Hace dos semanas, a media tarde, mientras arreciaban las primeras señales de que la DANA empezaba a arrasar Valencia, llegó la noticia de que un camionero había desaparecido mientras transitaba por l'Alcudia. Le sorprendió el temporal en su puesto de trabajo, el vehículo ... pesado con que circulaba por la provincia cuando se vio cercado por las aguas y su rastro se evaporó. Se llamaba José Cuenca, era de Cuenca, tenía 64 años y ese infausto 29-O se convirtió en la primera víctima que dejó la riada, aunque entonces era imposible saberlo. Cuenca engrosó otro listado inquietante, el de personas desaparecidas, hasta que unos días después, luego de angustiosos llamamientos de su familia para dar con su paradero, fue localizado en el barranco de Prado, un paraje ubicado en Guadassuar, alejado más de tres kilómetros del punto donde se perdió su rastro. Era la primera vida segada por la DANA. Luego llegaron otras 213. En total, 214 muertes que han teñido de luto estas dos semanas aciagas.
Publicidad
Casi al mismo tiempo en que se comunicó la desaparición del camionero, se conocían preocupantes noticias de las localidades que forman el cinturón metropolitano de Valencia, donde la riada se llevaba puentes y otras infraestructuras, arrasaba escombro y maleza y devastaba también, dramáticamente, vidas humanas: fue el caso del suceso registrado en Massanassa, donde el vecindario alertó de la desaparición de un habitante del municipio. La crecida le sorprendió mientras ejecutaba un gesto muy rutinario cada vez que un temporal acecha Valencia, que fue su perdición y la de tantos otros: ignorante de la magnitud de la DANA, confiado por la insuficiente información, había bajado en el ascensor de su finca al garaje para poner a salvo su vehículo.
Allí le aguardaba un destino tan cruel como el que acabó con la vida de otros centenares de personas, según un sombrío balance que cada noche actualiza el Centro de Identificación Digital, el organismo ubicado en esa catedral del duelo llamada Feria Valencia: el pabellón donde se practican las autopsias a los cuerpos que se van recuperando y dejan de ampliar el capítulo de desaparecidos. Se trata de la vertiente más trágica de la catástrofe, la condensada en cientos de historias truncadas, para desdicha propia y de sus seres queridos. Arrancadas tan precozmente como le ocurrió a la veinteañera Sara Carpio, cuya sonriente imagen en el obituario que publicó el Colegio de Enfermería al que pertenecía conmueve al corazón más endurecido. Sara falleció junto a su padre Miguel en las primeras horas de la DANA, para desconsuelo de su madre, Toñi, cuyo desgarrador relato en redes sociales sirve como paradigma de la desolación que habita entre los familiares y amigos de las víctimas mortales, que forman, junto a la milicia civil de voluntarios que estos días ayuda en la reconstrucción de la zona cero, otro ejército: la Valencia arrasada por el dolor.
Es una ingente cantidad de personas, imposible de medir, cuya fuerza es sin embargo imponente, porque les moviliza no sólo la amargura por la pérdida sino también la ira. Indignados por la mala gestión de la tragedia y también por la mejorable praxis que siguió al paso de la DANA, lo cual incluye la escasa transparencia con que durante las horas inmediatamente posteriores se trasladó la información sobre muertes y desaparecidos. Un proceso que se ha ido agilizando desde que un nutrido equipo de forenses, formado por un centenar de profesionales, llegó a ocuparse de una gestión esencial para que los muertos reciban sepultura y se active en su entorno el proceso de duelo.
Publicidad
Es el momento que aguardan aún los familiares de las 23 personas desaparecidas, como ocurre con los pequeños a Izan y Rubén, los hermanos de Torrent arrastrados por la riada. Un terrible trance que ya sufrieron quienes perdieron la pista de sus allegados y vagaron durante días en su búsqueda, una improvisada labor de rescate que se sumó a la desplegada por los equipos de emergencia. Así se localizó por ejemplo a los tres empresarios desaparecidos cuando transitaban por la A3 luego de compartir una comida en Chiva, mientras aún se intenta dar con el cuarto integrante de ese desdichado viaje.
José Luis Marín, empresario del sector educativo, Miguel Burdeos, al frente del grupo SPB, y Vicente Tarancón, dueño de Luanvi, son algunos de los nombres propios más conocidos de la sociedad valenciana que perdieron la vida hace dos semanas, llorados por sus familias como llora la de Jorge Díaz, un vecino de Godelleta de 42 años, aficionado al baloncesto, que falleció cuando volvía a casa desde Sagunto, donde trabajaba. O la de José Castillejo, un joven futbolista muy querido en la cantera del Valencia donde se formó. O las decenas de fallecidos que tiene que lamentar Paiporta, zona cero de la zona cero de la desgracia, donde los fallecidos rozan la setentena. Una de cada tres víctimas mortales residía en ese municipio, convertido en un inmenso velatorio donde el luto convive con las infatigables tareas del vecindario, equipos de emergencia y voluntarios para ponerse de nuevo en pie. Un admirable ejercicio de coraje colectivo y resistencia ante la adversidad que cruza aún por las distintas fases del duelo: negación, ira... El día de la aceptación de semejante horror queda lejos.
Empieza febrero de la mejor forma y suscríbete por menos de 5€
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
Publicidad
Te puede interesar
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.