotógrafo y documentalista alicantino Ramón Canales Marí, tienen registrada la importancia de aquel momento histórico tan decisivo para la conservación del patrimonio cultural de España, donde jugó un activo papel otro valenciano Josep Renau, el famoso cartelista. Nacido en la capital en 1907, sus servicios fueron decisivos para asegurar la custodia de las piezas trasladadas desde Madrid: este cuento a la valenciana no hubiera tenido final feliz sin su concurso al frente de la Dirección General de Bellas Artes del Gobierno republicano, quien se ocupó entre otros benefactores de custodiar con celo elogiable aquel tesoro. En total, según el recuento de Colorado, más de 18.000 pinturas, 12.000 esculturas y objetos, más 40 archivos eclesiásticos y particulares y más de 70 bibliotecas.
Noticia Relacionada
También figuraba en aquella expedición que cruzó España en dirección al Turia ese famoso lote de 2.000 tapices, procedentes en su mayoría del Palacio Real, junto con otros del Ministerio de la Marina y de la propia Fábrica Nacional de Tapices. Colorado tiene anotado que llegaron a Valencia en abril de 1937: fue entonces cuando se requirieron manos adiestradas para su restauración, como las de Zabala Mendizábal. Según relata su hija, había adquirido esa habilidad durante una etapa en Francia, hasta donde le envió su padre para que se adiestrara en el arte de la costura con la intención de formarse como modista. Fue una pretensión que, como otras, arruinó la Guerra Civil. Volvió a Valencia y pudo al menos aplicar en esta elogiable labor aquellos conocimentos que el azar ha puesto de actualidad.
Así que colorín, colorado. Esta historia va acabando. Los tapices, junto con el resto de piezas, volvieron a España luego de ese periplo entre Valencia, Barcelona, Francia y la localidad suiza de Ginebra. El régimen franquista retomó la propiedad de aquel tesoro y organizó en 1939 una exposición en la sede original de la mayoría de piezas, el Museo del Prado. En sus paredes se colgaron para la ocasión obras de tanto valor como los quince tapices llamados 'La conquista de Túnez', una monumental creación del pintor flamenco Jan Cornelisz Vermeyen por encargo de la reina María de Hungría y que acabó en la corte española de Felipe II luego de mil vicisitudes. Ninguna tal vez tan azarosa como la vivida 500 años después, cuando viajaron hasta Valencia y revivieron gracias a este grupo de costureras valencianas. Moraleja: a veces la historia se repite y es para bien.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Jon Garay y Gonzalo de las Heras
Equipo de Pantallas, Oskar Belategui, Borja Crespo, Rosa Palo, Iker Cortés | Madrid, Boquerini, Carlos G. Fernández, Mikel Labastida y Leticia Aróstegui
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.