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Durante generaciones, la inteligencia ha sido un tema de debate entre científicos, educadores y familias. ¿Es cuestión de genética o del entorno? ¿Influyen más el padre o la madre? Son múltiples los estudios que han intentado arrojar luz sobre esta cuestión. Sin embargo, una investigación pionera de la Universidad de Cambridge, realizada en 1984, cambió el rumbo de este debate y abrió una línea de estudio que ha seguido ganando fuerza.
El citado estudio de Cambridge reveló que los genes relacionados con la inteligencia se transmiten con mayor probabilidad a través del cromosoma X, es decir, de la madre. Dado que las mujeres poseen dos cromosomas X (frente al único que tienen los hombres), los hijos tienen más posibilidades de heredar estos genes de sus madres. Esta conclusión supuso un cambio importante en la comprensión del papel de la genética en el desarrollo intelectual.
Lo que hizo especial a esta investigación fue que no se limitó a un enfoque teórico. Los investigadores analizaron componentes genéticos y bioquímicos del cerebro y comprobaron que los genes maternos desempeñan un papel fundamental en la formación de las estructuras cerebrales responsables del pensamiento y el razonamiento. Todo ello se debe, en parte, a lo que la biología denomina 'genes condicionados': genes que se comportan de manera diferente según si proceden del padre o de la madre.
Pero no todo se reduce a la genética. Según los investigadores, el vínculo emocional entre madre e hijo también desempeña un papel crucial en el desarrollo de la inteligencia. Un entorno afectivo, en el que el niño se sienta seguro, querido y estimulado, favorece el desarrollo de habilidades como la curiosidad, la resolución de problemas y la creatividad. La inteligencia, en este sentido, no es solo una cuestión de herencia, sino también de vivencias.
Aunque la ciencia apunta a una herencia materna predominante en lo que respecta a la capacidad intelectual, los factores externos no deben pasarse por alto. El entorno en el que crece un niño puede potenciar —o limitar— sus capacidades. Entre los elementos que más influyen se encuentran:
- Educación. Una formación de calidad, desde edades tempranas, es decisiva para estimular el desarrollo cognitivo.
- Nutrición. Una dieta rica y equilibrada durante la infancia es clave para el buen funcionamiento del cerebro.
- Estimulación temprana. Juegos, lectura, música y actividades creativas fomentan la inteligencia desde los primeros años.
- Entorno familiar. Vivir en un hogar que apueste por el aprendizaje y la exploración refuerza el desarrollo intelectual.
- Relaciones sociales. La interacción con otras personas permite desarrollar habilidades sociales, emocionales y cognitivas.
- Acceso a recursos. Contar con libros, tecnología y materiales educativos en casa facilita el aprendizaje.
- Bienestar emocional. Un entorno emocionalmente estable y sin altos niveles de estrés ayuda a que el cerebro funcione a pleno rendimiento.
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