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Lo primero que hacen al llegar al campo es intentar calentarse con una hoguera. Iván Arlandis
Naranjas valencianas | A 80 céntimos el cajón de naranjas

A 80 céntimos el cajón de naranjas

Explotación. Los 'collidors' subsaharianos cobran una miseria. Muchos acuden a trabajar aunque estén contagiados por Covid. Su futuro depende del jornal

F. RICÓS

Domingo, 30 de enero 2022, 00:07

Faltan aún dos horas para que salga el sol y media docena de subsaharianos esperan sentados, casi en cuclillas, junto al cartel de un gimnasio que promete glamour en un hotel en la rotonda de la 'Pantera Rosa'. Son conscientes de que van a estar de sol a sol levantando peso y que les van a pagar, aunque sea una miseria, un día de estos. Esperan la llegada de la furgoneta que les lleve al huerto donde recolectarán lo que hace décadas fue el oro naranja valenciano, ahora devaluado para el agricultor por las grandes comercializadoras, distribuidoras y las importaciones.

La 'Pantera Rosa' luce oscura de cintura hacia arriba y blanquecina de cintura para abajo. La primera furgoneta del día, de color gris oscuro, ha partido a las 6.45 de la madrugada desde la parada de taxis. Hasta las 7.30 horas salen una decena de furgonas, las últimas de la semana. También hay grupos, 'colles', que parten desde Ausias March y Giorgeta. Casi todos los pasajeros subsaharianos, por no decir todos.

Moha (nombre ficticio) es un veinteañero que se acerca al bordillo del cartel del gimnasio. Se le nota musculoso y helado por el frío. La humedad de Valencia traspasa las prendas de mercadillo. No tiembla, pero casi. El termómetro del coche marca 4º y 7º, el de la calle. Moha va justito de español. Más bien poco. «Habla éste», comenta señalando a un compañero que está enfriándose las posaderas con la espalda apoyada en el cartel del gimnasio, como todos los demás. «Hablamos de que nos pagan 80 céntimos por caja de naranjas recogida y subida al camión. Tenemos que recoger por lo menos 1.000 cajas de 25 kilos entre cuatro o cinco para llevarnos algo de dinero que valga la pena, pero eso no sucede siempre», afirma Abib Diop que hace inteligible lo que trataba de comunicar Moha. «A vosotros os tienen más consideración. Os pagan a dos euros el cajón de naranjas».

Suben a una furgoneta para trasladarse a una finca para recoger naranjas. iván Arlandis

Antes de las 7 y hasta las 7.30 horas una decena de furgonetas transporta a subsaharianos hasta las fincas a recoger naranjas

No suele ser el agricultor el que contrata a estas personas sino las empresas que compran a precio de saldo las naranjas. Los miembros de este grupo de 'collidors', que esperan la arribada de su vehículo, son personas «que han llegado en cayuco a España. Están ilegales muchos. Todos tienen la tarjeta roja, no la de residente, y se aprovechan de ellos», sostiene Diop. Pero el transporte no es gratis: «Nos cobran 20 euros a la semana».

Desde la avenida Giorgeta seguimos la estela de una Vanette Cargo azul, matrícula de Córdoba. Son ocho personas las que van dentro de este vehículo que hace 20 años al menos vivió tiempos mejores. Algunos pasajeros llevan la mascarilla puesta. Su destino es una finca de Godella pero la furgoneta no está para rallies.

Los primeros rayos del sol apuntan por el horizonte. La furgoneta la dejan entre dos filas de naranjos y lo primero que hacen es una hoguera con cuatro ramitas para que reaccionen las manos. «Hoy hace más frío que otros días», comenta uno los pasajeros frotándose las palmas.

«Esto yo no lo sabe. Habla con él», afirma en referencia a su capataz, el subsahariano que ha conducido la furgoneta desde Valencia hasta Godella al preguntarle por cómo les pagan, cuántas horas trabajan al día, y si han trabajado estando contagiados.

Iván Arlandis

El encargado de la finca, Mariano Romaguera, no pone ninguna traba en que estemos allí y sigamos con el reportaje.

Pero no opina lo mismo el capataz que dirige a los recolectores de las naranjas. Bajito, cara de pocos amigos y de piel blanca, es tan 'valencià de la terra' como los subsaharianos. Su acento le delata sin ninguna duda.

Llama a su jefe, afirma, que está en Picassent, y le dicen que molestamos. «¿Qué tienen que esconder?», cuestionamos. «Aquí vienen a trabajar, no a hablar», elude responder y da la espalda. Cuatro de los ocho subsaharianos que han llegado en la Vanette continúan calentándose a la luz de la hoguerita.

Romaguera, el encargado de la finca, cambia de actitud. «No quiero indisponerme con la empresa que se encarga de la recolección de la naranja» pero afirma hasta en tres ocasiones que no tienen «nada que ver con ellos. Vendemos las naranjas y es el comprador el que trae a los recolectores». Así que amablemente nos invita a que nos marchemos de la finca. Acaba de salir el sol, son ya poco más de las 8.20 horas, pero aún está lejos de calentar.

El encargado muestra amistosamente el tipo de naranjas que tienen, de un extraño verde oscuro. «Coged algunas y las probáis». Indica que son «de la variedad chocolat», como suena. Las naranjas están frías.

Queda claro que si 'els collidors' no trabajan, no cobran. Y, lógicamente, no se practican test de antígenos todos los días. Tampoco todos están vacunados, aunque ni en los vacunódromos ni en los centros de Atención Primaria preguntan si una persona se encuentra de manera legal o ilegal en la Comunitat Valenciana antes de inocularle.

Así que si hay algún contagiado y no se encuentra mal, madruga para ir a la recogida de la naranja, a ganarse unos euros y poder pagar el alquiler, poder comer y mantener a su familia que reside aquí, en Senegal, en Mali o en Costa de Marfil, confiesa uno de los subsaharianos que estaba a las 6.45 de la madrugada sentado bajo el cartel del gimnasio que promete cuerpos de película, junto a la Pantera Rosa, desgastada de tanto verla de madrugada en la temporada de la naranja.

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