La Lonja, y su salón del Consulado, fue el marco ideal: del 1 al 6 de julio de 1923, más de trescientos congresistas, institucionales e individuales, se dieron cita en nuestra ciudad para celebrar el Congreso de Historia de la Corona Aragón, una ocasión solemne ... y excepcional. Era la tercera que se celebraba en el siglo XX y, a causa precisamente de la historia que estaba por llegar, ya no volvería a ser posible hasta 1952. Una vez más, historiadores de Valencia, Cataluña, Aragón y Mallorca volvieron los ojos hacia un pasado compartido que tenía un monarca común: Jaime I, el fundador del Reino de Valencia.
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La 'Crida', el llamamiento a los historiadores de toda España para darse cita en Valencia, es un documento, redactado en septiembre de 1922 por el comité organizador, que consideraba la reflexión histórica como un deber intelectual no exento de valores patrióticos. «El conocimiento de nuestras cosas de antaño interesa a nuestros hombres cultos; y enfrente de esta obligación no hay excusas ni privilegios de excepción», asegura.
En la España de 1923, Cataluña llevaba la delantera en materia de exigencias autonómicas desde hacía ya muchos años. Era ya el nacionalismo, que invitaba a muchas y muy pertinentes reflexiones sobre la unidad española y la variedad de aspiraciones regionales, y sobre la escala de acción del pensamiento, entre lo internacional, que se instalaba en manos del progreso, y local, que no debía perderse en la bruma de la historia. «En nuestra colectividad regnícola, hallamos por una parte atributos generales que nos alistan al género humano», dice el documento que convocó al Congreso desde la Diputación y el Centro Valenciano de Cultura. «Pero de esta ley de unidad que nos lleva a la universalidad y el internacionalismo, surgen las de multiplicidad y variedad, nacidas por la actuación de la atracción nuclear, la cual establece las variedades así en lo corporal como en lo espiritual. Y que sirven para atraer hacia nuestro origen, y diferenciarnos de otros grupos antropológicos».
Valencia había tenido un pasado glorioso que era preciso revisar para conocerlo mejor. Y ello debía hacerse junto a quienes habían compartido aquella vieja federación de reinos: aragoneses, catalanes y baleares. Con esa premisa, la llamada a los estudiosos tuvo una excelente acogida: las memorias y comunicaciones fueron numerosas y los historiadores compitieron en buena camaradería a la hora de ahondar en los que nos une y nos distingue. Para excitar a los historiadores a ponerse a trabajar, la 'Crida' fue directa: «Cuando se trata de escarbar los cimientos de nuestra personalidad regional enfrente de otros pueblos civilizados… ¿podremos desertar y retirarnos cómodamente a nuestras casas?»
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Un éxito de organización
La organización del Congreso de Valencia fue confiada al Centro de Cultura Valenciana (hoy Real Academia de Cultura Valenciana), que presidía Faustino Barberá. Pero el Centro era entonces dependiente de la Diputación, presidida por Modesto Jiménez de Bentrosa. Valencianistas ambos, pusieron toda su pasión en que las cosas salieran bien y el congreso fue un éxito de participación y colaboración, tanto de las instituciones como de las entidades cultas de la ciudad.
Hay que anotar, además, que en Valencia había toda una generación de historiadores de gran valía y que en la Real Academia de la Historia -LAS PROVINCIAS publicó sus fotos el día de la inauguración-estaban José Martínez Aloy, Vicente Vives Liern, José Sanchis Sivera, el barón de San Petrillo, Francisco Almarche, Jesús Gil y Calpe, José Rodrigo Pertegás y José Deleito. Francisco Uhagón, marqués de Laurencín, entonces presidente de la entidad, se volcó a la hora de estar presente en Valencia con el prestigio de la institución.
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Previsto para mayo, el congreso se retrasó hasta julio por la falta de alojamientos en los días de la Coronación de la Virgen y porque no pocos catedráticos pidieron una fecha en la que ya hubieran terminado los exámenes. El congreso tuvo como tema el tiempo que media entre la muerte de Jaime I y el Compromiso de Caspe, es decir, los tiempos de forja, consolidación y expansión mediterránea de la Corona de Aragón, en los siglos XIII y XIV.
El congreso trabajó en las áreas de Historia y Arqueología con comisiones bien nutridas de expertos que celebraron sesiones todos los días. Las memorias y ponencias llenaron, junto con las actas, dos gruesos volúmenes en los que se usó tanto el castellano como el valenciano. De entre los estudios presentados hay algunos que han pasado a ser material de referencia en los trabajos históricos sobre Aragón, Mallorca y Cataluña.
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De los referidos a Valencia hay que destacar el trabajo sobre la Taula de Canvis, el que Elías Tormo presentó sobre la catedral gótica de Valencia, el del padre Fullana sobre la casa de Lauria, el análisis que hizo Carreres Zacarés sobre las exequias regias, o el de Rodrigo Pertegás sobre la ciudad de Valencia en el siglo XIV.Si curiosa es la ponencia que estudió el «ús de les ulleres» en el Reino de Aragón, un trabajo de Simón de Gilleums, en este congreso destacó la figura de Nicolau Primitiu, que trabajó sobre la molinería medieval. Por su parte, el padre Faustino Gazulla, con su análisis sobre el reinado del Papa Luna, y el padre Ivars, con sus aportaciones sobre el Drac Alat y el Rat Penat en la heráldica de la ciudad, fueron notables. La vida social, las cartas reales, los itinerarios de los monarcas, las actas de Cortes, etc. necesitaron en ocasiones verdaderos vaciados archivísticos en terrenos no explorados todavía hasta aquella fecha.
El gran éxito visual del congreso fue el uso, en el acto inaugural, del salón del Consulado da la Lonja, donde se había instalado al fin el artesonado de la vieja Casa de la Ciudad, un éxito del concejal Agustín Trigo y que toda España pudo conocer. Pero los congresistas visitaron también, en un nutrido programa, desde el Colegio del Patriarca a la Catedral, y desde las torres de Serranos a la Generalidad, desde hacía poco sede de la Diputación. Todos los monumentos de la ciudad fueron abiertos a los participantes, que celebraron también excursiones culturales a Llíria y Xàtiva, donde exploraron sus monumentos.
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