El maestro jubilado Gonzalo Ramírez se echa la mano al corazón. «Ella es mi vida». Sus ojos están acuosos. Al seguir su mirada esta acaba directamente en las pupilas negras de Isabella. La niña sonríe. Bracea. La envuelve un ligero zumbido. Sus piernas están envueltas por una especie de armadura color rojo Ironman. Su pierda derecha se alza levemente. Luego la otra. Avanza. «¡Quiero correr, quiero bailar!», balbucea la pequeña de ocho años.
Publicidad
La niña se dirige hacia su abuelo. «Yo la tuve en mi casa. Le enseñé los colores, los animales. Conmigo aprendió hasta a ir al baño. A contar ('¡ya cuenta hasta 200!', sonríe). Le enseñé poemas. Ojalá Dios y algún día vuelva a caminar». Ahora mismo ese milagro lo obra el exoesqueleto Atlas. El único pediátrico portátil del mundo. Un ingenio que cuesta 200.000 euros y con el que los alumnos del colegio de parálisis cerebral de Cruz Roja en Valencia saltan barreras. Motrices y psicólogicas. Es el único centro de Educación Especial de España con este avance. Desde hace tres meses, esta terarapia es una de las que da más alas a los menores aquejados de parálisis cerebral. No son los únicos usuarios del centro. «También entra dentro de nuestro alumnado niños con enfermedades raras, pues muchos padecen problemas neurológicos», indica la orientadora educativa Cristina Iglesias.
Y un rato con Isabella lo demuestra. Sus padres se sientan en una silla al lado para responder a una entrevista ante la cámara de la televisión. Los técnico colocan un micrófono a Johanna. «¡Y yo qué!», se queja la niña. Sus ojos chispean. Sonríe. No duda ni en contestar preguntas.
-¿Cómo te sientes?
-¡Me quiero comer el mundo!
-¿Qué te gusta hacer?
-Cantar, bailar...
-¿Que sientes en el exoesqueleto?
-¡Me encanta, quiero correr!
El gimnasio es sólo una de las almas del colegio de Cruz Roja. En el patio exterior un grupo de monitores participan en un taller de huerto con los alumnos. Acaban de terminar, suena música y bailan corriendo con las sillas de ruedas mientras los niños ríen. Al lado está la piscina. «Aquí no sólo se les rehabilita. Aquí aprenden también a intentar ponerse y quitarse la chaqueta. Y con ella entra un maestro, un fisioterapeuta, un técnico en educación física, un enfermero escolar, maestro del lenguaje... cada tarea conlleva un equipo. Es una labor global», detalla Cristina Iglesias.
El colegio de Cruz Roja es un centro concertado. Como cualquier otro de la Comunitat, bajo el auspicio de la Conselleria de Educación. Aquí entran aquellos alumnos aquejados de una dolencia que les hace necesario un centro de Educación Especial. Acuden a diario a clase, como un centro más, por unos 80 euros al mes a cambio del comedor y transporte. Sólo que en el centro las asignaturas se llaman estimulación sensorial, taller de huerto, terapia en el vaso de hidroterapia (ellos prefieren llamarlo piscina), estimulación sensorial, adaptación a las nuevas tecnologías, expresión oral... «Una vez a la semana salimos de excursión. A algún teatro, a Viveros, al viejo cauce... Además de sociabilizar, aprenden a moverse en la ciudad. Superar un bordillo y cosas así», subraya el director.
Publicidad
Sofía salta en el aula de estimulación en una cama elástica. La misma que emocionó al director con su primera vez en el exoesqueleto. La pequeña sube y baja en brazos de Sandra, una de las monitoras de Cruz Roja. En la planta de arriba está el aula de aprendizaje. En el techo destellan luces suaves que van cambiando de color. Azul, amarillo, rojo pastel... Tonos para despertar los sentidos de los pequeños. Los pasillos huelen a colegio. Aunque también a una mezcla de centro sanitario. Allí hay pupitres. Pero también camillas, camas... Aprender, rehabilitar, motivar...
En la otra aula está de nuevo Isabella, junto a Eduardo, Rubén y otra Sofía. Al entrar garabatea un rotulador sobre una libreta junto a una de las monitoras. «¡Me ha dicho que si me firmaba un autógrafo, porque va a salir en el reportaje!», sonríe la educadora con la 'firma' de la pequeña. Isabella le devuelve la risa.
Publicidad
Sus compañeros y ella manejan tablets con las que aprenden los días de la semana, las estaciones del año, los colores, animales... Mueven el puntero de la pantalla con la vista. O con toques en la silla rueda adaptada de 'Edu'. O con el 'joystick' de la silla de ruedas. «Mucha de la tecnología hay que adaptarla, advierte María José Ibáñez, la educadora. Por allí hay un teclado de ordenador multicolor y con teclas gigantes. Lo necesario para que ellos logren su objetivo con sus manos frágiles pero decididas. «Y sufragarla...», advierte la experta. Sólo el 'tobii' con el que Isabella maneja la tableta puede valer 2.000 euros. La silla de Eduardo, hasta 8.000. Lujos que no deberían serlo cuando lo que hacen es permitir a los niños vivir. Superarse. Ser personas.
Los cuatro pequeños sonríen ante cada mínimo logro. Acertar con un icono de la tablet. Cuando Sofía pincha en la televisión táctil en Youtube la canción 'Martina', de 'Els Catarres'. «Mi hermana se llama así», revela, feliz. Rubén le hace la competencia poniendo un partido de fútbol en su tablet. «¡Soy del Barça!», chincha con su respuesta. Y la ironía la acaba elevando Sofía, cuando mira con ojos traviesos mientras en su mano pendulea una medalla. «Es del torneo intercentros», farda. Una crack jugando a boccia, un deporte adaptado para personas con parálisis cerebral. Pero más orgullosa aún cuando anuncia dónde se van de fin de curso: «¡¡Tres días a Benidorm!!».
Publicidad
-¡Qué suerte, yo me quiero apuntar!
-¡¡Tú no puedes!!
Ellos sí pueden. Superándose cada día. Disfrutando cada paso. Con o sin exoesqueleto.
Empieza febrero de la mejor forma y suscríbete por menos de 5€
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
Publicidad
Te puede interesar
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.