Sin duda una de las costumbres más arraigadas en la Comunitat es quedar con amigos o familiares en bares y restaurantes para tomar algo o comer. Mientras va creciendo el número de cocineros valencianos con un excelente nivel, paralelamente hay un problema que afecta de ... lleno al sector. Se trata de la dificultad para encontrar camareros. Cada vez menos gente está dispuesta a ejercer este oficio y a los establecimientos de hostelería les cuesta mucho retener al personal y contratar a nuevos empleados. El desgaste por el estrés que supone ese trabajo, los horarios infernales y en muchos casos el exceso de horas, además de unos salarios bajos, son las principales trabas.
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El sector además todavía está pagando las consecuencias del cierre durante la pandemia. Muchos camareros tuvieron que marcharse a otros trabajos diferentes en los meses que los restaurantes estuvieron con la persiana bajada y ahora ya no quieren volver para tener que trabajar por las noches y los fines de semana. Unos 32.000 camareros dejaron el sector en toda España para explorar otros negocios entre 2020 y 2022. Además, ahora en plena etapa veraniega la competencia desde las islas Baleares es muy fuerte y a muchos de los camareros con experiencia les ofrecen sueldos que triplican lo que pueden ofrecer los locales de la Comunitat, por lo que optan por marcharse hasta septiembre, así que el problema se agudiza en la región por la falta de personal.
El portavoz de la Coordinadora de Hostelería de los Barrios de Valencia, Jesús Ortega, pone de manifiesto esta «dificultad y falta de personal para trabajar« como camareros. »Hay menos personal preparado, pero en un país que se dedica al turismo y la hostelería, la opinión acerca de los hosteleros es muy negativa, incluso desde las instituciones públicas estigmatizan el sector, nos tachan de explotadores, de que trabaja muchas horas, y eso no es real, no representa al sector, son frases que están muy anticuadas«, expresa. Además, Ortega matiza que los sueldos »no los pone el hostelero, sino el convenio con los sindicatos y el Gobierno. El sueldo de camarero son 1.500 euros, pero todo lo que se dice afecta a que la gente no quiera trabajar y no esté formada«, argumenta.
Uno de los locales que no encuentra camareros es Taska La Reina, en el barrio del Cabanyal de Valencia. Su propietario, José María Agustí, lleva desde el 1 de mayo buscando empleados y no lo ha conseguido aún. «Nos está costando, la mayoría de la gente quiere dejar la hostelería por los horarios que conlleva, no quieren trabajar los fines de semana ni en horario partido, y es un trabajo que tiene estrés. La gente que tiene experiencia ya están trabajando en sitios donde llevan tiempo», cuenta el hostelero.
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Agustí apunta al problema principal: «No hay profesionales en el sector, ni tienen experiencia ni hay formación para ellos. El sector no está profesionalizado, la gente que se mete es porque no tiene otra cosa. Un profesional sabe lo que hay, que trabajas cuando el resto descansa». Y lamenta que «no se está formando a la cantidad de camareros que se debería», indica. La oferta que tienen publicada avisa de un «ritmo de trabajo intenso» y pide gente con «tolerancia al estrés y muchas ganas, compromiso, actitud e iniciativa».
Y es que esa combinación de horarios, días festivos, estrés y sueldo supone un cóctel explosivo. Carla Gorián es una joven que trabajó durante ocho meses en hostelería en L'Eliana y ha abandonado el sector. «Ahora trabajo en una tienda de ropa y no me planteo volver a un restaurante», dice la chica. «Es un trabajo muy cansado, no tienes tiempo de nada, continuamente doblas turnos, puedes hacer 12 horas al día o incluso más y no te las pagan. Los horarios, los fines de semana, festivos, no estás con tu familia, es mucho sacrificio y el sueldo no compensa. Y luego libras lunes y martes, cuando tus amigas trabajan, y tienes que trabajar cuando la gente sale», expone.
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También Mario trabajó de forma puntual el verano pasado como camarero en Nàquera y ahora no quiere volver. «Estuve dos meses trabajando en un bar, podías acabar a la 1 de la madrugada o empezar a las 9, según el turno. Para un verano se aguanta por dinero, pero para hacerlo de normal es muy sacrificado, además los fines de semana son un problema, te hacen estar más tiempo, sobre todo en las zonas turísticas», dice este joven de Serra, que estudia Topografía en Valencia.
En Alcàsser Carlos es gerente del Brégor gastroclub y también tiene problemas para encontrar camareros. «Es un sector que después del Covid ha habido mucha desbandada de profesionales, no hay suficientes candidatos para la cantidad de oferta de trabajo que hay, y además mucha gente tiende a irse a Baleares, que pagan más», apunta. «Con los horarios es con lo que más pegas pone la gente, pero en este trabajo hay que saber que cuando más fiesta hay es cuando más trabajas», relata. Por eso Carlos asegura que para estar en la hostelería «tiene que ser algo vocacional, el resto de gente está de paso, y cuesta mucho encontrar gente que no esté de paso», indica. Por eso el portavoz de la Coordinadora insiste en que se debería invertir en formar camareros. «El gobierno nuevo tiene que invertir en profesionalizar y formar al sector, y dejar de hablar de forma tan negativa«, dice Ortega.
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También en la taberna Jib's de Valencia están dos meses buscando un camarero y no lo consiguen. Adriana lleva cinco años en el sector y hace poco tuvo que dejar el restaurante en el que estaba por estrés y ansiedad. Ahora sigue en hostelería, pero en un bar de copas en Valencia con un ambiente más relajado y un horario al que se adapta mejor. «He tenido compañeros que se han marchado porque hacían muchas horas, y después de varias jornadas enteras yo sola en sala también dejé el trabajo», explica. «He vivido cómo unos compañeros decían que no iban a venir un fin de semana porque tenían una fiesta, les daba igual perder el trabajo», expone. «Creo que falta profesionalización pero también una mayor conciencia de reconocimiento hacia los camareros. Es más un trabajo temporal, los veteranos se están perdiendo, hay cada vez menos».
Carla también ve «normal» que la gente no quera trabajar en la hostelería. «Tanto los jefes como los clientes son cada vez más exigentes, requieren experiencia, idiomas, etc, y los clientes muchas veces tienen poca educación con los camareros, el oficio está desprestigiado, suena mal decir que lo eres. Es algo temporal para salir del paso, pero no como trabajo a largo plazo», destaca la joven. Y Mario añade al argumento: «En muchos sitios explotan a la gente, con pagas muy malas y siempre se hacen horas extras. Además a mí estar de cara al público con clientes maleducados no me gusta».
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En la Taberna de Ruzafa Sara es cocinera y ha visto pasar a muchos camareros en poco tiempo. «Duran poco, enseguida se cansan, cambian de local, es muy rotativo por el estrés», señala. «A la gente no le gusta la hostelería, entra por necesidad y no aguantan la presión, no es su profesion. La mayoría son jóvenes que están estudiando y quieren conseguir dinero, por eso hay una falta de profesionalización», asegura. El sueldo suele estar en unos 1.500 euros al mes por 40 horas semanales, que muchas veces acaban siendo más. «Las horas extra depende del sitio se pagan o no. Pero ya sabes que vas a trabajar fines de semana, noches, festivos, esto es así».
Fuensanta también ejercía de camarera en un restaurante de una conocida cadena y se marchó «por salud mental» tras sufrir estrés. «Había presión por llegar a ciertas ventas, te exigían muchísimo, tenías que vender más entrantes, más extras», recuerda. «Es difícil encontrar gente mayor en el sector, suelen ser estudiantes para pagarse la carrera y luego ya no vienen, he conocido sólo a dos personas que tengan más de 35 años y que solamente se dediquen a esto», apunta. «Los horarios son matadores, yo no quiero trabajar en esto toda mi vida», dice la chica.
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Agustí, en su bar del Cabanyal, ha descartado a muchos candidatos porque pide que sepan inglés, dado su tipo de clientes, y ante la necesidad ha optado por formar a camareros jóvenes. «En el sector hay mucho trabajo pero no se está formando gente para cubrir las necesidades y nosotros vamos a apostar por la formación», dice. Carla admite que ha visto pocas quejas entre los camareros. «Y cuando decías algo, los jefes respondían que la hostelería es así, que no sabes cuándo vas a salir», apunta. Para Fuensanta se trata de un «sector muy explotado y no tienes recompensa, está mal pagado», y añade: «Yo hacía más de 30 horas a la semana y no llegaba a 800 euros».
Adriana, que por las mañanas estudia Integración Social y por las tardes trabaja como camarera, asume que «es muy complicado compaginar la vida académica y personal con estos horarios de la hostelería», aunque al final se ha terminado adaptando. Pero tiene claro que su futuro no pasa por seguir llevando bandejas. «Buscaré algo de lo mío cuando acabe los estudios, no me veo muchos años en la hostelería», apunta. Y tampoco se ve dentro de unos años Fuensanta. «Con los horarios partidos no tienes vida y cuando te haces mayor es muy complicado aguantar ese ritmo. Sólo he conocido a una chica que tuviera hijos y si no podía venir porque su hija estaba mala se quejaban los jefes y los propios empleados porque faltaba gente y hay que suplirla entre todos», expone.
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