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Que la vida te puede cambiar en un minuto lo descubrieron la tarde del 29 de octubre miles de valencianos y valencianas que miraron a ... los ojos a las distintas formas con las que la desgracia se puede presentar, sin tocar ni siquiera a la puerta. Muchas caras distintas. Todas, dolorosas. La de aquella tarde-noche vino disfrazada de agua primero y lodo después y descolocó a quienes hacían su vida, hasta entonces como la de un martes cualquiera. Una rutina que, cinco meses después, ha costado mucho recuperar. Que ha estado llena de dudas, de reflexiones, de obstáculos. Pero también de decisiones trascendentales tomadas a contra reloj, de miedos, de asumir riesgos. De sentirse perdidos. De rehacer vidas completas a golpe de ayudas o sin ellas. Y también de pequeñas victorias. De alegrías compartidas. De gratitud y esperanza. Y de, (¿por qué no?), segundas oportunidades. La vida sigue, aunque sea a una menor velocidad. Eva, Joan, Jordi y Elena son ejemplo de ello.
Eva Lezcano y Joan Ruiz son pareja. Hasta la tarde del 29 de octubre vivían en la preciosa planta baja de una casa de pueblo, en Aldaia, donde tenían su vida hecha. El piso de arriba lo habían independizado y lo tenían en alquiler. Pero aquel día, el agua no dejó ni las escaleras de su casa. La de arriba quedó intacta. A pocos metros andando desde su vivienda, Eva tiene su estudio de pilates, donde la tarde de la dana, decidió suspender sus clases por precaución. «Por instinto», dice ella. Desde la puerta de su local, ahora pintado de rosa, tiene vista directa al barranco de La Saleta, el que se desbordó en el municipio. El coche del matrimonio estaba a pocos metros de su casa, aparcado donde siempre. Lo habían comprado en verano. Lo encontraron a bastantes manzanas del sitio; siniestro, como casi todos. No sufrieron daños personales, porque esa tarde, quizá por precaución, se refugiaron con sus hijos en el quinto piso de la casa de una familiar. Pero los daños materiales fueron absolutos. Ni casa ni negocio. Tras ese shock inicial, tenían una vida completa por reconstruir. Y en esas están ahora.
¿Por dónde empezar cuando has perdido tu casa y tu trabajo? «Pues empiezas en modo rapidez. Con una sombra de que todo tiene que ser rápido para las ayudas», cuentan. Como si decidir algo como si volver a vivir en tu casa o si mantener un negocio que mira directamente al barranco se pudiera decidir en una tarde. Así que Eva y Joan empezaron por el principio. Tras una etapa en casa de una familiar, se mudaron a un piso de alquiler, convertido en su cuartel general, y desde ahí comenzaron a pensar: el estudio de pilates tenía prioridad porque les permitiría recuperar una fuente de ingresos. «Yo me la he vuelto a jugar con el estudio, pero con la casa no», dice Eva. Antes, miró otros locales en otra zona, para evitar el barranco, incluso barajó poner un altillo en el estudio para poder refugiarse si algo así vuelve a pasar. Pero al final, ha tirado para adelante y no sólo ha reabierto donde estaba. Es que se ha quedado el local de al lado, que quedó vacío tras la dana y ha ampliado su negocio. Lo tuve en mente años atrás. «Ahora tengo lo que siempre había soñado. Vengo con mucha alegría a trabajar desde que reabrí el 3 de febrero. Y valoro todo lo que tengo mucho más. Es imposible que todo se vuelva a hacer igual de mal que entonces». Su local está plagado de pequeñas historias. De la tarima que le regaló una clienta, a las luces que le envió una empresa afectada, o los azulejos de su baño, donación de una azulejera. Las ayudas privadas y las de la comunidad 'pilatera' fueron aire en un momento en que lo que necesitaban para poder salir adelante era algo tan sencillo como dinero.
¿Y la casa? Ahí han pasado por una verdadera travesía. Han querido dejarla y buscar otra en otro barrio, en otra ciudad y hasta en otro país. Luego, pensaron en mantener alquilada la planta de arriba y rehacer la de abajo, incluso en construirse un pequeño apartamento en altura en el patio, por si vuelve el agua. «Es un proceso que te absorbe energéticamente. Intentas recuperar tu espacio y tienes dudas», cuenta Joan. «Un día, con la planta baja ya limpia, me senté y vi una visual y me imaginé otra vez en mi casa. Pero no iba a ser lo mismo», dice. Y al final, después de darle muchas vueltas, han decidido seguir viviendo ahí, pero en la planta de arriba, que van a reformar completamente. Pero de nuevo, le van a dar la vuelta a la historia. La planta de abajo albergará el proyecto de Joan, que es divulgador gastronómico (@esmorzaret es su cuenta en redes sociales), con la 'Esmorzaret House'. Un espacio para eventos que giren en torno a la gastronomía del territorio. A los almuerzos, pero también a los productos y utensilios de siempre. Era un proyecto que le rondaba para abrir en Valencia. Había buscado hasta locales. Pero después de la dana, decidió apostar por Aldaia. «He hecho una reflexión sobre este asunto. En el pueblo siempre puedes ser parte de lo que pasa. Implicarte. Ser parte tiene muchas connotaciones como sociedad. Nos hemos ayudado mucho en estos cinco meses», dice. Así que la planta baja de su casa será su estudio y su agencia.
Y aunque las cosas materiales se han ido encauzando, la dana les ha cambiado la vida de manera irremediable. «Hemos generado un desapego por todo lo material», cuentan. «No sentimos pena de haber perdido todos los objetos, la ropa, los recuerdos. Pero sí por los de nuestros hijos. Les estamos haciendo un pequeño álbum mensual con buenos momentos que hemos empezado a pasar», dicen. Y reconocen que ahora son más minimalistas a la hora de todo lo que están poniendo en marcha, ¿Le guardáis rencor a la dana? les pregunto en un momento de la charla. Ambos dudan unos segundos. Pero Eva responde con rapidez. «Yo no le guardo rencor a la dana. Sí a los que no actuaron. Estoy enfadada con todo lo que no se ha hecho». Pero reconoce que el desastre los ha cambiado también en su manera de ver la vida. Empezando porque han desarrollado un sentimiento de desprotección ante cualquier emergencia. («¿Cómo no voy a tener ya un kit de emergencias como el que pide la UE, con lo que hemos pasado, si hemos vivido sin luz y agua días?», justifica). Joan, sin embargo, tarda algo más en responder. «Yo estoy enfadado con lo que no se ha hecho», dice. Incluso un poco con el mundo. O con los dos mundos en que dice que se vio inmerso de repente. «Hubo un momento en que no podíamos estar con gente que no hubiera pasado por esto. No encajábamos», dice. Ahora, ambos intentan volver a una nueva normalidad desde la filosofía de tomarse las cosas como una nueva oportunidad.
Jordi María y Elena Martínez tenían fecha para la mudanza a la nueva casa que acababan de reformar en Sedaví. Habían tenido que dejar el piso en el que estaban alquilados en Valencia y metieron su vida en cajas. El 31 de octubre, aprovechando el puente de Todos los santos se instalarían en su casa, en el pueblo de l'Horta sud en el que Elena había vivido siempre. Pero, claro, la dana del 29 de octubre tenía otros planes para ellos. Así que retrasaron el traslado y se dedicaron a echar una mano limpiando las calles y los locales de amigos y familiares afectados. Su casa no se vio dañada, pero sí el garaje de la finca y el trastero, al que habían llevado muchos de sus recuerdos unos días antes. Al final, se instalaron en el pueblo en diciembre. Y un día, dando un paseo por el barrio, coincidieron con una profesora de Elena del colegio. Se saludaron con mucho cariño y se pusieron al día. Ahora vivía de nuevo en Sedaví, y su profesora la había seguido en redes estos años y sabía que ella y su pareja, Jordi, eran entrenadores personales en un centro que habían abierto en Valencia. «A ver si os animáis y abrís algo así en Sedaví», les dijo. Y ellos le respondieron que les encantaría. Dicho y hecho. La profesora les contó que tenía un local, que había sido arrasado por la dana, en el que hacían fiestas familiares y celebraban cumpleaños, que no tenían pensado arreglar después de la riada. Así que Jordi y Elena pensaron en esa conversación durante días. Buena parte de las infraestructuras deportivas del municipios habían quedado inutilizadas y les apetecía poder ayudar en la vuelta a la vida de Sedaví. Así que se quedaron con el local, en la calle Sant Antoni. «Queremos contribuir a que el pueblo reviva, a que los locales vuelvan a llenarse, a tener vida», cuentan.
Con el local reformado, han puesto en marcha un pequeño centro de entrenamiento funcional personal con el que no sólo volver a habitar un bajo que quedó inutilizado por la dana. Sino dar vida al pueblo y tratar de devolver a la normalidad a sus vecinos tras cinco meses para olvidar. La dana ha supuesto una segunda oportunidad para el bajo, ahora lleno de personas haciendo deporte. También para ellos, que han emprendido de nuevo en un momento complicado, pero que les ha servido de empujón para abrir Work Room Sedaví. Cada día, es uno menos para recuperar la vida tal y como era.
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