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Michelle ilumina el rostro cuando escucha que van a retratar a toda la familia. «Quiere ser famosa», bromea Rebeca, la madre. Luego no se toma a mal tener que 'actuar' para esconder el rostro, pues ella, con sus 11 años, es menor de edad, como Lucas y Adriel, sus hermanos pequeños. Este último es un bebé que duerme en un carro. Los tres niños parecen estar de vacaciones en un camping de la playa de Xilxes. La realidad es que han acabado en uno de los primeros pueblos de la provincia de Castellón yendo desde Valencia a causa de la DANA.
«Estuvimos tres días en casa, en Massanassa junto al barranco, pero el bebé estaba enfermando… creemos que es por el agua. Lucas también empezaba a ponerse malito de la tripita», explica Rebeca. Lucas es un caso aparte. «Ya se ha hecho el amo del camping. Habla con los italianos, los franceses, ya se lo conoce todo, en unos años lo contratamos», comenta con una sonrisa una de las empleadas de la recepción. El pequeño se pasa el día jugando por el recinto.
La realidad es la que aún aterroriza a los dos adultos de la familia, a la propia Rebeca y a José Manuel. «A él le llamé pasadas las 19 diciéndole que empezaba a entrar agua en la casa. Estaba trabajando en Valencia, rápidamente dejó el vehículo de empresa y se vino con el nuestro. Le pilló todo en Benetússer, se lo llevó flotando dentro del coche. Consiguió subirse al capó y lograron rescatarlo», relata la joven sobre la tarde del 29 de octubre.
José Manuel revive varias veces al día aquella noche horrible. Vio cuerpos flotando hasta que pudo llegar a casa del padre de su pareja. De ahí, cuando empezó a bajar el nivel, a casa. Mentalizándose de que su familia seguramente estaría muerta… si es que alguien puede mentalizarse algo tan terrible. No fue así porque Rebeca, cuando hizo la primera intentona de huir, precisamente hacia Benetússer, fue golpeada por el agua en el rostro. Tras el baño de realidad, envió a sus hijos al piso de arriba y protegió lo que pudo la puerta y las ventanas con mantas y toallas. Junto a Michelle subió alguna de las camas y lo que pudo salvar. «Somos afortunados. Primero, porque estamos vivos los cinco. Con eso ya se puede empezar de cero, y luego porque hemos salvado la casa», argumenta Rebeca.
«¡Mira lo que hago!», exclama Lucas, que llama la atención desde la bicicleta con ruedines, con la que simula un caballito. El camping Tres Estrellas Mediterráneo se ha convertido en un oasis para la familia y para otros damnificados por la DANA, hasta una veintena, pero también como improvisada base de cerca de 200 voluntarios que colaboran en las poblaciones afectadas. La gente del recinto es de Alaquàs y, al observar la magnitud de la tragedia, pidió permiso a los dueños, naturales de Barcelona, para ofrecer las instalaciones gratis. Algunos de los damnificados han pedido ser alojados en los bungalows más alejados de la playa: aún no pueden soportar el sonido del agua.
La noticia se extendió por grupos de whatsapp, captando a afectados y a gente que viene a ayudar. Este viernes están llegando una oleada de voluntarios, la mayoría de menos de 30 años, procedentes de la ciudad condal. Ayoub y Rachid, en cambio, provienen de Alfafar. Allí estaba la chabola donde dormían, que se llevó la riada. Al menos salvaron la vida. Ayuob tiene 'heridas de guerra'. «Me golpeó un hierro mientras salvaba a un amigo», explica. Le hicieron puntos de sutura detrás de una oreja, tiene moratones en la espalda, y el labio hinchado. «Nos quedamos sin nada. La ropa que llevamos es de la que han donado aquí», apunta Rachid.
Quieren volver a su lugar de origen, pero no saben dónde podrán alojarse. «Yo puedo encontrar trabajo allí, pero necesitamos un alojamiento, por favor», implora Ayoub. Rachid acude a la escuela de adultos y tiene una cita médica en el hospital Doctor Peset de Valencia la próxima semana, el 14 de noviembre. «Yo ya he ido a ayudar cuando algunos de los voluntarios tienen espacio… pero no tengo coche y estamos muy lejos de Alfafar», lamenta.
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Como Domingo y María, una pareja de Sedaví, que además pelea por la custodia de sus hijos. «Nos los quitaron porque dijeron que estaban en situación de desamparo», apuntan sobre una decisión previa a la DANA. Tras unos días en Xilxes, la trabajadora social les ha recomendado que vuelvan a l'Horta Sud. «Nos han conseguido un alojamiento en un hostal de Beniparrell, que también está acogiendo a gente gratis. Al menos tenemos tres meses asegurados. Luego, volver a empezar, nos da igual dónde sea porque en Sedaví no nos ha quedado nada».
El agua desbocada se llevó la barraca donde residían. Pero no sus vidas, y eso es algo de lo que están tratando de mentalizarse. «Voy a ayudar, al menos me sirve para evadirme y sentirme útil», apunta José Manuel. Va a llevar a uno de los bungalows productos de limpieza y ropa del aluvión de donaciones que están llegando a Xilxes. «Creo que hago tarde», afirma Nuria, la médico de los núcleos costeros de esta localidad y de Almenara: «Yo voy a organizar este sábado una clase de yoga en la playa de Moncofa, a 15 euros. El dinero se lo daré directamente a una mujer, que fue paciente mía y que también está ayudando a mucha gente en Massanassa».
Rocío y Rubén llevan casi toda la semana alojados en el camping de la solidaridad. Ellos querían pernoctar en Catarroja, pero les dijeron que el polideportivo estaba lleno. En Xilxes duermen en el coche. «Al menos no estamos en la calle. Ahora el fin de semana vendrá un amigo con una camper. En principio nos quedamos hasta el domingo, pero según las necesidades», indican: «Nosotros trabajamos en la hostelería y ahora estamos de vacaciones en noviembre. Las hemos aprovechado para venir a lo que se necesite«.
Como Laura, Gabriel, Álex y Ana. Acaban de llegar de Barcelona y tres de ellos son sanitarios. «Somos un grupo de 14 personas, el resto vienen de camino. Hemos llegado para ir a donde nos digan y a ayudar en lo que haga falta», comentan. Atender necesidades médicas o retirar fango. Da igual. Es el denominador común de todos los voluntarios que establecen en Xilxes su base de operaciones. Conviven con los afectados, pero aún no han visto nada. Los damnificados son conscientes de que el camping es un oasis, pero que en unos días tocará reconstruir sus vidas. Al menos la solidaridad les está llegando a oleadas. «Una mujer de Granada llamó a la recepción y me preguntaron si podían darle el móvil, que quería contactar conmigo. Me llamó y me dijo que quería darme dinero», recuerda Rebeca, que intentó rechazarlo: «Me respondió que le daba igual, que tenía mi número y me iba a hacer Bizum: 300 euros, uno para cada niño, para lo que necesiten».
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