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Reme y Pepe a las puertas de su casa, vallada por los desperfectos. JLBort

Los dos últimos vecinos de la calle fantasma de Catarroja

Más de medio centenar de vecinos se han marchado de una comunidad de adosados por la demolición de cinco de ellos, mientras Reme y Pepe solicitan la inhabitabilidad al ayuntamiento para que les faciliten un traslado

Gonzalo Bosch

Catarroja

Viernes, 24 de enero 2025, 00:29

En la calle Tribunal de las Aguas de Catarroja se enucentra una hilera de adosados fantasma. Hace unas semanas estas viviendas formaban parte de un ... complejo residencial como otro cualquiera. Sin embargo, con la riada del pasado 29 de octubre el agua se llevó todos los proyectos de vida que allí se desarrollaban. Casi tres meses después, de todas aquellas familias, en esta calle de Catarroja tan sólo quedan Reme y Pepe, un matrimonio de recién jubilados y con la casa al fin pagada que ahora vive rodeado de grietas, suelos levantados, precintos que prohíben el paso y el miedo a que la casa de sus vecinos mañana haya caído.

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Esta comunidad de adosados de Catarroja es una de las manzanas más próximas al barranco del Poyo a su paso por este municipio. Con el desbordamiento de la rambla, las plantas bajas de todas estas casas quedaron inundadas, y la estructura de los inmuebles sufrió graves desperfectos. A los pocos días se confirmaron las malas noticias. Cinco de los adosados se encuentran en riesgo de derrumbe, así que por precaución todos los vecinos de la comunidad fueron desalojados. Tras los análisis más exhaustivos, las autoridades confirmaron que las cinco viviendas más afectadas debían ser demolidas. Además, por seguridad para las otras cinco casas adyacentes por cada lado, se dio orden de mantener activo el desalojo. Finalmente, 15 viviendas se debieron vaciar por motivos de seguridad.

Reme y Pepe quedaban justo al lado de las últimas viviendas desalojadas. Ellos tenían autorización de volver, así que lo hicieron. «El coche lo perdimos con la riada y además no tenemos a dónde ir», asegura el marido. «Desde que los técnicos confirmaron los daños somos los únicos que quedamos en la calle. Los vecinos de la otra esquina de la manzana se han quedado también porque están en el lado contrario de la parte más afectadas, pero nosotros estamos preocupados porque estamos mucho más cerca».

Tal y como cuenta Reme, esta semana ha comenzado la instalación del vallado perimetral de seguridad para ejecutar la demolición. «Nos han dicho que si no se cae antes, las tareas para tirar abajo las casas empezarán de aquí a dos semanas», afirma la mujer. La situación es un tanto desconcertante. Los técnicos aseguraron al matrimonio que su casa no se va caer, pero las grietas de sus paredes asustan. «Esta de aquí es más gruesa que hace una semana», asegura Reme mientras señala uno de los boquetes que tiene su pared.

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Pese a la confirmación del Instituto Valenciano de Edificación (IVE) de que su casa está bien, el ambiente que la rodea no transmite otra cosa que no sea miedo. En la calle Tribunal de las Aguas el vallado indica que uno no debe acercarse mucho a la zona por riesgo de derrumbe. Además, por la puerta trasera que da al patio comunitario, una cinta que indica 'prohibido el paso' no permite el acceso a la zona exterior. «Nos dijeron que las casas de la esquina se podían caer, y nos han prohibido el paso al parque comunitario. El riesgo a que se caiga un día es real», asegura Reme, que confiesa haber tenido un mal día. «Actualizas a la gente todo lo que vas haciendo para tratar de recuperar la normalidad, y te derrumbas por recordar todo por lo que estamos pasando», indica la mujer, emocionada.

La situación en la comunidad de Reme y Pepe, en Catarroja. JLBort

Pese a la situación, su vivienda no está catalogada como 'no habitable', pero eso no los prohibieron volver. Sin embargo, con la demolición cada vez más próxima, el matrimonio contrató un arquitecto para volver a analizar su inmueble. «El técnico nos dijo que la casa está bien, pero que aconsejaba que nos fuéramos. Ya no tanto por que no aguante la estructura, sino porque durante el derribo de las casas vecinales sufriremos cortes de agua, de luz, nubes de polvo y ruidos sin parar», explica Pepe, que añade, «por eso hemos solicitado al ayuntamiento que declare la inhabitabilidad de nuestra vivienda, y desde servicios sociales nos ayuden a conseguir un traslado temporal».

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«Hace unas semanas acabábamos de pagar la casa. Estábamos a punto de la jubilación y nos veíamos ya en la etapa de disfrutar tranquilamente. Y ahora nos pasa esto», lamenta Reme. La mujer confiesa que le aterroriza la idea de que la demolición las casas cercanas pueda afectar a su vivienda, pero aún así lo que más le preocupa son sus vecinos. «Yo aún tengo la casa en su sitio, pero ellos lo han perdido todo. Al final es gente con la que hemos compartido calle muchos años, no me quiero imaginar a lo que deben enfrentarse ellos», solloza Reme.

Según les ha informado el propio Ayuntamiento de Catarroja, los trabajos de demolición pueden tardar en torno a dos meses en completarse. Si -hipotéticamente- el matrimonio permaneciera en su casa todo ese tiempo, debería convivir con temblores, golpes, polvo y cortes de servicios esenciales. Sin embargo, Reme y Pepe confían en su ayuntamiento. «La alcaldesa habló con nosotros personalmente para saber cómo estábamos. Ya conoce la situación y sabemos que están en marcha para buscarnos un sitio donde estar hasta que esto acabe y nos confirmen que nuestra casa se conserva», afirma la pareja.

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En la calle paralela, al otro lado de la manzana, otros tantos vecinos de la comunidad sí se han quedado, puesto que los desperfectos en la estructura a ellos no les afectó. Sin embargo, también plantean marcharse. «No sabemos si nos quedaremos por todo el alboroto que van a producir las obras. Tampoco es de buen gusto ver como la casa de tus vecinos desaparece», afirma Luis -un vecino- desde la cinta que le impide pasar a su propio patio interior. «Madre mía, lo que nos ha tocado vivir», sentencia el hombre, en una frase que podría expresar cualquiera que viva en la zona cero.

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