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Alina Pogoda, en el parque de Santa María Micaela en Valencia. txema rodríguez

Alina Pogoda: «Salí de la guerra en Ucrania y sólo pienso en construir en Valencia»

Esta ucraniana de Odesa metió treinta años de su vida en una maleta, cogió a sus hijos y dejó atrás las bombas: «Ahora espero que pueda venir mi marido»

Héctor Esteban

Valencia

Viernes, 30 de diciembre 2022

El sol calienta un lunes de diciembre en el parque de Santa María Micaela. Alina Pogoda (Odesa, 31 años) avisa por whatsapp que se retrasa cinco minutos. Aparece a lo lejos, inconfundible con su pelo rojo eléctrico. Color para dejar atrás el gris plomizo de una guerra que en realidad es una invasión ... . Esconde sus ojos azules tras unas gafas de sol. Junto a ella, Miron y Klim, sus hijos, de 9 y 7 años. Llega y saluda con un «hola» agudo salido del frío. Los niños salen corriendo detrás de las palomas y ella pide un café largo. Alina y los chicos llevan desde septiembre en la ciudad.

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El 24 de febrero, cuando empezaron a sonar las bombas de la destrucción, salieron de Ucrania. Treinta años de vida en una maleta. El largo camino les ha llevado a Valencia, donde Alina quiere asentarse. «Ahora sólo pienso en construir. Necesito tiempo», apunta a miles de kilómetros de una guerra con la que todavía tiene cuentas pendientes. La primera, su pareja, que sigue en el frente con graves problemas de salud. «Quiero que venga, nos falta un papel, siempre falta un papel desde hace semanas. Un papel, un papel...», se resigna Klim, el más pequeño de los dos niños, se salta el protocolo de la entrevista y pide permiso para beberse una refresco de cola. A la petición se suma Miron, el mayor, de carácter más reservado. La bebida viene con una bolsa de patatas fritas. «Tenía que sacar a mis hijos de Odesa, de la guerra. Cuanto más lejos me fuera, mejor», apunta esta ucraniana, que trabaja en una peluquería de Valencia.

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La primera parada fue Polonia. En dos coches, hombres, mujeres y niños iniciaron una huida para encontrar una puerta de salida a la guerra. «En la frontera, las mujeres y los niños pasamos y los hombres volvieron con los coches. No podían salir y se incorporaron al frente», explica Alina. El sol abriga en Valencia a las puertas de una Navidad distinta. En Ucrania, los rusos han destrozado con sus bombas la posibilidad de tener luz y calefacción. En Odesa el frío y el miedo congelan. Allí sigue la madre de Alina: «Es complicado sacar a la gente mayor. A pesar de la guerra ellos quieren seguir allí en sus casas, con sus cosas. No ven otra vida lejos de su país. Prefieren estar en Ucrania».

Una vez en Polonia hubo que tirar de amigos y conocidos. Una mano tendida era un billete de salida. Alina es una mujer segura y directa. En pocos días agarró el ofrecimiento de una oenegé para poner rumbo a España. Un lugar lo suficientemente lejos para no escuchar el eco de unas bombas que caían sobre un país que unas horas antes hacía vida normal. «Estuvimos varios días de viaje los tres en un autobús. Recorrimos toda Europa hasta acabar en un hotel de Salamanca», recuerda. Alina pensaba que el conflicto duraría un par de semanas. Ahora sabe que la guerra en Ucrania será larga.

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Duró diez días en el hotel de Salamanca. La onegé que la trajo a España le advirtió de que si se iba no le podría seguir ayudando. Alina tenía las ideas claras. Su profesión, peluquera, era la tarjeta de embarque a una nueva vida. Una vez dejada atrás la guerra era el momento de reconstruir junto a sus hijos. Contactó con el dueño de una cadena de peluquerías con opciones en Madrid, Barcelona y Valencia.

La elección fue Valencia y comenzó el proceso de encontrar ayuda, alguien que le brindara la oportunidad y la casa para empezar de nuevo. Había que buscar otra mano tendida. Y esta fue la de Paco y Ana, un matrimonio de Chiva con tres hijas, espacio suficiente en el hogar y muchas ganas de ayudar. Alina, Miron y Klim dejaron Salamanca para poner rumbo a Chiva. Allí, en un chalé de la Loma del Castillo la ucraniana tuvo el respaldo y la tranquilidad suficiente para intentarlo de nuevo. Alina llegó con la idea de que ser familia acogida era una transición, el paso previo para independizarse totalmente. Y desde Chiva trazó su nuevo futuro.

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Allí estuvo cinco meses, hasta que la vida le permitió volver a ser independiente: trabajo, piso en Valencia y colegio para los niños. Paco y Ana, dos de los ángeles de la guarda que encontró por su camino en 2022, siguen siendo la mano tendida. Ahora, para quedarse con Miron y Klim cuando ella trabaja o cuando pudo escaparse a Lviv para encontrarse con su marido unos días. No sabe si volverá a Odesa. Le gusta su país, su ciudad pero ahora mismo sólo tiene un plan: traer a su pareja. Alina salió en febrero de Ucrania sin horizonte pero con decisión. Dejó atrás un futuro de destrucción para iniciar una etapa de construcción. Es la paradoja de 2022.

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