Tic, tac, tic, tac, tic, tac... «Mira, aún hasta me tiemblo y me entra frío al recordarlo». El policía nacional José Luis Eslava Eslava se ... frota y señala las manos en su casa de Mislata. Deja la vista mirando a un punto inerte al fondo de su comedor. En lo alto de un mueble, la foto de una sobrina con el uniforme de la Guardia Civil. Y la de uno de sus dos hijos. También agente. En la solapa de la chaqueta de José Luis, una insignia de la Asociación de Víctimas del Terrorismo de la Comunitat Valenciana.
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'Tic, tac, tic, tac...'. Ese fue el minúsculo ruido que dejó congelado en el asiento de su Opel Kadett al hombre de 69 años nacido en Carboneras (Cuenca). Habían pasado cinco años desde que una bomba trampa de ETA lo hirió en San Sebastián a él y a otros dos policías nacionales en 1981. Con una pierna destrozada y sin poder volver a patrullar. Años pasados pero las heridas del alma sin curar. Aquel día del 'tic, tac' José Luis estaba en el garaje de su casa en Mislata. «Bajaba siempre solo, antes que mi mujer. Por si acaso... Había un silencio tremendo». En cuanto el vecino de Mislata se sentó frente al volante se quedó petrificado. «Ya está, me han metido un 'petardo' debajo», rememora.
'Tic, tac....'. Pasaron varios minutos de angustia hasta que decidió empezar a levantarse lentamente y salir del coche. Se alejó y miró a varios metros el Kadett. Pensó en llamar a los especialistas en desactivación de explosivos de la Policía Nacional. Temía estar siendo víctima de su psicosis. La misma que le llevaba a mirar cada día bajo el vehículo desde que sufrió el atentado. La misma que le hacia sentarse en los bares siempre en una silla que le permitiera estar de cara a la puerta, para controlar en todo momento quien entraba. Al final decidió armarse de valor y acercarse de nuevo al turismo para comprobar bien de dónde venía el ruido. «Entonces recordé que el Kadett tiene un reloj de esos antiguos de manillas. El 'tic, tac' salía de ahí y el tremendo silencio del garaje me hizo creer que estaba siendo víctima de otro atentado».
José Luis Eslava es uno de los 190 valencianos heridos en atentados de ETA y reconocidos por el Estado como víctimas. «Yo habré recibido unos 100.000 euros por aquello», recuerda el valenciano. Afortunado en este sentido. Son cerca de un centenar los lesionados en atentados a los que no se ha concedido este reconocimiento. Las cifras las arroja ahora el estudio 'Las víctimas frente al terrorismo de ETA', un informe de más de una quincena de expertos para la Fundación de Víctimas del Terrorismo (FVT).
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Los investigadores Gaizka Fernández, del Centro Memorial de Víctimas del Terrorismo, y María Jiménez, de la Universidad de Navarra, son los que detallan la cruenta realidad con 'Un rastro de sangre, la historia de ETA a la luz de los heridos que causó', capítulo incluido dentro del ttrabajo coral. El informe sitúa en 2.658 los heridos en atentados de la banda terrorista. Los reconocidos como víctimas por el Ministerio del Interior. Muchos otros no lo son. Ni siquiera la que está considerada la primera víctima del terrorismo. Un maestro de Zaldívar (Vizcaya) al que etarras de 'Zutik', el órgano abertzale que fue el embrión de ETA, le propinaron una paliza el 6 de diciembre de 1963. «Una paliza de la que probablemente quedará marcado. Y esto no es violencia... es autodefensa», afirmaban ya entonces los abertzales con el maleable lenguaje con el que tanto han sabido camuflar su sanguinaria realidad y como recoge el estudio para la FVT. Interior jamás reconoció como víctima a ese profesor.
De los 190 valencianos, 120 de ellos fueron golpeados por la banda asesina fuera de la Comunitat Valenciana. Como José Luis. Otros 70 en atentados cometidos en la región valenciana. 28 de ellos en el golpe más mortífero propinado por los terroristas en nuestro territorio: el atentado de Santa Pola de 2002 en el que fueron asesinados la niña de seis años Silvia Martínez Santiago, que jugaba en las dependencias del cuartel de la Guardia Civil junto al que estalló un coche bomba, y Cecilio Gallego, que esperaba el autobús en una parada cercana. 28 personas resultaron heridas, el año más trágico en este sentido, dentro de la franja entre 1985 y 2005 que recoge el estudio. 55 lesionados por ETA en Alicante, 14 en Valencia y uno en Castellón.
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7 de diciembre de 1981. Mientras viva no olvidará esa fecha José Luis. Apenas llevaba cuatro meses destinado en San Sebastián. «Cuando salí de la Academia de Ávila elegí el País vasco porque eso luego te daba preferencia para escoger dónde ir, y yo quería volverme pronto a Valencia, porque tenía a mi mujer embarazada de mi hija y un crío con dos años». Aquel día fue especialmente movido. «Ya habíamos ido de patrulla a dos avisos de bomba en un colegio y en la sede de la Telefónica. No había nada». Llegó el tercero. Una alerta de explosión en la calle Carlos I. Al llegar no había nada. Todo en calma. Demasiada.
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José Luis recuerda cómo él y otros dos policías nacionales empezaron a andar por una calle con un techado para la lluvia. «Nos cruzamos con un matrimonio y les preguntamos si habían visto algo. Dijeron que nada». Y apenas a unos metros, José Luis la vio. «¡¡Cuidado, cuidado, está ahí la bomba!!». El conquense-valenciano alertó a sus compañeros de un «bulto negro y envuelto en cinta aislante» que había sobre una papelera. Demasiado tarde. Los etarras activaron el artefacto a distancia. «Luego sólo recuerdo gritar '¡ay, que nos han pillado!'. No veía nada. Solo luz. Y con la pierna izquierda destrozada. Cayó inconsciente y ya despertó en el hospital.
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José Luis pasó más de un mes hospitalizado. Primero en San Sebastián y luego ya en el General de Valencia. Dos años de baja. Después hizo un tiempo trabajo de despacho en varios destinos policiales de la capital del Turia. «No podía patrullar. Imposible correr. Y andar, me cuesta. Se me estaba deshaciendo el hueso del tobillo por un trozo enorme de metralla que me pilló, me dijo un médico».
Secuelas físicas y psicológicas. Los primeros años eran «de estrés las 24 horas del día, con temor a que me buscaran de nuevo». El mirar debajo del coche. El no perder de vista la puerta del bar. Tiempos de enfados «sin razón en casa, de mal humor todo el día. Lo que habrá sufrido mi familia...». De fumar como un cosaco para combatir la ansiedad. «Me hice polvo el corazón. Me tuvieron que hacer cuatro by-pass». Y empezó otra carrera para el policía. La de conseguir la declaración de invalidez. Se la dieron con 40 años. «No fue fácil. Tuve que pelearlo mucho». Jamás se cogió a los autores de su atentado. Y la Audiencia Nacional perdió su expediente. José Luis se plantó con su mujer en el juzgado. Pidió hablar con la jueza. «Sólo recuerdo que se llamaba Margarita. Gracias a ella me dieron la invalidez y una pensión. Me dijo: 'siéntese aquí, que usted no se va hasta que no encontremos su expediente'. Ypuso a todo el juzgado a trabajar en ello hasta que lo consiguió».
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Aún tuvo que lidiar con más impertinencias y obstáculos. Como lo que le soltó una médico del tribunal de la Policía Nacional que desconfiaba de que su lesión fuera consecuencia de un atentado: «Te lo puedes haber hecho pegándote tú un tiro en el pie». José Luis, aunque se siente afortunado por tener una indemnización y ser reconocido como víctima del terrorismo, ha echado en falta más apoyo del Gobierno. «Una cosa es lo que dicen en los medios y otra el día a día».
La sangre sí que le hierve cuando se le pregunta por las alianzas de Pedro Sánchez con independentistas y abertzales. «Qué te voy a contar...», y resopla. Considera que el presidente «está dando todo lo que quieren a terroristas y separatistas. A las víctimas nos vende. Y a los partidos políticos demócratas, ni puto caso. Él hace lo que sea con estar en el sillón», se calienta José Luis.
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Hoy es parte activa de la Asociación de Víctimas del Terrorismo de la Comunitat Valenciana. Como vicepresidente participa en las charlas que se imparten en colegios y universidades. «Vienen muchos, muchos chavales. No tienen ni idea de lo que fue ETA y quieren saberlo. Ytienen que saberlo para que no se repita». Para que nadie vuelva a sufrir el infierno de José Luis, como en el entierro de un compañero en San Sebastián. «Otro policía sacó el revólver al lado del féretro y se pegó un tiro en la cabeza». Que no se olviden los 859 muertos a las espaldas de los etarras y su entorno. Los invisibles 2.568 lesionados. Que la desmemoria con las víctimas no se convierta en otra herida.
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