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A última hora de la tarde de un día cualquiera, el Pasaje Luz desmiente su nombre. Es un rincón más bien sombrío, donde la huella ... de la alta arquitectura que lo alumbró (el despacho de arquitectos GODB, de enorme fama en su momento) debe más bien intuirse, porque entre las tinieblas que empiezan a presidir nuestros pasos resulta difícil de calibrar. Lo contrario ocurre al mediodía de un soleado sábado. La luz triunfa, en efecto, en las entrañas del Pasaje Luz, sobre todo a la altura del patrio central, desde donde se distribuye la iluminación por los diversos ramales que tributan a ese punto, ombligo del complejo de torres de viviendas y galería comercial que se estableció a orillas del jardín de Viveros, frontera con el Colegio Alemán y con el entorno del Clínico, de donde procede por cierto buena parte de su vecindario, como nos avisa uno de los porteros de las fincas que forman el conjunto.
¿Se vive bien en estas torres? ¿Cómo son los pisos? Desde fuera, se antojan de elevada superficie, como acreditan también los manuales de arquitectura que alguna página han dedicado a reivindicar la magia de estos edificios. El portero confirma que sí, que son viviendas de elevado nivel, como lo corrobora luego una amable dama que cruza por el Pasaje Luz en dirección a uno de los edificios situados hacia Viveros. No, ella no vive aquí. Sí reside su hija con su pareja, que se mudaron hace apenas unos pocos años porque les gustaba la vivienda y porque ambos trabajan además en el Clínico vecino. «Lo peor es el mantenimiento», aclara. Lo dice en alusión a las cicatrices que el paso del tiempo ha ido depositando en la piel de las torres, muy visibles en las orientadas hacia las vecinas pistas deportivas de la Universidad. Bajo la luz del sol, sin embargo, el Pasaje Luz parece un lugar confortable, que cuenta como es norma en Valencia con su 'sin techo', apaciblemente dormido mientras el reloj avanza hacia el mediodía.
Tampoco le despierta de su sueño el incesante tráfico de gentes que vienen y que van por este haz de pasadizos donde habita una dinámica vida comercial que, tal vez, no alcanza el nivel de actividad en que sus promotores pensaron cuando lo pusieron en pie. Los vecinos más veteranos recuerdan que aquí se estableció en su día incluso el Corte Inglés, que instaló los servicios de hogar, reformas y cocina, entonces muy demandados. La lógica del comercio viró poco después en una trayectoria distinta, aquella oferta dejó de interesar en la misma medida a la potencial clientela y en consecuencia el latido comercial del Pasaje Luz empezó a declinar.
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Su vacío lo ocupa hoy el inevitable rosario de bares, de diversas tipologías, y una oferta de negocios que incluye la frutería y la farmacia de la fachada exterior, con vistas a las torres de la ciudad universitaria, y que alrededor de su ombligo integra también una tienda de ropa, un centro de belleza, un negocio de informática… Incluye además las oficinas de una promotora de viviendas para estudiantes y la sede de GoHub, un guiño hacia la modernidad y el futuro, los dos atributos que en su día encarnó el Pasaje Luz.
La luz por cierto deja de acompañar el recorrido cuando nos internamos en la zona donde triunfa un enorme ficus, cuya enorme sombra da cobijo a los paseantes que atraviesan hacia Viveros o los que cruzan en dirección al Clínico y alrededores. Es un espacio de nuevo umbrío, con un punto inquietante, porque convive con la masa vegetal un par de esculturas que recuerdan el momento fundacional, cuando esta clase de propuestas urbanísticas tal vez tenía un sentido superior. Los pasajes comerciales no terminan de cuajar en Valencia y este caso lo ejemplifica; al menos, en el Pasaje Luz resiste con gallardía, como tributo a los buenos tiempos, esa idea de que la buena arquitectura siempre funciona. Un aire de nobleza arquitectónica nos despide mientras el paseo fluye hacia las vecinas torres de Antonio Escario, donde esta misma sensación también prevalece.
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