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Pepe, Emilio, Genaro y Ventura, este martes, solos, jugando al guiñote en el Hogar del Jubilado de Patraix. Jesús Signes
«¿Que cómo nos ha afectado el coronavirus? Mira cómo está esto: vacío»

«¿Que cómo nos ha afectado el coronavirus? Mira cómo está esto: vacío»

Encarna , la encargada del bar en el Hogar del Jubilado de Patraix, ve cómo languidece el local debido a la crisis sanitaria

F. RICÓS

Viernes, 13 de marzo 2020, 02:01

Encarna sirve un cortado a José María que, en una esquina de la barra de madera, da buena cuenta de un trozo de bocadillo de lomo. «¿Coronavirus? ¿Que cómo ha afectado? Mira cómo está esto: vacío», se lamenta la mujer. Encarna regenta el bar del Hogar del Jubilado situado junto a la plaza de Patraix.

José María cambia la mirada y por un unos instantes deja tranquilo sobre el plato el almuerzo. «Estoy harto del coronavirus, la televisión y las noticias alarmistas. ¡Es que no saben hablar de otra cosa! Menuda pesadez. Solo hay que hacer caso a lo que digan las autoridades, a nadie más», afirma este señor que vuelve a poner la mirada sobre el bocata y el cortado. Espera a que se enfríe un poquito para poder tomárselo templado, sin quemarse.

«Hace un rato se ha ido la mesa en la que estaban almorzando cuatro personas. Y no ha venido nadie más. Ayer había más parroquianos, pero ya ves cómo está esto de vacío. Se ve que algo e miedo sí que hay», se queja Encarna, resignada, tras la barra. «La verdad es que últimamente ya se había reducid el número de los que bajaban pero ahora...», se duele.

La barra está impoluta. Encarna acaba de pasarle la bayeta. Limpio sobre limpio. Y en la vitrina frigorífica hay posiblemente más comida preparada de la que a Encarna le gustaría ver a esas horas de la mañana, casi a mediodía.

Le preguntamos si podemos hacer fotos del local y hablar con los socios que sí han bajado. Se lo piensa. Dice que sí, que sin problema. Pero, prudente, se marcha a por el representante de la directiva que tiene más a mano. Va a por el tesorero del Hogar, Vicente Arlandis. «Está aquí al lado. No tardo nada», comenta.

«Yo soy del 35. Y no, no le tengo miedo. Bajo todos los días a leer el diario y pienso seguir haciéndolo», dice Joaquín, de 85 años

En menos de un minuto vuelve Encarna y trae a Vicente. No ha entrado nadie más. En el local están dos hombres en la biblioteca y otros cuatro jugando a las cartas.

Vicente Arlandis, prefiere hablar en valenciano, su lengua materna. Muestra orgulloso el local. La pequeña biblioteca, el diáfano salón de juegos, el de informática, el lugar donde les atiende el podólogo y la peluquera, que ayer no estaban, «y esto es la sala del bingo», afirma tras abrir una puerta que da acceso a una sala amplia. Menos los dos socios de la biblioteca y los cuatro de la partida de cartas, el resto el local está completamente vacío.

«¿Si hay más o menos gente que otros días? Pues igual, más o menos. Hay menos desde que abrieron el otro hogar del jubilado porque muchos se han ido allí. Pero que no nos digan de cerrarlo por el cornavirus», advierte Vicente, un hombre bajito y fornido, curtido por la edad.

La partida de cartas es de guiñote. Forman la cuadrilla Pepe, Emilio, Genaro y Ventura. «Venimos a jugar todos los días», comentan sin apartar los ojos de la baraja de la que está repartiendo Emilio. «Suelen venir también otras dos mesas más en las que juegan al dominó pero hoy no están. No han bajado. No sé por qué», indica Pepe.

Hay varios montoncitos de monedas sobre la mesa: uno al centro y los restantes, controlados por cada jugador. «Aquí nos gastamos la fortuna todos los días. ¡Ya ves cuánto dinero!», sonríe Emilio. Las monedas son de cinco, diez, veinte y cincuenta céntimos, como mucho. La apuesta, cinco céntimos. Con medio euro juegan prácticamente toda la mañana y no salen de pobres.

Llega un visitante. Le llaman 'el yayo' porque recientemente cumplió 100 años. Anda despacio pero seguro. Coge una silla se pone a mirar la partida de guiñote, en silencio.

Solo hay ocupada una mesa del amplio salón de juegos. Habitualmente hay dos más en las que juegan al dominó y están vacías

En la biblioteca devoran los periódicos Joaquín Palazón y Pedro Romero. El espacio es de unos pocos metros cuadrados enmarcados por una cristalera para dejar entrar la luz natural. Sobre la mesa, LAS PROVINCIAS, Levante-EMV y Marca.

Joaquín tiene 85 años, «86 cumplo en julio», afirma. «Y yo 85 en agosto», apunta rápidamente Pedro. El más veterano, Joaquín, lleva americana corbata. Bigote fino, de color blanco, cuidado, canas peinadas hacia atrás. «¿Que si tengo miedo al coronavirus? Yo soy del 35. Y no. No le tengo ningún miedo. ¿Por qué? Bajo aquí todos los días a leer los diarios y pienso seguir haciéndolo. Y a almorzar también algunas veces» asegura este socio con pinta de gentelman.

«Yo tampoco tengo miedo. Con la edad que tenemos yo no tengo ningún miedo», retruca Pedro. «Venimos todos los días y vamos a seguir bajando a leer los periódicos, a informarnos. Leemos estos tres que recibimos a diario, y bajamos entre las 10 y las 12 de la mañana», sostiene.

José María nos está esperando en la puerta del Hogar del Jubilado de Patraix. No quería hablar, pero ahora da su opinión: «No quiero saber nada de nada del coronavirus. Nos tenemos que quitar el miedo y hacer caso de lo que nos digan las autoridades. Solo eso».

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