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Algunas historias (tal vez, la mayoría de las historias) sólo se pueden interpretar según la misma lógica que anida en ese gesto tan cotidiano de ... coger unas cerezas prendidas de la rama del frutal donde nacieron. Un fruto lleva al otro, de ahí al siguiente y así hasta estirar la misma estrategia de captura y liquidar el árbol por completo: una secuencia que ayuda a entender la formidable aventura que un día llevó a la pareja de ingenieros valencianos formada por Alberto Domingo y Carlos Lázaro hasta la lejana Georgia, donde levantaron una rica serie de obras cuyo hito más memorable adopta una fisonomía muy cara a su ciudad natal: es un encargo para dotar a ese pequeño país oriental, encrucijada donde se libra la suerte de Europa, de un nuevo Parlamento, cuyo aspecto tanto recuerda a nuestro Oceanogràfic. Un edificio institucional dotado de su propia identidad cuyas vicisitudes sólo se pueden desencriptar de acuerdo con esa idea de una cereza que lleva a otra y la otra lleva a la siguiente. Una historia contada como una feliz suma de azares.
Primer capítulo, otoño del año 2008. Valencia acoge una cumbre de la OTAN que cuenta con la presencia, entre otras personalidades, del entonces presidente de Georgia, Mijeil Saakashvili, quien aprovecha su visita a nuestra ciudad para darse un paseo y caer rendido ante su belleza. Un grupo de monumentales obras llama especialmente su atención: el conjunto de piezas firmadas por Santiago Calatrava en el viejo cauce, cuya deslumbrante belleza seduce a Saakashvili hasta el punto de activar sus contactos hasta localizar al prestigioso arquitecto valenciano residente en Suiza. El mandatario georgiano era un político reformista, que pretendía liquidar un ominoso pasado para su país, situarlo lejos de la órbita rusa y mirar con decisión hacia Occidente: trasplantar esa Ciudad de las Artes y las Ciencias de Valencia que le ha fascinado a su Georgia como símbolo de su promesa de cambio para sus compatriotas. Un desafío que no arrancó bien, porque fracasó en su acercamiento hacia Calatrava. Un contratiempo que no le arredra. Obsesionado con la idea de levantar en la capital georgiana, Tiflis, una sucesión de edificios que encarnen el nuevo estilo de administración que quiere implantar entre sus paisanos, Saakashvili acaba dando con los autores de otro edificio erigido también en el jardín del Turia, el Oceanogràfic, y les lanza su propuesta.
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Es la primera cereza que se arranca del árbol donde se apoya este relato. Lo cuenta Alberto Domingo, uno de los autores del Oceanogràfic, en su despacho de la Politècnica de Valencia, mientras rememora aquella curiosa peripecia que le llevó a Georgia, un país del que desconocía prácticamente todo, por esa coalición de casualidades que se había detonado cuando, recién licenciado en el campus valenciano, se puso a trabajar con el despacho que fundó el reconocido ingeniero Carlos Fernández Casado y que luego heredó su hijo, Leonardo Fernández Troyano. Su equipo había recibido el encargo de levantar en Valencia el puente de las Artes y alguien, una desconocida hada madrina, puso a Fernández Troyano en contacto con aquel jovencito Domingo: nace entonces una colaboración que pasado el tiempo conducirá (esta es la segunda cereza de nuestra historia) su relación hasta la construcción del Ocenogràfic. «Yo colaboré con Calatrava a través de la entidad Cacsa, que se ocupaba de las obras de la Ciudad de las Artes y me encargaron la asistencia técnica», recuerda Domingo, «y entiendo que gracias a él me llaman para ver qué se puede hacer con el proyecto del Oceanogràfic, que tenía problemas».
Esos problemas que menciona Domingo tienen que ver con el fallecimiento de Félix Candela, un arquitecto valenciano que había regresado de México, donde desarrolló su afamada obra después de huir de España tras la Guerra Civil por temor a represalias por su afiliación republicana. En el país americano, Candela alcanzó un extraordinario reconocimiento, debido sobre todo a que patentó una especialidad que le dará celebridad a escala global: sus 'cascarones', láminas de hormigón armado de pequeño espesor, un ingenio que garantiza cúpulas muy llamativas. Ideales para rubricar en ese tramo final del viejo Turia un edificio que complementara la secuencia plasmada por Calatrava apenas unos metros más allá: es el Oceanogràfic, que desdichadamente no verá levantarse porque fallece antes de que sea realidad. Tercera pareja de cerezas: entra en acción el equipo formado por Alberto Domingo y Carlos Lázaro, que se interesan por los planes truncados de Candela, avanzan en su propio diseño a partir de aquella idea incipiente y entregan a su cliente un proyecto basado en esa imagen de cúpulas extremadamente esbeltas, «un poco por romanticismo» hacia el legado del maestro recién fallecido, como subraya Domingo. Una obra con aspecto de nenúfar y esa curiosa cubierta de apenas seis centímetros de espesor que protagoniza tantas postales de Valencia.
Ese edificio será el que tanto llame la atención de Saakashvili cuando visita Valencia y servirá como inspiración para que (luego de más y más cerezas) Domingo y Lázaro dejen unos años después en Georgia la huella de su trabajo. Mediará un poco antes una escena que hubiera hecho feliz a Berlanga: el día en que el embajador georgiano, Zurab Pololikashvili, en España se presenta en el domicilio valenciano de Domingo para convencerle de que viaje hasta su país y acepte el encargo de Shaakahsvili. Una invitación que cristaliza en dos monumentales piezas erigidas en Batumi, una ciudad costera a orillas del mar Negro, que Domingo recuerda muy parecida a Valencia y que cuenta desde el año 2009 con sendas obras debidas a la pareja de ingenieros valencianos: la sede la Ópera y la urbanización de su paseo marítimo. «Shaakahsvili nos convenció y la verdad es que nos hizo mucha ilusión», explica Domingo, mientras muestra en su móvil imágenes de aquellos primeros encargos en Georgia, que ejercieron como una suerte de maniobra de acercamiento hacia su gran obra, la que Shaakahsvili quería que operase como emblema de ese nuevo país que entonces se ponía en marcha tras décadas aplastado por la bota soviética. El nuevo Parlamento nacional, que pretendía levantar en la ciudad de Kutaisi, una especie de Brasilia georgiana: la capital administrativa del país, que su entonces presidente quería que representara el renacimiento nacional, un poco en oposición a la capital de siempre, Tiblis.
En Tiblis, por cierto, Domingo y Lázaro también dejaron su huella en forma de dos esculturas: una situada en una de las calles principales de Tiblis, que representa a todas las víctimas de las guerras de Georgia con los nombres inscritos en casa pieza de las escultura, y otra delante del palacio presidencial: una pieza de cristal de 52 piezas con forma de corazón diseñada desde Valencia, como el resto de encargos que reciben de Shaakahsvili. No sólo el edificio del nuevo Parlamento en Kutaisi sino una torre de comunicaciones que se levanta en Batumi, de estilizada belleza y alto poder simbólico. «La torre tiene un significado muy importante para Georgia», señala Domingo, «porque es un país invadido históricamente por todas las naciones, de religión católica-ortodoxa, que tiene su propio idioma y su propio alfabeto». Su proyecto recoge esa tradición georgiana y la adapta al presente: un elemento emblemático, con un restaurante giratorio y un mirador, además de servir de sede a una cadena local de televisión, pero, sobre todo, «un icono del nuevo país», como subrayan sus autores: una torre formada a partir de una suerte de secuenciación de su particular ADN a partir de las 33 letras de su alfabeto. «Al presidente le gustó mucho», explica. Y fruto de esa satisfacción nació el encargo del Parlamento, también según la lógica de las cerezas y en función de ese mismo propósito: que la obra de Domingo y Lázaro plasme la nueva clase de sociedad que Shaakahsvili aspiraba a construir.
Alberto Domingo
Ingeniero
El resultado de ese nuevo encargo es doble. Por un lado, porque los ingenieros valencianos dotaron a su cliente de ese edificio que pretendía: un Parlamento «que recogiera la historia del país y también su ambición de transparencia y de acabar con la corrupción, reflejado en un diseño que sigue ese significado», de manera que cualquier recorrido que se haga desde dentro «obliga a salir por fuera», para que quienes lo contemplan desde el exterior (los administrados) puedan a su vez observar cómo se comportan quienes ocupan el interior de esa suerte de acuario, una enorme cúpula de cristal cuya configuración semeja una gota de agua en constante movimiento y otorga al conjunto la idea motriz que alumbraron sus creadores, la idea de dinamismo. Prueba superada. Como también se superaría con el paso del tiempo la segunda vertiente de este encargo: pasar del tablero de su despacho a la ejecución del proyecto. Un desafío de orden tan abismal que reclamó, previa sugerencia del presidente georgiano, que Domingo y Lázaro se convirtieran además en constructores, como los viejos maestros de las catedrales góticas que ejecutaban sus propios diseños: puesto que Shaakahsvili no encontró ninguna empresa que pudiera levantar en fecha, forma y presupuesto su Parlamento, sugirió que ambos ingenieros valencianos fundaran su propia empresa e hicieran realidad aquel sueño.
Ya hemos perdido a estas alturas de la conversación la cuenta de cuántas cerezas llevan a otras cerezas más. Domingo y Lázaro alumbran su empresa, un despacho de gestión de la construcción llamado CMD Ingenieros, que desde entonces opera a escala internacional. No sólo fue el encargado de poner en pie el Parlamento georgiano, sino que la fama que atesoró luego del feliz final de esta historia generó otros proyectos por medio mundo, de China a Japón, pasando por Colombia, Panamá, Arabia Saudí, Eslovenia. Cuba… y también su tierra natal, Valencia, donde han levantado puentes en localidades como Cullera o Manises. Las maquetas de algunas de estas obras se pueden ver en el hall de la facultad de Ingeniería de la UPV donde Domingo dicta docencia y donde esta mañana de primavera reflexiona en voz alta sobre las raras piruetas que protagoniza este relato nacido el día en que un desconocido presidente de un ignoto país se paseó por Valencia y quiso trasplantar este modo de ciudad amable y al mismo tiempo monumental para el disfrute de los suyos y también como elemento que elevara su autoestima: la arquitectura, al servicio de la construcción del imaginario nacional, como ha ocurrido tantas veces a lo largo de la Historia.
Así que unas cuantas cerezas después, desembocamos en el amargo desenlace de nuestra historia. El Parlamento, una hermosa pieza que dialoga con los habitantes de Kutaisi de acuerdo con las pretensiones de sus autores (de tú a tú, una conversación transparente) nunca llegó a emplearse como tal porque cambió el curso de la política georgiana. Al aperturista Shaakahsvili le sustituyó un régimen realineado con los intereses rusos, que mantuvo en Tiflis la sede del Legislativo y envió al presidente al exilio, luego de una larga serie de calamidades que le han convertido en apátrida: renunció a su pasaporte georgiano cuando fue expulsado a la vecina Ucrania y cuando volvió, fue encarcelado por sus sucesores al frente del país.
Domingo, quien firmó esos proyectos con su socio Carlos Lázaro aunque acumuló en la gestión de todos ellos un especial protagonismo, cuenta este abrupto final con voz melancólica. No ha vuelto a Georgia desde 2012. Como recuerdo, además del relato de su asombrosa peripecia y de la triste suerte que esperaba a su benefactor Shaakahsvili, rescata con cariño a la larga relación de padrinos que le han ayudado a forjar su propia carrera, desde Calatrava (a quien cita con admiración en lo personal y lo profesional), a Fernández Troyano, pasando por Zurab Pololikashvili, su gran amigo personal Ken'ichi Kawaguchi y a su maestro japonés Mamoru Kawaguchi, que les ayudó a cristalizar sus ideas sobre el tablero y a ser capaces después de verlas materializadas. Y adorna su discurso con un toque de nostalgia hacia aquel lejano país, distante 5.000 kilómetros de Valencia. Un territorio más del Mediterráneo, aunque enclavado frente a otro mar hermano, el Negro. «Los georgianos son gente muy abierta y amigable», añade en alusión a ese carácter tan parecido al valenciano que se encontró por allí. «Ellos mismos se llaman Iberia, así que fue como estar en casa».
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