![Joyería Giménez en Valencia | Joyería Giménez, el establecimiento que abrochó el Rolex a la muñeca de los valencianos](https://s1.ppllstatics.com/lasprovincias/www/multimedia/202207/14/media/cortadas/Carlos%20Gim%c3%a9nez-Rt987mbkFsYvK2UH0qX8XCI-1248x770@Las%20Provincias.jpg)
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También puedes escuchar este artículo locutado por su autora, Laura Garcés
Tic-tac, tic-tac, tic-tac... A ese ritmo empezó todo en la familia Giménez. Corría el año 1889 cuando el maestro relojero José María Giménez empezó a dar en Valencia las ... horas de lo que con el avance de aquellos cronógrafos a cuya reparación y ajuste consagró la vida, se convirtió en la emblemática Joyería Giménez, establecimiento que vivió lo suficiente para pasar por las manos de cuatro generaciones.
Y con 133 años ya cumplidos, el pasado abril, bajó la persiana para siempre. Carlos Giménez, bisnieto del artesano fundador, sin sucesión para el negocio, tuvo que cerrar los escaparates del 35 de la calle Colón ante los que resultaba imposible no detener los pasos, si no para comprar, sí al menos para disfrutar de la belleza de las joyas y el estilo de los relojes que brillaban tras los gruesos cristales que enmarcaban como obras de arte zafiros, rubíes, esmeraldas y diamantes. El mostrador del «gran lujo», esa fue la marca de la casa.
Este establecimiento inscrito con letras de oro -expresión que hoy más que nunca viene como anillo al dedo- en la historia de la ciudad del Turia, tiene mucho que contar. La amable y amena conversación con LAS PROVINCIAS que ofrece Carlos Giménez, el último propietario gerente, confirma que en ese comercio hay mucha Valencia vivida. De la mano de la histórica joyería los valencianos abrocharon el preciado y preciso Rolex a sus muñecas, sin olvidar que no pocos optaron por servirse en la misma casa del Patek Philippe.
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Dice Carlos que llegaron «a tener las quince principales marcas del mundo. Durante muchísimos años sólo tres joyeros en España teníamos exclusividad de Rolex. En ciudades como Madrid, Bilbao o Barcelona varios los tenían». Pero, insiste, en Valencia «durante mucho tiempo tuvimos la exclusividad». Y, además, «abrimos la primera boutique Cartier» en Nuevo Centro para un público que perseguía lo exclusivo. Mucho antes ya se había dicho, recuerda, que «el primer reloj eléctrico que daba la hora en la ciudad era de Giménez».
Es la casa donde se materializaron muchos compromisos de matrimonio responsables de que varias generaciones hayan encadenado la sucesión de familias valencianas. «Se iba a casar el 'xiquet' o la 'xiqueta' y venían las grandes familias que buscaban los mejores diamantes en los anillos de pedida para las novias o el reloj para los chicos», recuerda el joyero al tiempo que relata que «la reina de la joyería ha sido siempre la sortija. La pedida -recalca- era un buen brillante para ella y un buen Rolex para él». También había apuestas por el Patek y «quien no llegaba, un Omega, un Longines...».
El de hoy es un viaje al lujo, a una tienda que descubre la fuerza del comercio en las entrañas de una ciudad. A caballo entre los siglos XIX, XX y XXI la firma convivió con los valencianos desde que en 1889 José María Giménez, maestro relojero bisabuelo de Carlos, «ante los numerosos encargos que le llegaban de reparación estableció un comercio» en la Bajada de San Francisco, donde hoy confluyen las calles San Vicente y María Cristina.
«El bisabuelo abrió tienda, pero no le empujaba el espíritu comercial. Era artesano, le gustaba reparar y cuanto más difícil mejor, aunque tuviera que trabajar de noche», recuerda Carlos. Eran los felices años veinte del pasado siglo cuando llegó el abuelo, Juan, que «vendió mucho», tanto que se trasladó al número 6 de la calle de la Sangre, «pegadito a la esquina donde estuvo Barrachina». Vendía «relojería gruesa: de pared, despertadores, de antesala, de cocina...», justo cuando «el reloj de pulsera empezaba a popularizarse. Mi abuelo Juan se avergonzaba, pedía perdón a Dios por ganar tanto dinero», dice el nieto entre cariñosas sonrisas.
«Cuando acabó la guerra, mi padre, Francisco, tomó el relevo», apunta el guía de nuestro viaje en el tiempo. Él dio el salto «para instalarse en la entonces plaza del Caudillo, en el número 16, pegado al Ateneo y al Rialto». Y, casualidades de la Historia, señala, «nuestro casero era 'el cuñadísimo' de Franco, Ramón Serrano Suñer, que decían que era el que llevaba España».
Francisco «era de mundo, ya cogía aviones para ir a Suiza», la patria de los medidores de tiempo, y además, «introdujo la joyería». El negocio avanzaba y llevado por la moda de «dar nombres sofisticados a las tiendas, mi padre puso 'Importaciones de Suiza' en grande, y abajo gerencia: relojería Giménez». En el rótulo de la tienda, como en el papel de la correspondencia, ondeaban impresas las banderas de Suiza y España. «Aquello era decir, aquí estamos, era la bomba».
Generación tras generación fueron escribiendo junto a los habitantes de la ciudad el relato de una trayectoria de esfuerzo, una carrera de superación enraizada en la filosofía del compromiso familiar por «estar hechos una piña, ser austeros», aclara Carlos. «Hemos reinvertido todos nuestros beneficios, algo que se dice en una frase, pero es difícil. Nos pusimos el primer sueldo cuando nos casamos, 25.000 pesetas».
Carlos y su hermano Paco llegaron a la joyería ante el fallecimiento de su padre a mediados de la década de los sesenta del siglo XX. El primero tomó la gerencia de la joyería en el corazón de la ciudad. Grandes escaparates de cristales biselados, mármoles, bronces y madera era el radiante escenario que dejó el padre. Llegó el gran lujo y la alta joyería. «Eso es Giménez», asevera el joyero además de apuntar que aquella céntrica tienda se amplió. Luego vino el portento de Colón 35, sin dejar de lado que en esa misma calle abrieron otro establecimiento pequeño. Siguieron creciendo. Fue entonces «cuando vendí la tienda pequeña de plaza del Ayuntamiento y la de la calle de la Sangre para abrir en Nuevo Centro donde pusimos la Boutique Cartier».
El alma de la tienda que se puso del lado del lujo valenciano fue Carlos Giménez, un predestinado a ser joyero. ¿Por qué? Su padre era eslabón de una saga del oficio y mi madre, «hija de la familia de joyeros más importante de Barcelona, los Vendrell. A mí me caen cuatro generaciones Giménez y cinco Vendrell», responde el joyero que con simpático orgullo acerca a la conversación que la firma de su casa «se asentó en la capital antes incluso que el Valencia CF, que aún tardó treinta años en llegar».
Ya ven, una institución, una piedra preciosa en la construcción de la ciudad. El día que cerró, a Carlos Giménez le saltaron las lágrimas.
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