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La portada del palacio del duque de Mandas llegó a los Viveros en 1961. LP

Viveros, tres puertas a ninguna parte

El jardín luce tres portadas de edificios ya desaparecidos pero sigue sin resolver la conexión con San Pío V

F. P. PUCHE

Miércoles, 30 de junio 2021, 20:38

Tres puertas, tres. Tres portadas de conventos y palacios, monumentos perdidos de la ciudad, se acumulan en una zona de los Viveros cercana al Museo de Bellas Artes. Son el emblema de un «quiero y no puedo»; el recuerdo de un intento en ... el que la ciudad lleva invertidos nada menos que ochenta años. ¿Qué mejor que comunicar el gran parque de la ciudad, los históricos Jardines del Real, con un magnífico museo de pinturas? El sueño, además, es un intento de redención de todos los pecados del patrimonio: pongamos allí, al menos, el recuerdo de lo que no hemos sabido salvar de los derribos.

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La historia de nuestras puertas hay que remontarla al año 1945, cuando regresó a Valencia Javier Winthuysen, el mejor jardinero paisajista de España, a quien debemos la salvación y recuperación del jardín de Monforte, en los primeros años de la posguerra. A este pintor y diseñador de parques se debe, con toda probabilidad, la idea de comunicar y hacer permeable con el vecino jardín el Museo de Bellas Artes que se trasladó a San Pío V en el año 1946, procedente del convento del Carmen. Para esa comunicación, el paisajista sevillano ideó que la pinacoteca tuviera un acceso lateral al que se llegaría por escaleras, y que los Viveros adecuaran un espacio que tuviera como eje una avenida accesible para automóviles, al menos para algunos coches bien seleccionados. La idea de comunicar jardines y museo dio como resultado, en 1952, el adecentamiento de la zona próxima, donde nació el llamado Jardín de San Isidro.

Los Viveros, mejorados con el esfuerzo del jardinero mayor Ramón Peris, cambiaron lentamente tras la guerra: en 1942 se tendió un puente entre las Montañitas de Elio y la Feria Muestrario y en 1946 se cedió suelo para el Centro Meteorológico Nacional, que se levantó donde todavía permanece. Al pie de «les Montanyetes», en 1953, se mejoró la zona con una ampliación presidida por dos estanques.

En la parte dibujada por Winthuysen no se abrió la comunicación, pero algo se hizo: alrededor de la fuente de la Valldigna -devuelta después al monasterio aunque la ciudad la compró en el siglo XIX- se ubicó un pavimento de cantos rodados donde aún podemos ver dibujado el escudo de la ciudad. En un rincón, unos paneles cerámicos, de los que queda el esqueleto, ofrecían una colección de los viejos oficios gremiales, hoy desaparecida. Por el lado del río, el museo hizo desaparecer un feo caserón con puerta y la ciudad puso verja a imitación de la que se trasladó desde la Glorieta. Por esos años el ingeniero Piera dirigió las obras de rectificación del trazado del paseo de San Pío V para ganarle anchura a costa del cauce del Turia.

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La portada del convento de San Julián, colocada en 1952. LP

El convento de San Julián

En la calle de Sagunto, Valencia tuvo alguna vez un convento, llamado de San Julián, que fue derribado sin complicaciones en el año 1944. El Ayuntamiento se limitó a pedir que se conservara la portada, como se había hecho en 1933 con el convento de Jerusalén. En aquel caso, nunca más se ha sabido qué pasó con las viejas piedras; en el de San Julián, al menos, fueron trasladadas finalmente y ubicadas de nuevo en un hipotético punto de paso de los Viveros al museo de pinturas. Allí siguen ahora, aunque no comuniquen.

La obra quedó lista en 1952 con el acopio de otros sillares procedentes de derribos. Y en su día tuvo un recuerdo a un trabajador muerto en accidente durante las obras, en septiembre de 1951.

La puerta es de estilo barroco y en la parte superior muestra el símbolo de la orden agustina, un corazón atravesado por flechas, y el año de 1697. Arriba, ahora, aparece la figura de San Isidro en una hornacina.

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Un proyecto para Franco

Quizá animado por esta puerta y su significado, el arquitecto Luis Albert, que trabajaba para la Diputación, dio la campanada al preparar un proyecto colosal fechado en marzo de 1954. Había visto desdoblado ya el Palau de la Generalitat, un proyecto de su cosecha, y ahora ofrecía doblar el conjunto de San Pío V con la finalidad de que el Jefe del Estado tuviera en Valencia una residencia oficial.

Museo, patios, jardines y palacio se fusionarían en un complejo, de arquitectura escurialense, realmente digno de un dictador. Nunca se ha sabido si Franco llegó a conocer la idea, ni si en realidad llegó a ser tenida en cuenta en el Ayuntamiento y la Diputación. El proyecto invadía los Viveros y nunca llegó a ser considerado, que se sepa.

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Duque de Mandas

Al decir de Sanchis Orduña en LAS PROVINCIAS, la zona era «inhóspita y destartalada» hacia 1960: tras la riada de 1957 los jardines se habían degradado y había que recuperarlo todo, metro a metro. El museo, dañado también, tenía dentro de sus lindes un almacén de piedras antiguas sin clasificar. El Ayuntamiento, por su parte, vivía el mismo problema pétreo. Es así como la portada del palacio del duque de Mandas, una construcción del siglo XVI propiedad de los Ladrón de Guevara, que estuvo en la calle de las Avellanas número 12 hasta su derribo, en 1865, fue el siguiente monumento en viajar hasta los Viveros. En el año 1961, con la aportación del arquitecto Florencio Ramón Ruiz, la puerta quedó ubicada en el límite de la propiedad municipal, dispuesta a servir de verdadero paso al museo.

La obra renacentista lucía en lo más alto es escudo nobiliario de la familia, flanqueado por dos guerreros, portadores de mazas y vestidos de pieles. En tiempos pasados los valencianos les llamaron la «Casa dels Gegants» y de la «Casa de les Maçes», aludiendo a las cachiporras y al apellido de los propietarios, los Maça de Linaça. Valencia confesaba haber pecado consintiendo el derribo; sin embargo, rara vez se pasó por ese portal.

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Tras el derribo del palacio de los condes de Alcudia,la puerta fue instalada en Viveros en 1965. LP

Condes de Alcudia

Al bajar desde el puente del Real hacia la plaza de Tetuán, un moderno edificio blanco nos deslumbra. Es obra del gran arquitecto Miguel Fisac. Pero en su solar, hasta mediados de la década de los sesenta, estuvo el palacio de los condes de Alcudia y de Gestalgar, llamado también de los Moroder, apellido de su último propietario.

Derribado el caserón, el Ayuntamiento se reservó la portada, del siglo XVIII. Y la tenemos ahora en los Viveros, cerca de las otras dos, luciendo el escudo de la familia Jofré, que habitó la mansión en su día.

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Esta puerta no da exactamente al terreno del museo, sino a los propios Viveros. Pero tampoco se abre. En tiempos recientes se le colocó, como a la del duque de Mandas, unas hojas metálica caladas que le dan algo de prestancia. Pero tampoco sirve como acceso: para empezar, están atascadas y ni se pueden mover.

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