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Vivir y trabajar en El Carmen dentro de una caja de sorpresas
CASAS QUE HABLAN ·
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CASAS QUE HABLAN ·
Un acusado espíritu neorrenacentista triunfa en el hogar del arquitecto Ramón Esteve, que es también su estudioTambién puedes escuchar este artículo locutado por su autor, Jorge Alacid:
Es una casa pero tiene también algo de escultura. Es una pieza arquitectónica de estilizada belleza que habla con el entorno pero también con la historia. Es un diálogo espacial pero también temporal, bañado ... por la luz blanca de Valencia. Es presente, pero también pasado y en cierto sentido aspira a conquistar el futuro sirviendo como modelo inspirador para quienes acrediten la audacia que hace casi un cuarto de siglo impulsó al arquitecto Ramón Esteve a levantar en esta esquina del Carmen, cruce de todos los caminos, su vivienda. Que es también su estudio, dos funciones que ejerce con la discreción que distingue a la alta arquitectura. La que no aspira a apabullar: la que se decanta por enamorar.
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Un acto de amor que su casa ejerce, en un primer gesto ya muy radical, asomada hacia el exterior, hacia el dédalo de calles que la rodean, un emplazamiento en encrucijada donde se encierra uno de sus principales atributos: ubicada en la plaza Borrego i Galindo, la edificación mira hacia distintas orientaciones, una valiosa disposición que asegura un caudal de luminosidad que amplifican las paredes blancas de todo el edificio. Desde fuera, el visitante no puede hacerse cabal idea del espectáculo que aguarda adentro, una armónica red de pasillos y corredores que distribuyen el total del espacio, consistente en sótano, baja más dos y ático con terraza, mediante una sugerente escalera alfombrada como el resto de suelos por piedra de Ulldecona gris, que conecta el nivel donde radica el estudio con las estancias domésticas. El dormitorio principal, con su gimnasio particular, y el de invitados sirven como antesala al gran salón, volcado sobre la plaza a través de la ele que forma la refrescante terraza donde luce la madera de Iroko. El maderamen también da la bienvenida en el acceso a ras de calle: puertas de roble, láminas longitudinales que recubren los vanos en las distintas plantas del edificio y ocultan a la vez que muestran. Un inteligente guiño, un juego interior/exterior que Esteve completó con otra criatura de su invención: el levísimo balcón, de apenas un centímetro, que casi ejerce como motivo decorativo en los muros y forma una sugerente secuencia. Es también una especie de tipología personal, el balcón que luego se ha incorporado al catálogo propio de otros inmuebles del mismo barrio.
No es la única invención que adorna esta casa y que también debe a Esteve su autoría: mientras recorre con LAS PROVINCIAS los doscientos metros cuadrados de planta repartidos entre los distintos niveles de su criatura (incluyendo la zona estancial del sótano / garaje, que dispone de cafetería para los miembros del estudio y sala de reuniones), señala las distintas piezas del mobiliario que han nacido también en su estudio. Un estudio que tiene bastante de taller, ese sugestivo concepto que remite al imaginario que explica todo el edificio: un espejo de la inquieta personalidad de su autor, un «visionario» según su propia definición. Alguna audacia se requería, desde luego, allá por el año 2005 cuando por fin inauguró su casa para asombro de extraños («Me decían que estaba medio loco», sonríe ahora) y una dosis semejante de riesgo para convertir este espacio en una suerte de, en efecto, taller: porque el espíritu renacentista y la concepción artesanal de su oficio que animan a Esteve se refleja en su vivienda / estudio, concebido como un continuum donde la separación de espacios es más formal que orgánica. Como por otro lado ocurre en el entorno que rodea la vivienda: esa esquina del Carmen que, al mismo tiempo, algo tiene de ciudad y algo también de pueblo.
El espíritu antiguo del barrio más castizo de Valencia florece en otros detalles. Por ejemplo, en el respeto por la tradición que se observa en la intervención arquitectónica, que salvaguarda los restos de la antigua edificación del siglo XVII y organiza el conjunto manteniendo, en efecto, esa predisposición natural a retener el espíritu de la arquitectura de aquella lejana centuria. La armonía en el uso de materiales (acero galvanizado, más la madera y la piedra antes citadas) apunta hacia otro de los aspectos dominantes de la casa que Esteve destaca de su experiencia como habitante de su propia creación: el equilibrio. Una idea que surge con frecuencia durante el recorrido y que funciona como la clave de arco de su intervención: ofrecer una solución contemporánea a un entorno tradicional. O, en sus propias palabras, «hacer lo de siempre pero de otra forma».
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Ese sello singular que el arquitecto imprime a su vivienda, la reinterpretación en clave actual de una máquina de habitar que hunde sus raíces cuatro siglos atrás, se materializa en otra noción que también repite con asiduidad durante el recorrido: textura. La piel del edificio, su alma, acompaña al visitante como una presencia invisible, una guía espiritual que se evapora al contacto con el exterior: cuando salimos a la calle es cuando, por contraste, más valoramos la sensación de equilibrio (reaparece esa palabra) que Esteve confirió a su criatura. Y surge otra palabra clave: serenidad. La calmada atmósfera que prevalece en el interior, despojado de decoración. Un aire zen que envuelve uno de los conceptos a que recurre Esteve para interpretar su obra: la idea de renovación, que en su discurso sirve para explicar tanto su casa como el conjunto del barrio donde se erige, la siempre pendiente regeneración del Carmen, una línea del horizonte que no deja de moverse.
«Construir en el centro siempre es complejo», reconoce, crítico con la «endémica» falta de agilidad que detecta en la Administración para exprimir del barrio todo su potencial. «Yo estoy a favor de la regulación, ojo», advierte para que no se malinterpreten sus pensamientos, «pero no de todos esos excesos que hacen que todo se paralice demasiado tiempo». La falta de servicios que atenaza al Carmen se deriva en ausencia de masa crítica y caída de la población, dos factores que conspiran contra el futuro del barrio pero que, sin embargo, no borran la fina sonrisa de su rostro: Esteve reivindica en cada parrafada la satisfactoria experiencia de vivir en el corazón de Valencia, y hacerlo además en esta hermosa pieza de su creación, una osada decisión que ahora, un cuarto de siglo después, juzga reforzada «al cien por cien». Lo proclama en el dintel de entrada a su hogar, mimetizada con los alrededores sin dejar de defender su personalísima identidad, o cuando muestra las salas de su estudio: en una pared luce la colección de fotos de sus proyectos más recientes o en ejecución que viajan desde Valencia hasta Arabia, Italia o Estados Unidos. El alma cosmopolita que también caracteriza al Carmen, como distinguía a aquellos viajeros renacentistas en quienes parece haberse inspirado Esteve para levantar su finca, cuya fisonomía define con cuatro palabras: «Una caja de sorpresas».
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Apasionado confeso de la historia («Aquí se respira historia», subraya), nuestro anfitrión va concluyendo la visita mientras enseña el coqueto jardín vertical de la planta baja, rematado por la cercana corona del Centro Cultural del Carmen, y vuelve a sonreír: «En este barrio se vive muy bien». Explica que de hecho los integrantes del estudio residen en el entorno y se desplazan hasta su centro de trabajo a pie, en bici o patinete. «Eso es calidad de vida», resume. Y se despide con una nueva sonrisa final: «Lo que tengo aquí no lo puedo tener en otro sitio de Valencia. Esto es el alma de la ciudad».
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