En nuestro territorio hay 3.000 guardias civiles preparados para responder ante la violencia sobre la mujer. Y su equipo especializado, el EMUME, está bajo el mando de la Sargento Sara Barrios, una psicóloga y sargento de 40 años cuya principal preocupación cada mañana ... es proteger a las víctimas y alejarlas del riesgo. Con el reto añadido de ponerlas a salvo en los pueblos, «donde el maltrato silenciado es mayor que en las ciudades» y donde los recursos asistenciales son menos.
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-¿Cuántas mujeres están ahora bajo protección de la Guardia Civil?
-Tenemos 1.600 denuncias en investigación y velamos por 311 mujeres con riesgo medio o alto. Vigilamos a sus maltratadores mediante la geolocalización, con llamadas periódicas a la víctima para comprobar que está todo bien y control de los sospechosos.
-Me da la impresión de que en los pueblos, donde trabaja la Guardia Civil, es más complicado proteger a las víctimas que en las grandes capitales.
-Para empezar, en los pueblos se denuncia menos. Dos tercios menos respecto a las ciudades. En los pueblos hay una bolsa de maltrato oculto. Los círculos son más cerrados, todo el mundo se conoce y la mujer depende más del marido. No tiene tanto apoyo social y el estigma social es mayor. La mujer rural, en muchos casos, normaliza y asume el maltrato. Pero la que denuncia tiene la misma protección en el pueblo que en la ciudad. Eso sí, hay menos recursos asistenciales para ellas, como psicólogos. La víctima del maltrato está más desamparada y el 'qué dirán' aún tiene gran fuerza en pueblos pequeños.
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BELÉN HERNÁNDEZ
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-¿Qué frase de alguna víctima les ha marcado?
-Cuándo una mujer acuchillada por su expareja en plena calle en un pueblo de Valencia nos confesó: 'Sabía que me iba a matar'. Revivía ese recuerdo una y otra vez. Estuvo muy grave.
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-¿Por qué se perpetúa la violencia machista en generaciones jóvenes?
-Tenemos víctimas que son adolescentes y ellas mismas no se consideran víctimas. Las menores normalizan la dominación masculina. La vigilancia de móvil o de la manera de vestir lo ven normal. Hay que fomentar una educación sexual y afectiva en la familia y los colegios.
-La eterna duda: ¿Hay más maltrato o es que se denuncia más?
-Hay mujeres que ya no callan el maltrato. No creo que haya aumentado o disminuido. Siempre ha estado, pero ahora se empieza a percibir al fin que denunciar va a ser mejor que el silencio. Hay más información y ahí está la clave. Pero aún falta que muchas mujeres den el paso. Además, ahora hay mecanismos como Alertcops que permite a la víctima mandar vídeos si está en peligro o mensajes de SOS que son atendidos de inmediato.
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-¿Qué miedos frenan a las víctimas a denunciar?
-El 'qué pasará después'. El 'qué va a pasar con mi hijo o con la casa'. Y la invisible violencia psicológica que la va minando. Conocemos casos de mujeres muy fuertes que la relación las anula hasta tal punto que acaban convencidas de que valen muy poco y volver a recuperar la fortaleza es difícil.
-¿Perciben el aumento de violencia sexual en menores?
-Venimos de una pandemia. Encerrados en casa, los chavales han visto mucha pornografía y para muchos el primer contacto sexual ha sido en la pantalla. A los adolescentes de 14 se les ha abierto esa puerta y lo juntamos con que quieren más fiesta. Hay una explosión que fomenta conductas no racionales y las agresiones sexuales. Creen que lo que ven en el porno es lo válido del sexo, olvidando el respeto, la confianza y el cariño. Ven normal las relaciones entre varios o violentar a la mujer.
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-Y se disparan las agresiones en manada…
-A nuestro grupo llegan sólo las más graves y este año ya hemos investigado una o dos en la provincia de Valencia. Pero sí, ha habido un aumento de manadas. Se hacen más fuertes estando en grupo y desarrollan conductas que solos no harían y entienden que se dispersa la responsabilidad. Y en medio de alcohol o drogas que aún desinhibe más.
-Su grupo es testigo del miedo y del sufrimiento a diario
-Aquí el desgaste emocional es alto. Llevamos los casos más graves. Lo que llega aquí es de lo peor. Los casos de niños llegan al alma. Nos marcó mucho la víctima número 1.000, una joven de Massalfassar con una vida normal. Él se suicidó después de asfixiarla. Era una pareja normal y ella simplemente había decidido romper la relación. Ese suele ser el momento crítico en muchos casos. Tenemos muy claro que en las rupturas tenemos que extremar la vigilancia.
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