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Antesala de la habitación reservada para los Reyes de España, con un espléndido socarrat a su entrada. José Luis Bort

Viaje a los secretos de El Puig, corazón de la espiritualidad valenciana

El monasterio, faro religioso de la Comunitat, es un monumento cargado de historia y de riqueza artística que guarda algunos secretos: su asombroso archivo, voluminosa biblioteca y misterioso museo subterráneo bajo la iglesia, forrado de piedra de Rodeno

Jorge Alacid

Valencia

Domingo, 27 de octubre 2024, 01:01

Desde lejos, la fisonomía del Monasterio de Santa María de El Puig intimida. Su aspecto de fortaleza, una privilegiada atalaya encaramada a una roca desde ... donde observar el mar cercano, vigilar Valencia y las huertas de su entorno y tutelar la vida del municipio donde se ubica, convive visto de cerca con su atributo más distintivo: un depósito de honda espiritualidad. Subiendo hacia un lateral por las imponentes escaleras, que ejercen de gradas para la proyección del cine de verano, aguarda en una recoleta puerta el padre Manuel Anglés, comendador de la orden mercedaria que custodia el templo desde su fundación, con algún paréntesis que explicará luego. En su función de guía, acaba de despedir a un grupo de vecinos de Manises luego de recorrer el monasterio; como cicerone de ocasión para LAS PROVINCIAS, nos enseñará aquellos rincones que pasan más desapercibidos. Comienza nuestro viaje hacia el corazón del origen de la Valencia cristiana.

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  1. En el principio fue el rey: galería, refectorio y capilla

La visita comienza junto al claustro alto, cuyas impresionantes galerías (miden de largo más de 40 metros) se decoran con las vidrieras que todo buen valenciano conocerá: en ellas lucen los escudos de ciudades grandes y pequeñas, según una secuencia cuyo código tiene que ver, según Anglés, con la exhibición de los colores de la antigua bandera del reino de Aragón. En una esquina, el refectorio, hoy sin uso: la actual comunidad de religiosos, que llegó integrar a una cincuentena de frailes, se limita a cinco personas, incluido nuestro guía. No necesitan de los servicios de esta dependencia ni tampoco de la capilla aledaña, consagrada a San José y bellamente decorada por cerámica de Manises. Anglés nos explica en un fluido latín que la estancia se denomina 'De profundis', dos palabras originarias del salmo 129 que se reza por los difuntos. Su espectacular lámpara votiva ilumina las escenas con la vida del santo que nos espían desde las paredes, donde brilla también una hermosa escultura de Cristo crucificado debida a la mano del artista Ignacio Vergara. El sobrecogedor silencio impone: en efecto, esta es una ruta que oscila entre las maravillas del arte, el peso de la historia y un poderoso sentido de lo espiritual. Tal vez los tres atributos c que más pesaron en el ánimo del Rey Jaime I cuando ordena la construcción del monasterio: el páter señala hacia la montaña cercana, que en El Puig se conoce como el castillo, donde se alzaba en efecto una mole de forma triangular: era el castillo de Enesa, a cuyos pies se libra la batalla fundamental para la conquista de Valencia, las tropas cristianas prosiguen su avance luego de derrotar al Ejército árabe y la fe en Cristo prevalece por fin entre nosotros desde entonces. Estamos en 1237: casi 800 años después, el idilio de este espléndido ejemplo de arquitectura con Valencia entera se mantiene y profundiza.

Vista exterior, refectorio y capilla. J. L. Bort
  1. Un símbolo de nuestra identidad: el salón gótico

Esa condición de faro espiritual quedó sellada entonces en El Puig y revive cada día. No sólo porque son frecuentes las visitas de grupos y particulares, sino porque su iglesia opera además como parroquia del municipio y son además numerosos los colectivos que tienen entre sus muros una especie de refugio donde reposa su devoción por el monasterio en su conjunto, sino también por su preciosa iglesia (tan solicitada para ceremonias: bodas, bautizos y comuniones, nuestra famosa y particular BBC) y por supuesto porque alberga a la muy querida Virgen, de acusada devoción entre sus innumerables fieles. Son capítulos de la historia que el comendador explica con erudición pero también con sencillez mientras recorre una de las estancias principales del convento: su salón gótico, construido según ese estilo en los tiempos fundacionales del monasterio, donde se exhiben además una serie de incunables que acreditan la rica trayectoria de El Puig vinculada al arte de la imprenta. Un museo dedicado a este oficio se ubica en la zona inferior de la construcción; de las joyas que custodia brillan aquí unas cuantas que Anglés examina con curiosidad y cariño. Llama nuestra atención sobre uno de los tesoros que se guardan en una vitrina (el libro impreso más pequeña del mundo, nacida del taller de Gutenberg, nada menos) Luego apunta hacia el cercano claustro y nos invita a acompañarle: estamos en la llamada luna, el espacio al aire libre que nos sirve para cerciorarnos de que, como nos viene avisando, la traza del templo es esencialmente renacentista. Su aspecto tan herreriano nos remite sin duda a otro monasterio, el del Escorial, cuya fisonomía tanto recuerda a la que distingue a El Puig, incluido un detalle primordial: su magnificencia. Unas elevadas proporciones, majestuosas, que ayudan a detonar el principio activo que estará presente durante todo el recorrido: una invitación a profundizar en la fe.

  1. La iglesia, con su cripta y otros misterios

Opina el padre Anglés que el monasterio dispone de un sello diferencial respecto a templos semejantes repartidos por Valencia: entre sus paredes está arraigada de manera férrea una considerable dosis de la identidad de nuestra Comunitat, reflejada en lo intangible (la devoción que habita en el alma de cada cual) pero también en detalles más prosaicos. Esos escudos que lucen en las vidrieras rodeando los dos claustros costaban 11.000 pesetas de los años 70, una cuantiosa derrama para la época (una barra de pan costaba 9, 60 céntimos de ahora, por si sirve de pista), como enfatiza mientras descendemos por las elegantes escaleras hacia (tal vez) la joya de la corona de nuestro recorrido: la iglesia del monasterio, un armonioso espacio donde (de nuevo) se hace muy presente ese aspecto de arraigada espiritualidad que nos guía durante toda la visita. Con nuestro cicerone cruzamos hacia el altar, reparamos en la belleza de las capillas laterales, nos admiramos ante el hermoso sepulcro de alabastro donde se supone que duermen los restos del tío del rey Jaime, de maravillosas filigranas y custodiado por supuesto por un león, símbolo de fortaleza. También alcanzamos a conocer uno de los secretos que preserva el templo: escondida en un lateral de altar, una trampilla da acceso a la antigua cripta, hoy una especie de aljibe de escasa profundidad: miramos dentro con el comendador y sentimos un leve escalofrío, aunque nos asegure que este espacio subterráneo carece de enterramientos. Al revés, en la pared colindante donde se alza el retablo unas muescas sobre la piedra (una misteriosa letra R mayúscula) sí se custodian los restos de la Duquesa de Segorbe y sus hijas. Mito y realidad, fusionados un recinto cuya pieza principal nos saluda desde otro lateral: la hermosa puerta románica-gótica, principal vía de entrada al templo, con sus bellos capiteles historiados, que remite a esa noción de fortaleza militar que ilustra cada paso de la visita. La hermosa piedra de Rodena añade un guiño de raíz local al paseo, que tiene ahora otra cita con la Historia: con la Historia de la Monarquía.

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  1. Los Reyes estuvieron aquí: esperando a Leonor

La vinculación de El Puig con las casas reinantes en España a lo largo de tantos siglos de vida se detiene en un recodo de las galerías inferiores, hacia donde el padre Anglés dirige sus pasos siguiendo un itinerario que tiene mucho de científico (nos ayuda el rigor racional depositado en el arte renacentista con que se levantó el edificio) pero donde triunfa también un aire laberíntico: nos perderíamos por sus pasillos y recovecos si careciéramos de su guía, que ahora señala hacia una esquina donde aguarda una hermosa estancia. Una lápida descubre el secreto: 'Estancias reales de SS MM los Reyes de España'. Una inscripción que precede al ingreso en una sala de hermosísima factura, panelada en madera por completo, con la estilizada viguería decorada en un elegante verde oscuro y un par de impresionantes socarrats guiando la caminata hacia la emboscada puerta que da acceso, en efecto, a la habitación destinada a los Reyes de España… cuando sea que visiten Valencia. No es el caso de los actuales pero sí de los anteriores. Juan Carlos y Sofía ya estuvieron en El Puig en 1972, cuando sólo eran príncipe, y luego también se alojaron en este recinto en 1976 y 1977, con ocasión de sendos viajes a la Comunitat, que sirvieron para rendir tributo a la férrea asociación del monasterio con la Corona desde que aquí naciera Leonor de Aragón, reina de Castilla. Un privilegiado eslabón en la cadena sucesoria del reino de España que justifica el timbre de honor depositado en estas estancias que nos dicen adiós: el padre Anglés nos lleva ahora a la parte menos conocida del edificio. Los rincones secretos que nunca se enseñan: la biblioteca, el museo y el archivo.

  1. El Puig desconocido: archivo, biblioteca y museo

Cerca de las dependencias reales, tras una puerta que pasa inadvertida, el comendador del monasterio nos descubre una sorpresa. Escuchamos el rumor de conversaciones cercanas, porque en esta parte del recorrido tienen sus habitaciones privadas los religiosos que van y vienen por el edificio, y vemos deslizarse una llave que da paso a una habitación de modestas dimensiones pero elevado valor: aquí se custodia el archivo de El Puig, legajos agrupados en cartapacios y estanterías corredizas, entre los cuales figuran un par de pergaminos originales, que llevan la firma del mismo rey Jaime. Es un momento de especial intensidad. Impresiona el mimo con que Anglés curiosea entre los tesoros que guarda esta sala, como esa especie de libro de cuentas de la época en que nació el monasterio y otros manuscritos que nos llegan desde tan lejanos siglos y hoy mantienen su interés para los investigadores, fundamentales para conocer de dónde venimos e intuir hacia dónde vamos. La visita por la parte desconocida prosigue unos pasos más allá, porque espera otro rincón indispensable para descifrar la historia del monasterio, su biblioteca. Cerrada al público desde que, como dice el fraile mercedario, entronizamos a «san Google», conserva más de 55.000 volúmenes de distintas áreas de conocimiento, así como otros bienes. Indumentarias religiosas, por ejemplo, que hablan también de la historia secreta de El Puig, de la que nos informa igualmente otra sala que no se abre al público y se encuentra bajo la cota cero. Su museo, una pieza excavada bajo la iglesia, donde reaparece la preciosa piedra de Rodeno para sellar el fin del recorrido entre los anaqueles donde se exponen algunos de sus bienes más preciados, que conspiran para que cuaje el sello diferencial del recorrido: su condición de brújula religiosa y moral, ese legado que desempeña desde su fundación y atraviesa el tiempo. El calendario donde se inscribe su historia, que el padre Anglés recita como una jaculatoria: el lejano año de 1237 cuando el Rey Jaime manda erigir el monasterio, la muerte del padre Jofre en 1417, el inicio de las obras del actual edificio en 1588, que concluye en 1670… La desamortización de 1865, que desaloja a los frailes hasta 1921, su segundo regreso en 1947 luego de la Guerra Civil y su reconversión para otros usos (sede del Ayuntamiento, juzgado de paz, cuartel de la Guardia Civil, prisión de los bandos consecutivamente durante la contienda fratricida e incluso alojamiento para familias pobres), hasta que en 1985, el final de la restauración de los edificios. Una obra en realidad inacabada, como su propósito fundamental: atender las exigencias de orden espiritual de sus feligreses. Ser fiel por lo tanto al objetivo con que nació: convocar la belleza del arte, la importancia de la historia y ese intangible llamado fe.

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