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Laura y Alejandro, en el patio de su casa, donde el agua alcanzó los dos metros de altura. JESÚS SIGNES
Aislados en una casa de campo: «Aquí no ha venido nadie. Sólo un voluntario»

Aislados en una casa de campo: «Aquí no ha venido nadie. Sólo un voluntario»

Alejandro, Laura y su hijo Álex se sienten «abandonados» en su vivienda, que fue inundada y pertenece a San Isidro pese a la ruptura que representa la V-30

Jueves, 14 de noviembre 2024, 02:16

A escasos 40 metros de la V-30 y con sólo un pequeño camino agreste de separación con la depuradora de Quart-Benàger, que marca la invisible frontera entre Xirivella y Valencia. Justo ahí, donde antes sólo había huerta y ahora huele a desolación, viven Alejandro Guillén, Laura Torregrosa y su hijo Álex. Una casa de campo centenaria que, pese a la ruptura que implica la carrera y el nuevo cauce, pertenece al barrio de San Isidro. Ese hogar, pegado a tierras expropiadas en su día dentro del congelado proyecto de la Vía Verde que debería conectar el barranco de la Saleta con el río Turia, sufrió el pasado 29 de octubre una trampa casi mortal. La tromba de agua procedente de Aldaia convirtió esta vivienda en una isla. Y así se siguen sintiendo sus propietarios. «Aquí no ha venido nadie a preguntar cómo estamos. Ni Ayuntamiento, ni Policía, ni nadie. No estamos teniendo ninguna ayuda. Sólo ha venido un voluntario», lamentan.

Alejandro se sobrecoge al recordar cómo salvó la vida su hijo, un adolescente de 14 años que se vio sorprendido por la imparable ola en cuestión de minutos. El agua alcanzó los dos metros de altura en esta casa. La indignación invade al padre, que reivindica la ejecución del proyecto que debe solucionar el peligro que supone el barranco de la Saleta.

«Desde Aldaia va el barranco de la Saleta. Recoge el agua de Aldaia, Alaquàs, Xirivella y Valencia y va a desaguar justo aquí delante», explica Alejandro mientras señala con el dedo índice la acequia paralela a la V-30: «No tiene capacidad. No va a tragar en la vida». Lodo, maleza y basura de todo tipo componen el decorado que envuelve su casa. También un contenedor marítimo azul que fue arrastrado por la corriente. Vestigios de una catástrofe.

El agua trepó por la V-30 con virulencia. «La pendiente está hecha, pero el agujero no. Por aquí debajo se supone que tendrían que ir seis colectores de muchos metros para desaguar en el cauce nuevo. Aldaia es la cabecera, yo soy la cola. Hay un tapón», comenta Alejandro. Y echa la mirada atrás: «Yo no me compré una casa en un terreno inundable. A mí me han hecho inundable esto. Las casas estaban antes que la depuradora y todo lo demás. Esto es un embudo». Y sólo contempla un camino: «La solución es que se ejecute el proyecto de la Vía Verde. Se está pidiendo desde hace 30 o 40 años. Es necesario hacer esa obra».

Vista aérea de la casa, junto a la V-30. JESÚS SIGNES

En esa zona que linda con la depuradora, sólo hay dos casas. «Nosotros somos los únicos que vivimos aquí. En la otra vienen los fines de semana. Este terreno está protegido», comenta Alejandro, quien habla de un limbo legal a su alrededor: «Los huertos están expropiados pero, como no ejecutan del proyecto, siguen trabajando en ellos y riegan a manta». Muy cerca, una campa de camiones: «También está expropiada. No tendrían que estar aquí».

El patio de la casa está ocupado por un Nissan Patrol fabricado hace más de 40 años que espera un milagro en forma de reparación. Justo al lado, un piano de Álex que no ha vuelto a sonar. Electrodomésticos, herramientas, maquinaria, muebles, bicicletas, decoración… Todos los enseres de la vivienda, acumulados en montones de nostalgia. El color del barro sigue marcando la altura hasta la que llegó el agua. Los azulejos blancos, colocados con mimo por Alejandro, se han teñido de marrón. En una de las paredes interiores, alguien ha dibujado dos caras sonrientes. «Ha sido nuestro hijo», desvela Laura emocionada. Gestos con los que el joven trata de superar un episodio que le ha marcado anímicamente.

«Álex está traumatizado. Ahora mismo dice que no quiere vivir aquí», destaca Alejandro antes de rememorar la tarde-noche del 29 de octubre: «Estábamos los tres aquí y no llovía nada. Entonces me llaman y me dicen que me ha saltado la alarma en la casa que tenemos en Riba-roja de Túria porque hay dos intrusos dentro. Eran las seis y media o siete de la tarde. Entonces mi mujer y yo nos fuimos a Riba-roja para llevar las llaves a la Policía. Nuestro hijo se quedó aquí».

La pareja se subió al vehículo utilitario y, de camino a Riba-roja de Túria, comenzó la odisea: «A la altura de Bonaire, un mar. Le dije a Laura que se quedara a salvo dentro del coche en un puente y yo me fui andando a contracorriente dos kilómetros. Horrible. Conseguí llegar. Un coche había tirado una de las dos puertas de mi casa por el impacto. Dentro estaba una vecina de 60 años y su padre de 93. Se pudieron refugiar allí. Salvaron la vida porque se rompió la puerta y pudieron entrar».

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La tensión se disparó. Álex, solo en la casa de campo, estaba en la habitación de fondo cuando de repente saltaron los plomos. El joven se fue al cuadro de luz y notó cómo se le mojaban los pies. En escasos minutos, el agua subió cerca de dos metros. fue la luz. «Me llama mi hijo y me dice: 'Papá, me ahogo, está entrando agua por la puerta'. Le dije que saliera a la terraza. Si no llego a tener terraza, se ahoga», cuenta Alejandro con crudeza.

Álex rompió una mosquitera que comunica el salón con el patio y subió a la terraza. Momento dramáticos. «Más tarde volvió a llamar: 'Papá, me voy a quedar sin batería, quiero que las últimas palabras sean las vuestras, quiero oíros'. Estuvo solo toda la noche», relata el padre. Alejandro y Laura consiguieron regresar a la zona pasadas las cuatro de la madrugada, pero no pudieron reencontrarse con su hijo hasta el mediodía.

Laura muestra el piano de su hijo. JESÚS SIGNES

«La noche fue terrible. Mucha angustia. Llegamos a la curva de la V-30 junto a salida de Torrente y Picanya y ahí ya no se podía pasar. Estaba todo inundado. A gritos hablamos con Álex y él se quedó más tranquilo», comenta Laura. El joven, en la terraza, se protegía como podía. «Estaba en calzoncillos y se hizo una cabañita con corchos para aislar, llorando, mojado, cortándose con cristales... Un desastre. Yo no sabía si la casa iba a aguantar», añade el padre.

Pasadas las 12 del mediodía, el matrimonio pudo cruzar para volver a casa y abrazarse con Álex. Lágrimas de alivio. Más allá de los abultados daños materiales, el agua acabó con la vida de uno de sus tres perros.

«Nos sentimos completamente abandonados. Esto es Valencia y sitio protegido. ¿Protegido? Más bien desprotegido. Pago el IBI como si estuviera en el centro de Valencia, pero no tengo ningún servicio. Ni alumbrado, ni puedo tirar la basura… Nada. No tengo agua porque es de pozo. Y ahora ha entrado agua con lodo en el pozo», explican. Iberdrola sí acudió para cambiar el contador, aunque debido a los daños en la instalación eléctrica sólo disponen de un enchufe: «Todo lo demás, por los aires».

La casa se levantó en 1920 y fue adquirida por Alejandro y Laura hace 20 años: «La rehabilitamos y la acondicionamos para poder vivir. Ahora tengo que volver a acondicionarla. Si me dicen que me la tienen que expropiar porque la han hecho inundable, pues me indemnizan y yo me voy. ¿Ahora yo tengo que estar asustado cuando venga otra DANA? Ayuda no tengo ninguna. Me hierve la sangre».

Alejandro ha trabajado en la construcción entre los 16 y 47 años, pero se encuentra de baja después de haber sufrido un ictus y un grave accidente de tráfico: «Estuve en coma entre la vida y la muerte». Laura, cocinera, también se encuentra convaleciente debido a una intervención del túnel carpiano. Ella atraviesa unos días especialmente duros: «Mi padre murió el 24 octubre y ahora, con la inundación, no tengo ninguna foto de él».

Estaban preparando la casa de Riba-roja con la ilusión de que fuese el futuro hogar de Álex, pero esa vivienda también ha resultado visiblemente afectada: «Tiene mucho daño y hay rajas en los pilares. Además, allí tengo miles de euros en maquinaria». Provisionalmente, duermen en casa de la madre de Alejandro, en Terramelar: «Hemos perdido todo. ¿Ahora cómo remontamos?».

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