

Secciones
Servicios
Destacamos
Un hombre se levanta de los bancos traseros de la iglesia de San Juan y San Vicente, se persigna y camina hacia la nave lateral ... que conduce a la sacristía, pero cuando llega ante la puerta se desvía unos metros, mira hacia atrás y se cuela por otro acceso hurtado a la mirada de quienes no se sitúen a su altura. Acelera el paso y desaparece. No es una película de espías, aunque la escena recuerde esas imágenes tantas veces vistas en el cine. Es un gesto ritual, cotidiano, que se practica en el templo consagrado a ambos santos desde que se fundó, allá en 1916. Desde entonces, la iglesia cuenta con una salida hacia la calle Jorge Juan a través de un discreto jardín, secreto más o menos. Uno de esos secretos tan valencianos…
Secretos poco secretos, porque de tan divulgados pierden esa condición, aunque siempre hay quien confiesa que ignoraba la existencia de este apacible rincón, muy agradecido por quienes lo frecuentan. Por quienes transitan desde la iglesia hasta el Mercado Colón, que se sitúa justo enfrente. Feligreses que conocen desde antiguo este pasadizo y vecinos del barrio que, como acepta con una sonrisa el párroco, lo emplean como pasaje.
«Qué le vamos a hacer», bromea el padre Juan Moncho mientras cuenta las particularidades de este patio que une su encanto al propio de la iglesia que tutela desde el año 2007. Llegó hasta este enclave del Eixample valenciano con 58 años y hoy, a sus 75 años y recién regresado de un viaje al Vaticano para ganar el jubileo, recuerda los avatares que alumbraron el jardín más bendecido de la ciudad. La vecindad al templo, del que forma parte consustancial, justifica que cuando la Universidad Católica se hizo con la sede de la calle Jorge Juan que comparte espacio, quedara meridianamente claro que debía respetarse la integridad del jardín. «Eso era innegociable», señala el padre Moncho, quien observa que desde que sólo seis años después de inaugurarse la iglesia, allá en 1922, el entonces párroco («Un visionario», se admira) ya dejó por escrito la obligación de respetarse la titularidad de esta discreta propiedad, un coqueto jardincillo de cuyo mantenimiento se ocupa la Universidad vecina aunque también se beneficia de las aportaciones de los feligreses. «Uno de ellos fue quien plantó en la naranjo y el limonero», explica el padre Moncho.
El patio cuenta con más especies arbóreas. Plantas y arbustos que amenizan ese breve recorrido entre Jorge Juan y la iglesia, presidido por una cerámica impresa en una pared donde se conmemora el centenario del templo, una obra del arquitecto José Calvo Tomás que continuó su hijo Juan Luis y culminó Francisco Almenar, otro profesional de aquel tiempo, la Valencia finisecular que consagró primero a San Juan y más tarde también a San Vicente un edificio nacido para ofrecer servicio a los habitantes del barrio.
La iglesia posee por cierto otros admirables atributos. Construida por encargo del matrimonio formado por Rodrigo Sandoval y Joaquina Esquerdo, un vaso funerario en su honor preside una de las capillas, la llamada capilla de la Comunión, como explica el divulgador Juan Díaz Arnal en una de sus publicaciones sobre la historia de nuestra ciudad. En ella informa de ese pintoresco detalle, el jardincillo al que acceden luego de la misa diaria de doce un grupo de parroquianos, para quienes representa en efecto una doble bendición: por su carácter religioso y porque permite llegar a Jorge Juan evitando dar la vuelta a la manzana.
- O sea, que el jardincillo les viene bien a todos.
- Bien, no. Nos viene muy bien. Sobre todo, a los feligreses.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.