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Este es un viaje al frío. A las temperaturas bajas que desde hoy azotan la Comunitat Valenciana, pero también al hielo del abandono, de la soledad y de la incomprensión. El abandono de quien duerme en la calle, sin saber nada de los servicios sociales. La soledad de quien pasa sus días al raso, sin familia ni esperanza. La incomprensión de quien pasa las noches al aire libre sin entender cómo ha llegado a esa situación. Es un viaje, también, al corazón de Velluters, el barrio con más personas sin techo y más entidades que trabajan con ellos, y a la puerta trasera del Botánico, donde la indefinición municipal ha creado un callejón sin nombre de más de una decena de personas sin hogar llaman «callejón de las Hespérides» y «casa» de manera casi indistinta.
Las temperaturas comenzarán a bajar hoy. Se quedarán en torno a 0 grados en la capital, pero Juan de Dios y Ricardo seguirán durmiendo al raso. Tienen varias cosas en común. Primero, que ambos se apellidan Rodríguez. Segundo, que ninguno de los dos es de Valencia (Juan de Dios nació en Albace hace 59 años y Ricardo, en un pueblo de Alicante llamado San Juan de Albavera hace 46). Y tercero, que ninguno de los dos sabe nada del Ayuntamiento de Valencia. «Aquí no ha venido nadie a decirnos nada de ninguna plaza en ningún albergue», dice, con una frase llena de negaciones, Juan de Dios. Ellos viven junto a otras 12 personas en un campamento situado entre el solar de Jesuitas, el Jardín de las Hespérides y el Botánico. El Ayuntamiento, dicen, les deja estar ahí con tiendas de campaña que les donó una iglesia evangélica. Pero la concejala María Dolores Jiménez, que se ha interesado por el estado de estos sin techo, advierte de que la Policía Local ya ha acudido en un par de ocasiones a la zona y desvela que la semana pasada, tal como cuentan Juan de Dios y Ricardo, los servicios municipales de limpieza les retiraron buena parte de sus enseres, entre ellos mantas ofrecidas por los mismos agentes. En ese mismo campamento vive Carmen, una mujer que ve con buenos ojos la opción de irse a un albergue, siempre que sea con su pareja, porque es epiléptica y no se medica.
Su historia, como la del resto de indigentes, es dramática. Juan de Dios cuenta que Valencia es «la mejor ciudad para vivir», y lo sabe él, que se pasó varios años en Madrid. Relata que perdió una hija en 2005. «Con sus órganos viven nueve personas, nueve familias que son felices, y yo no lo soy», desvela. Él tiene familia, dos hijos que viven en Colmenar Viejo (enviudó hace dos años, pero estaba divorciado), pero los recuerdos le asaltan en la capital de España y prefiere vivir en Valencia en la calle. No quiere ni oír hablar de una residencia, aunque dice que si se la ofrecen irá «por la concejala María Dolores». La historia de Ricardo es parecida: perdió a toda su familia y su trabajo en el campo y vino a Valencia. Ahora quiere ir a Gijón, donde dice que le espera un trabajo. Todos ellos aseguran que nadie del Consistorio se ha pasado por las Hespérides para ofrecerles nada. «Lo poco que tenemos nos lo dan un par de iglesias, Cáritas y los de Médicos del Mundo», cuentan.
«Los de Médicos del Mundo» son el local que la ONG tiene en la cercana calle Lepanto. Con poco más de 6 grados en el exterior, en el interior del comedor social hace hasta calor. Hay cerca de 30 grados y una treintena de personas que apura un plato de lentejas, un bocadillo y un vaso de chocolate. La portavoz de la ONG lamenta que el Consistorio tenga «plazas muy limitadas» en sus albergues. En épocas de frío como esta semana «notamos que quieren entrar antes a comer y se están más tiempo». Es verdad: el horario de cenas termina a las 20.30 pero a las 21 horas aún hay personas que se hacen las remolonas para no salir al gélido viento que muerde la piel. En Médicos del Mundo trabajan con personas con patología dual: enfermos mentales o con drogodependencias, que están sometidos a una vulnerabilidad doble (estar enfermos y en la calle), que en algunos casos es triple, al ser extranjeros.
A unos metros de este epicentro de la pobreza se encuentra Casa Caridad, donde se forman largas colas para recibir alimentación y acceder a cualquiera de las plazas que ofrece el centro, que acaba de abrir un nuevo albergue para atender esta ola de frío. A las camas del Paseo de la Petxina se suman las del centro de Benicalap y las nuevas recién abiertas: más de 137.
Pero son pocas. Por eso, un paseo por la ciudad con los ojos abiertos permite encontrar decenas de asentamientos. En varios locales de la gran vía Ramón y Cajal, en la calle Historiador Diago, en la antigua sede del PP, incluso en el Jardín del Turia, donde hay gente que prefiere dormir encaramados a las pilastras que sujetan los puentes para evitar problemas de seguridad y ser desalojados por la Policía Local. Nada se sabe, a puertas de una ola de frío que se adivina muy importante, de la Operación Frío del Consistorio, que aún no ha anunciado si abrirá estaciones de metro para atender a los indigentes. Y mientras tanto, en las Hespérides, en Lepanto, en la Casa de la Caridad, cientos de personas aguantarán el invierno, y el frío de la soledad, que es el que más le duele, como puedan y, sobre todo, como les dejen.
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Melchor Sáiz-Pardo y Álex Sánchez
Patricia Cabezuelo | Valencia
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