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La trágica DANA del pasado 29 de octubre dejó a su paso a miles de afectados en toda la provincia de Valencia. Hay personas para ... las que la tragedia es una doble penitencia. Gente que ya convivía con una enfermedad crónica, que se habían readaptado a su particular realidad, y que ahora se ven todavía más condicionados en un nuevo entorno lleno de obstáculos y riesgos para la salud. Muchos ni siquiera pueden salir de casa y algunos se han visto obligados a ser realojados en casas de amigos, familiares o lugares facilitados por asociaciones.
La labor de las diferentes organizaciones benéficas es una pieza básica para estas personas especialmente vulnerables: gente con discapacidad funcional, intelectual, y aquellos que sufren enfermedades crónicas, que precisan una atención médica continua. La Asociación contra el Cáncer se ha convertido en un comodín para que decenas de pacientes sin nadie que pueda trasladarlos acudan a citas médicas que son prácticamente semanales. Por citar alguna de los centenares de ONG que a diario trabajan en el terreno, Nova Feina (cuyas sedes están en Catarroja, Benetússer, Aldaia y Paiporta) busca de forma incansable empleo para personas con discapacidad funcional.
Las asociaciones necesitan ayuda para dar ayuda. Es una cadena. Para conseguir que en tres días se recaudasen los 26.000 euros necesarios para reabrir un centro que acoge a personas con discapacidad intelectual afectado por la DANA. Donde se pregunte, el voluntariado ha sido la pieza clave para que las consecuencias de la tragedia no hayan sido todavía más devastadoras. Su labor es aún más trascendental para personas que deben convivir con una situación especial. Incluso aquellos que dan una lección diaria de resiliencia, como es el caso de los cuatro protagonistas de este reportaje.
Amparo Baixauli Discapacidad funcional
Anparo Baixauli participó en los Juegos Pekín 2008. La distrofia muscular que le detectaron cuando tenía seis años no consiguió postrarla sin más. Sí, tiene que desplazarse en silla de ruedas, pero descubrió el boccia a través de una amiga y llegó a ser paralímpica. Ahora se niega a que la DANA le haya cambiado la existencia impidiéndole ser autónoma. «Necesito que vuelvan a habilitar el tren de cercanías», proclama la mujer, natural de Sedaví, a quien una hermana salvó la vida de forma casi milagrosa en la terrible noche del 29 de octubre.
«Yo resido en una planta baja y el agua empezó a subir», recuerda. Su hermana, cuya vivienda está en la misma calle pero en un primer piso, se percató de su desesperada situación y fue a rescatarla: «No sé ni cómo lo hizo». No quiere ofrecer más detalles. Prefiere olvidar aquel episodio y aún está consternada: «Hay gente del pueblo que ya no está, y a eso no hay derecho. Si nos hubieran avisado a tiempo igual se habrían producido los daños materiales, pero se habrían evitado muchos personales».
Ahora toca mirar hacia delante y volver a Sedaví. Porque por el momento se ha visto obligada a residir en Valencia, en casa de otra hermana. Para regresar a su hogar deben darse una situaciones. «Gracias a mis sobrinos y a los voluntarios que les han ayudado tengo la casa ya limpia. Ahora estoy esperando a que vengan a valorarla», indica Amparo Baixauli. Ese inmueble estaba acondicionado a una persona con movilidad reducida, que puede ser independiente, pero con la ayuda de una silla de ruedas que tuvo la suerte de poder dejar en alto en la noche de la DANA.
Pero también precisa que su población disponga de unos mínimos servicios. «El tren de cercanías es indispensable para mí, porque está preparado para que pueda desplazarme sola a Valencia. Puedo utilizar el autobús, pero necesito ir acompañada», explica: «Y contar con los servicios indispensables en Sedaví. Para mí el comercio de proximidad es imprescindible».
Mientras tanto, trata de evadirse de lo que sufrió en la DANA y todas las vidas de personas conocidas que se ha llevado por delante. Ya ha podido retomar sus estudios de inglés en la Escuela Oficial de Idiomas y los de diseño gráfico. «Reitero mi gratitud al voluntariado. Nos han ayudado en lo físico y en lo emocional. Estuve en la manifestación en rechazo a los gobernantes y volveré a ir de nuevo», precisa.
Yolanda López Madre de un niño con autismo
Yolanda López salió huyendo de Catarroja. Eric, su hijo de 9 años, convivió durante tres días con el lodo. Bueno, en un entorno donde atisbaba que todo había cambiado. El niño tiene autismo y percibía que el pueblo donde ha residido toda su vida había cambiado. Lo veía por la televisión y escuchaba las conversaciones de su familia. «Vivimos en un primero y el olor era insoportable. El niño no podía estar regulado ya de ninguna manera. Nos tuvimos que marchar y ahora se encuentra en un colegio de acogida en Confrides», explica.
La madre habla desde el Abdet, pero con el corazón en Catarroja. «Mi marido se encuentra allí y estoy sufriendo mucho por él. Quiero volver a casa», subraya. Pero sabe que ahora no puede ser. Que deben estar separados por Eric. Una persona con autismo necesita estabilidad y precisamente la localidad, una de las más castigadas por la DANA, no la ofrece. A pesar de que iniciativas que han puesto en marcha en tiempo récord espacios confortables para niños con diversidad funcional: así es el aula instalada en la calle La Font a la que asisten 15 alumnos. Este lugar lo han confeccionado entre Centro Banner, Sí Soy Piruleta, Defensa del Alumnado TEA Madrid y Mirada Blava, la asociación que preside Yolanda López.
«Pero una persona como Eric necesita una rutina y una estabilidad y en estos momentos en Catarroja no la tiene», explica Yolanda López. Es una situación que sufren cada día desde el 29 de octubre muchas personas en las diversas localidades afectadas por la tragedia, tanto menores de edad como es el caso de Eric, como mayores. A esto hay que añadir a mayores que padecen enfermedades como el alzhéimer.
El viernes después de la DANA, Yolanda López ya estaba totalmente desesperada. Los bomberos que estaban sacando el agua del garaje –«el olor ya era insoportable»– se interesaron por ella y por su hijo. Un policía, también. «Me prometieron que me sacaban del pueblo, que me llevaban a donde yo les dijera», señala. Finalmente salió la ocasión del colegio de Confrides. Allí está ahora Eric, y Yolanda, como hace desde que nació su hijo, está a su lado. Alojada en un lugar casi idílico como es el Abdet, pero implorando que Catarroja deje de ser pronto un infierno para poder volver a casa.
Miguel Ibor Discapacidad visual
Miguel es una persona autónoma. Dirige la oficina de la ONCE en Alzira y preside el Catarroja CF, que este año celebra su centenario. Durante estos días convulsos ha recibido comida y todo tipo de enseres que amigos suyos envían desde Madrid y ha coordinado un punto de reparto. Miguel no es totalmente ciego, pero casi, a causa de la retinosis pigmentaria que sufre desde los 26 años. «Ahora no puedo salir de casa sin mi bastón, pero yo fui portero de fútbol», precisa.
Bueno, podía salir de casa con su bastón hasta el 29 de octubre. A pesar de que esto no ha implicado que se le vayan las ganas de hacer cosas, Miguel necesita ir acompañado por las calles de Catarroja. «En la situación actual no puedo salir solo. Aunque ahora ya estén las calles más despejadas nos quedan más de 150 garajes por vaciar. Todos los días hay agua y barro por la calle, así que no puedo aventurarme a caminar únicamente guiándome con mi bastón», indica.
«Y es toda una odisea para mí. Estuve diez días sin salir de casa desde la DANA, y cuando me acompañó mi hermana, el trayecto que de normal tardamos un cuarto de hora en cubrir nos costó casi una hora», lamenta. «No sé cuánto tardarán en arreglarlo todo, pero me temo que tardaré bastante tiempo en recuperar la normalidad», lamenta.
Esta es una situación que ha afectado, sólo en la ONCE –y que puede servir como ejemplo del castigo impuesto por la DANA a invidentes y personas con deficiencias visuales– a 160 vendedores del cupón, de los cuales la asociación ha tenido que buscar un nuevo puesto de trabajo a 59 de ellos. Además, 5 salvaron la vida de forma milagrosa en la tarde de la DANA, aunque 19 sufrieron daños personales.
Miguel espera que el tren de cercanías está pronto en marcha. «Lo necesito desplazarme a Alzira a trabajar». Mientras tanto, no para. Sigue con su reparto de enseres y contando los días para que el Catarroja, que milita en Segunda Regional, retome su actividad: «Hemos llegado a un acuerdo con el Alcàsser, que nos cede el campo gratis los miércoles, y los sábados entrenaremos en unas instalaciones privadas de Albal. Eso hasta que estemos preparados para competir».
Mihaela Sorina Paciente de cáncer
Para Mihaela Sorina, su casa de Catarroja se ha convertido en una cárcel. Hace tres años le diagnosticaron de cáncer prácticamente en un control rutinario. El análisis de una mancha en el interior de la mano desveló que sufría un melanoma. Y al acudir a La Fe para iniciar el tratamiento, una exploración más exhaustiva escondía el gran mazazo: una metástasis pulmonar por la que ya se ha sometido a varios tratamientos, según precisa, algunos experimentales: «Ya le he dicho al oncólogo que no quiero nada más... que prefiero estar así que tengo algo de calidad de vida».
La que permite el cáncer y la que puede encontrar entre a las cuatro paredes que comparte con su perro, un pequeño pomerania. «Menos mal que la casa es amplia y puedo respirar», se consuela: «Los médicos me lo dicen, que tienen que aprender mucho de mí. Soy una persona positiva». Eso no quiere decir que esta mujer nacida en Rumanía pero afincada desde hace más de dos décadas en España no se venga en ocasiones abajo. Le sucede a lo largo de la charla cuando habla de su hija, su yerno y su nieta: «A ellos les entró el agua en la casa. Que no tienen demasiados lujos, pero se la habían arreglado para vivir dignamente, ahora han perdido toda la planta baja y veremos lo que les dan. Además, estuve cuatro días sin poder comunicarme con ellos».
Amor de madre. Porque pasa un buen rato hablando de su hija cuando ella está en una situación dramática. «Yo sufro síncopes. En agosto me desvanecí. Cuando desperté no me acordaba de nada, pero tenía una muñeca rota. ¿Cómo voy a salir ahora a la calle de Catarroja con lo que hay?», proclama. Envía vídeos y fotos tomadas desde su terraza para corroborarlo. Pero es que además de los coches destrozados, los trastos y el lodo está el enemigo silencioso: «Aquí huele fatal. Yo tengo problemas respiratorios, pero debo llevar mascarilla. El riesgo de que una persona en mi estado coja infecciones es muy elevado. Hace unas semanas acompañé a mi hija, que la ingresaron en el hospital. Estuve sólo una noche, y luego estuve cuatro días enferma».
Mihaela necesita una importante lista de medicamentos. Eso sin contar las citas médicas en La Fe, prácticamente semanales, sin contar las telefónicas: «Me han tenido que cancelar sesiones de radioterapia porque días antes no había podido acudir a que me realizaran un TAC». Por eso insiste mucho en a quién debe dar las gracias: a la Asociación contra el Cáncer, a un agente de la Guardia Civil de Gijón que se llama Juan Martínez y a Dumitru Daniel Toadere, cura ortodoxo de Benicalap: «Vino desde Riba-roja a traer alimentos a gente de pueblos como Catarroja, Alfafar o Massanassa».
Esta mujer es uno de los 625 pacientes que la Asociación contra el Cáncer ha atendido en 2024 entre la comarca de Utiel-Requena y el sur de la provincia de Valencia. Ellos y 243 familiares también asistidos por esta agrupación son potenciales afectados por la DANA. El traslado a hospitales es una de las medidas reforzadas desde horas después de la tragedia: también se han incrementado los alojamientos para pacientes a los que les sea imposible residir en las zonas afectadas, las ayudas económicas y la atención psicológica.
El agente de la Guardia Civil también emocionó a Mihaela. «Me trajo pienso para el perrito, que come de uno especial... ya está mayor. Y le pongo papeles de periódico en la terraza. Aquí estamos los dos juntos, no podemos salir de casa», comenta.
Pero el gran apoyo ha sido el de la delegación valenciana de la Asociación Española contra el Cáncer, que ha puesto a su disposición un taxi para que pueda acudir a sus citas médicas. Este salvavidas ha llegado hace unos días, porque los primeros los vehículos no podían ni acceder a la calle donde reside Mihaela: «Al principio tenía una montaña de coches en la puerta».
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