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Batiste Martí, en el jardín de la residencia de Rafelbunyol, un año después de ser el primer valenciano vacunado contra el Covid. Iván Arlandis

Batiste Martí: «Gracias a la vacuna veo a mis hijos»

Fue el primer valenciano en inocularse contra el Covid hace un año. «Siempre estamos temblando y si la cosa va a peor no nos volverán a dejar salir»

Francisco Ricós

Valencia

Viernes, 17 de diciembre 2021, 00:37

Diez días restan para que se cumpla un año del día en que Batiste Martí se convirtió en ejemplo para todos los mayores que viven ... en residencias, un ejemplo para todos los valencianos. Fue el primero en vacunarse contra el coronavirus. El primero en dar un paso decisivo para volver a poder ver a sus hijos, a sus nietos, a acariciarlos, a besarlos, a no tener que quedarse encerrado entre cuatro paredes, aunque siempre con mucho cuidado. Esto es, principalmente, lo que Batiste ha ganado con la vacunación: volver a ver a los suyos. Y no contagiarse; aunque en esto también ha tenido que ver el rígido protocolo que sigue el geriátrico de la Virgen del Milagro de Rafelbunyol.

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Aquel 27 de diciembre de 2020 hacía un viento ligero pero frío y las nubes, de vez en cuando, tapaban el sol. Como ayer. «La gente tenía tanto miedo que no quería pincharse. Yo quise ser el primero para demostrar que no tenía miedo y que había que hacerlo, que no pasaba nada», recuerda Batiste junto a la rampa del jardín, la misma a la que salió para que le hicieran fotos después de aquella primera dosis.

«Y hace ya seis meses que me pusieron el tercer pinchazo contra la rabia, que es como yo lo llamo», bromea.

«La gente tenía tanto miedo que no quería pincharse. Yo quise ser el primero para demostrar que había que hacerlo»

Tiene 82 años. Los cumplió en agosto y recrimina a las cuidadoras que no se acordaran de su aniversario, que no tuvo tarta y nadie le cantó 'cumpleaños feliz'.

«De momento estoy muy bien», confiesa. «Las piernas me fallan, pero de cuerpo estoy muy bien», aclara. El año pasado se apoyaba en un bastón, ahora en un andador nuevo. Las piernas le tiemblan pero es capaz de aguantar de pie un buen rato; los brazos le responden a la perfección.

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«Si dicen de pincharme otra vez, sin dudarlo lo haría», afirma de manera espontánea. «Todo pasa», añade y recuerda que se hizo famoso, que su imagen llegó «hasta Lisboa», donde tiene familia. «Hace poco me dijeron: 'Ché, te he visto en la tele'. ¿Cuando? le pregunté. 'Hace un año'», cuenta con una sonrisa en sus ojos. Lleva cubiertas la boca y la nariz. En el jardín los internos tampoco se quitan la mascarilla.

Después de inmunizado, en lo único que le ha cambiado la vida a Batiste es que, tras el largo confinamiento que tuvieron en las residencias por el Covid, ahora puede salir a pasar unas horas con sus familiares algún día a la semana. «Gracias a la vacuna puedo ver a mis hijos. Si viene mi hijo o mis hijas, salimos y damos un bocadito, un bocadillito de tortilla de patatas, que es la que más me gusta. Y para comer, un arrozito o unos fideos. Y a las 6 de la tarde, otra vez aquí. El miércoles estuve todo el día fuera».

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¿Y una paellita los domingos? «No me gusta el arroz seco ni los canelones. Me gusta el arroz caldoso, el 'empedrat' y los fideos. Aquí nos dan paella los domingos pero a mí me la ponen con un poco de caldo», confiesa.

«Si no charlas con alguien que pasa por aquí no se habla con nadie porque cada uno tiene sus quehaceres»

«Por lo demás, la vida aquí dentro sigue igual. No ha cambiado nada. Es la misma rutina», dice.

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Lo que no puede hacer es salir solo a la calle a pasear, como acostumbraba hacer todos los días antes de la pandemia. «Antes andaba mucho. Era muy de calle. Salía y andaba una, dos o tres horas. Y me gustaba mucho ir por la montaña». Ahora las piernas no le responden como quisiera a Batiste y en lugar de pasear, se sienta al sol en el jardín.

Lleva ya seis años en la Virgen del Milagro, comenta. Vivía en la Pobla de Farnals, justo el pueblo de al lado de Rafelbunyol, y trabajó en un aserradero desde los 13 a los 64 años. «El que mejor me pagaba, allí me iba sin problemas, y trabajaba 10, 14 o 16 horas. Quería ganar dinero».

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Entró al geriátrico junto a su señora. Se quedó solo dos años después. «Si no charlas con alguien que pasa por aquí, como vosotros, no se habla con nadie porque cada uno tiene sus quehaceres», asegura.

Pese a esa soledad, no busca compañía cómplice. «No quiero ninguna novia. Tuve una hace 60 años y me casé con ella. No necesito más», sentencia.

A Batiste también le falla la vista desde hace años. Un desprendimiento de retina y dos operaciones fallidas le dejaron un ojo inutilizado y con poca visión el otro. No puede leer, lamenta. Le gusta, en cambio, ver las noticias en televisión y detesta la siesta.

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«Esto cada vez lo veo peor», afirma al referirse a la evolución de la pandemia. «Estamos mal. Aquí siempre estamos temblando, pero nunca hemos tenido Covid. Por eso fuimos la primera residencia de Valencia en vacunarnos», admite con orgullo.

«Aquí hemos estado muy cuidados, pero si la cosa va a peor no nos dejarán salir. Durante tres o cuatro años salía todos los días a la calle hasta que vino el Covid y cerraron las puertas. Aquí estamos en la gloria, pero de vez en cuando tenemos que rezar».

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