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A las 4:32 de la madrugada ha vuelto la luz a la avenida del Darro de Granada. El reloj de calle marcaba hasta ese momento las 12:33 horas. En total, 15 horas y 59 minutos a oscuras, vulnerables, atrapados en la prehistoria, en una cueva del Sacromonte de otra época.
El apagón nos sorprendió al cruzar una de las puertas de salida de la Alhambra, mientras una gitana leía la mano a una pareja, en las puertas de un bar alguien dijo: «se ha ido la luz». De inmediato, un WhatsApp al grupo del periódico: «Apagón en toda España». Íbamos ya al hotel a cargar maletas y partir a casa.
A partir de ese momento volvimos a la era preanalógica. Bajamos por la plaza Nueva camino avenida Reyes Católicos y pudimos comprobar que todos los comercios estaban a oscuras: tiendas, bares, heladerías... Los trabajadores, agolpados a las puertas a la espera de que fuera algo pasajero. Tan perdidos como nosotros. Los pocos Whatsapps que entraba alimentaban el boca oreja: «Dicen que es en toda España, y en Portugal, el sur de Francia...» ¿Avería, ciberataque...? En algún grupo de amigos me dicen: Héctor, si te enteras de algo, nos dices... En estos casos, los periodistas parece que estamos obligados a saber de todo y que somos Palabra de Dios. En realidad estaba tan perdido como el que preguntaba.
Los semáforos dieron paso a los pitidos de los silbatos de la Policía Local, tratando de poner orden en el centro de Granada, mientras en el autobús sólo subían los pasajeros que tenían efectivo. Los primeros síntomas del caos.
Una vez asumida la situación, balance de daños: no llevamos dinero y no hay suficiente gasolina para volver a Valencia. Primera decisión: esperar a que vuelva la luz.
En la Caja Rural de la avenida del Darro, junto a El Corte Inglés, un señor saca dinero de un cajero. Una señora hace cola y preguntamos: «¿Da dinero?». Responde que sí y nos la jugamos a meter la tarjeta con el riesgo de que se la tragué. La jugada nos sale bien y pillamos 150 euros.
Volvemos al hall del hotel, donde tenemos las maletas en consigna, para desesperarnos en la espera. La cobertura va y viene y entra algún mensaje a cuentagotas. Apagón general. De los tres móviles que llevamos decidimos apagar dos. El que mantenemos abierto lo pone mi hija en modo 'ahorro de batería'. En estos momentos es la más lista de la familia.
Por el ventanal del hotel, al ver que ya son tres personas las que pasan cargadas con papel higiénico, pasamos a la acción. Desde la pandemia, el papel de celulosa es una señal: hay que ir a Mercadona. Enfrente hay uno, junto al cauce del Genil.
Entramos, sacamos nuestro instinto primario, y compramos galletas, agua, fiambre, pan (normal y de molde) y zumo de naranja. Lo que vemos ya lo hemos vivido: una pandemia, una dana. En cuestión de minutos la gente arrasa con las estanterías. Sólo se salva la sección de perfumería. El generador permite pagar con tarjeta.
La luz no vuelve. Pasadas las tres de la tarde, vamos a la cafetería donde desayunamos para comer los restos del mostrador. No se paga con tarjeta. Tenemos un billete de 20 euros. Pedimos lo que cabe ahí: un bocadillo de jamón, media pulguita de york y queso y una caracola de chocolate.
A las cuatro y algo de la tarde tomamos la gran decisión: hay que reservar una habitación, no tenemos gasolina y no podemos volver a Valencia.
Comemos y volvemos al hotel. Tenemos suerte. Hay habitación, que nos fían con el número de tarjeta. Somos tres: matrimonio con niña. El hijo, se ha quedado en Valencia. Subimos y echamos una siesta.
Por la tarde, salimos a dar una vuelta por el centro de Granada (otra vez). La ciudad ya no nos encanta porque somos prisioneros de ella, a 500 kilómetros de casa. Los bomberos, con grupos electrógenos, tratan de cerrar las puertas de los comercios para evitar el pillaje nocturno. Hay propietarios y empleados que llevan horas haciendo guardia en sus locales.
Desde Valencia nos dicen que ha vuelto la luz en algunos puntos. Tenemos ramalazos de cobertura e incluso podemos hablar vía WhatsApp con familiares. Nos preguntan, se preocupan, decimos que estamos bien y seguimos dando vueltas por Granada, por calles que ya hemos visto mil veces. Pasa un hombre con un cucurucho de chocolate, le pregunto y seguimos sus indicaciones. En la heladería la cola es kilométrica pero no hay otra cosa que hacer. El dueño de Grillo tira de un generador para poder acabar con las existencias. Lo consigue.
Al volver al hotel, lo mismo. La gente de aquí para allá. Las terrazas abiertas llenas, aunque sea para beberse una cerveza caliente.
Hablamos con mi hijo, que hoy tiene examen y no sabe si tiene o no que hacerlo. En la habitación del hotel, echamos mano del fiambre de Mercadona. La tarde se apaga y la noche cae en la avenida del Darro. La calle está oscura. Un tipo ha sacado las luces de Navidad y las ha puesto en el balcón. La luz de las sirenas de la policía se cuela por la ventana. La noche es un duermevela. A las 4:32 horas, 15:59 minutos después, una farola se asoma por la ventana. «La luz, ha vuelto la luz», le digo a mi mujer y a mi hija. Es hora de volver a casa.
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