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De alojamiento para clases más o menos humildes del gremio de artes gráficas, a privilegiado enclave para el sector acomodado de la sociedad valenciana: en la trayectoria que dibuja la consideración de los llamados chalés de los periodistas en nuestro imaginario late toda una teoría ... sociológica de alto interés… que no es sin embargo el objetivo central de las líneas que siguen. Cualquier habitante de la ciudad sabe situar con precisión donde se localiza esta singular urbanización, formada por una constelación de unifamiliares (pareados algunos de ellos) que se agrupan alrededor de la avenida Blasco Ibáñez, en su extremo más próximo a Viveros, y las calles adyacentes. Son una presencia familiar para Valencia desde hace más de un siglo, cuando se levantaron en aquella ciudad que no existe ya. La ciudad de la Valencia al mar y otras utopías que dejan como herencia este coqueto puñado de chalecitos que dotan de una belleza especial a ese tramo del centro, cuyos muros impiden conocer cómo son por dentro. Gracias a la amabilidad de uno de sus propietarios, ingresamos ahora en su interior: es un viaje hacia ese privilegio que significa vivir en un chalé… en el centro de Valencia.
La valla que precede a nuestro paseo por el interior es, como la mayoría de las que discurren por esta urbanización, una delicada maravilla floral. Bugavillas amarillas festonean el muro, esperando que pronto se sumen a ese festival de color y belleza unos ramilletes de rosas de pitiminí para dar la bienvenida al patio recayente a Blasco Ibáñez, un jardincillo presidido por una solemne palmera y un breve arbolado, que se acompaña de más flores y plantas en el recorrido hasta el zaguán. Salvando una leve escalinata, penetramos dentro de la casa, mientras nuestro anfitrión recuerda que lleva viviendo aquí ya 50 años después de tomar una decisión (adquirir su actual hogar) que implicaba una mudanza más bien sencilla: vivía con sus padres aquí al lado, en otras casas que dan a la calle Bernat y Baldoví, así que estaba muy familiarizado con un entorno donde palpita un concepto que expresa nada más empezar nuestra visita: calidad de vida.
Una calidad de vida que se aprecia no sólo en el lujo de disponer de un jardín con vistas a la avenida, sino de otro emboscado en la parte trasera, más amplio y dotado de mobiliario para añadir un toque de confort al arbolado (naranjos, aguacates) y a la armoniosa presencia de más y más plantas. Es también un lujo porque la casa se alza en un emplazamiento tan céntrico que el propietario recalca como uno de los atributos que más confort añaden a la experiencia de residir en este rincón de Valencia: «Estás al lado de Viveros, la Hípica y el Tenis, tienes el río al lado, cruzas y enseguida estás en Colón, vas andando a Mestalla o al Palau, tienes al lado el bus y el metro, un par de hospitales… Es de verdad muy cómodo». A esa comodidad propia de su enclave se agrega durante nuestro recorrido una gavilla de fortalezas que justifican que nuestro anfitrión sonría cuando le preguntamos si alguna vez se ha arrepentido de su decisión de haber adquirido esta casa. Una sonrisa que lo dice todo. ¿Siente que el privilegio de vivir aquí pueda despertar alguna envidia? Nueva sonrisa.
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El paseo interior va desde el saloncito de la entrada, un ameno espacio presidido por una chimenea que los dueños de la vivienda ponen de vez en cuando por el puro placer de asomarse al fuego y escuchar cómo crepita la leña, a través del cual se accede mediante una escalera hacia el piso superior: ambas plantas, como la tercera donde radica un estudio y otras dependencias, presidida por un señorial torreón, disponen de 80 metros cuadrados. En total, unos 240 metros repartidos por una parcela cuya superficie se eleva a 330 metros cuadrados, rodeada por unos muros que aportan su propia cuota de confort al conjunto: la casa es un poco escondite también, casi como una guarida. El rumor del tráfico es un lejano eco, amortiguado por tantas plantas y árboles, como enfatiza nuestro anfitrión: «Es una casa que te da mucha autonomía».
Esa autonomía, además de otras consideraciones, que explican que con el paso del tiempo los chalés de los periodistas se hayan convertido en codiciada pieza del mercado inmobiliario valenciano. El chalé vecino está en obras de reforma, como lo están dos situados hacia Jaime Roig que se transformaron en una única vivienda hace años y así se está ahora rehabilitando. Una rápida búsqueda por internet desvela que otra de las fincas se vende al precio de millón y medio de euros, cifra que da una idea bastante cabal de a cuanto se cotiza en Valencia el tipo de calidad de vida (de nuevo ese concepto) que los chalés de los periodistas aseguran. En el recorrido que ya termina observaremos que, en efecto, la palabra privilegio parece muy adecuada para definir cómo funcionan estas casas como máquinas de habitar. Es un lujo contenido, nada exhibicionista: un hogar como tantos otros, bien dotado de libros en el salón/comedor, que hace también las veces de biblioteca, con la funcional cocina ejerciendo como zona de paso entre el jardín delantero y el trasero. En ese salón orientado a Blasco Ibañez se aloja por cierto una de las joyas de la corona de este chalé: un mirador trapezoidal, dispuesto como un triángulo truncado que asegura unas envidiables vistas al jardincillo.
El otro elemento que llama la atención tanto desde la calle como situado bajo su sombra es el haz de balconcillos que desde los pisos superiores se asoman hacia el corazón de Valencia. Un paisaje urbano pero también con su punto ajardinado, porque el arbolado de la propiedad, toda su rica colección floral, confieren a los dueños de la casa no sólo de esa feliz prerrogativa de vivir en el centro de la ciudad dentro de un chalé individual, sino que les permite dejar que vuele la imaginación hacia el tiempo en que todo esto era campo… Huertas feraces que no conocieron ni los dos hijos del matrimonio ni tampoco sus nietos, que tienen en este espacio su lugar de esparcimiento para dicha de su abuela y de su abuelo, a quien se dirige la pregunta que abrocha el final del recorrido. ¿Vendería su casa? Nueva sonrisa por respuesta.
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