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Tiene 18 años, le gusta salir con sus amigos y amigas, leer y dibujar. Una chica normal que hace cosas normales. Aparece en estas páginas por sus logros. Por ser un ejemplo de constancia. Que hacen falta para afrontar la vida en general y para ... replicar a los defensores del discurso apocalíptico y rancio sobre los valores de la juventud actual y su supuesta incapacidad para afrontar retos o cultivar la cultura del esfuerzo.
Sus méritos se desprenden de su expediente académico. En la ESO apuntaba maneras, consiguiendo uno de los premios extraordinarios que concede la Conselleria de Educación a los mejores estudiantes. En Bachillerato -cursó la modalidad de Ciencias y Tecnología- sacó un diez sobre diez. Un pleno en todas las asignaturas que también le valió la distinción autonómica y que hacía presagiar por dónde irían los tiros en la siguiente meta volante de su formación. En la selectividad, en la fase general, llegó al 9,73. Y el resultado final, su calificación de acceso a la universidad, fue de 13,8 sobre 14. Se pueden contar con los dedos de una mano los jóvenes que se quedan a décimas de alcanzar la perfección.
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Blanca estudió en el colegio Almedia de Callosa d'en Sarrià, al lado de su localidad natal: La Nucía. Ella se quita mérito, relativiza cuando se le pregunta cuál es el secreto del éxito. «Claro que hace falta esfuerzo, pero al final el mensaje es el mismo que te traslada cualquier profesor. Cuando llegas la selectividad todo el esfuerzo está hecho, no es cuestión de concentrarlo en un momento dado, sino de ir poco a poco, día a día, de intentar hacer las cosas lo mejor que puedas. Porque si te has esforzado a lo largo del camino las cosas al final salen solas», explica a LAS PROVINCIAS. La joven se refiere sólo a los estudios, pero su mensaje tiene aplicación universal, ya sea para afrontar una dificultad vital, laboral o familiar. Pasito a pasito y partido a partido, parafraseando a un conocido entrenador de fútbol.
Con semejante expediente pudo elegir qué estudiar. Y se salió un poco de lo habitual: ni Medicina ni Magisterio, que son las carreras fetiche de los nuevos universitarios. Optó por el doble grado en Matemáticas e Ingeniería Informática de la Universitat Politècnica de València (UPV), de reciente implantación y que aglutina dos perfiles profesionales más que demandados. Sobre la institución elegida, tuvo claro qué fue lo que le atrajo: «Su prestigio».
En septiembre empezó su andadura universitaria, un periodo en el que se combinan esperanzas y también inquietudes. Y más en jóvenes que deben dejar su municipio para trasladarse a la gran ciudad. «Realmente el trimestre no ha sido lo que esperaba: ha sido mucho mejor. Pensaba que me iba a costar barbaridades, que el doble grado sería muy difícil. Y no ha sido coser y cantar, pero poco a poco te vas haciendo a las materias», explica. Otra vez la constancia. El pasito a pasito. «Estoy muy contenta, sobre todo por la gente que me he encontrado en clase. Son una pasada de inteligentes», añade, antes de terminar su balance de los primeros meses con un comentario sobre las instalaciones que se ha encontrado en el campus de Vera, una «miniciudad» en la que los estudiantes tienen cualquier servicio al alcance de su mano. Está descubriendo que la universidad tiene vida, y mucha, fuera de las aulas.
Sobre cuándo tomó la decisión de qué estudiar, fue algo de última hora. «Desde los 15 o 16 años sabía que me quería dedicar a algo relacionado con las matemáticas. Me gusta pensar. En verdad me gustan muchas cosas, también la historia, la ciencia o las ciencias sociales. Si pudiera decirle a mi yo de hace unos años que habría escogido esto no sé si me lo habría creído», reflexiona. Y la combinación con Ingeniería Informática le pareció idónea: «La programación me atrae, y es una manera de encontrarle una parte más práctica, menos abstracta, a las matemáticas. Creo que es una carrera que se complementa muy bien».
También es buena en idiomas -habla inglés, nivel C2, y alemán-, un buen maridaje con el perfil técnico de su formación. Y en el futuro, le gustaría trabajar en proyectos empresariales de ámbito internacional, aunque tampoco descarta dedicarse a la investigación.
Lo que más le cuesta de sobrellevar es la distancia respecto a su familia y demás seres queridos. Aunque ha encontrado un remedio que algo alivia. «Me considero una persona muy de casa así que lo que peor llevo es estar lejos ellos, pero por suerte en Valencia he hecho amistades enseguida. Así que pese a la pérdida de contacto diario estoy bastante a gusto», explica. Ha vuelto a La Nucía, con los suyos, por Navidad. Como haría cualquier chica normal.
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