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La mañana del martes 29 de octubre de 2024 nunca se olvidará en Chiva. El día amaneció lluvioso. Arreciaba con fuerza y los truenos servían de despertador. A pesar de la alerta los colegios abrieron sus puertas. A las nueve de la mañana, el cauce del barranco de Chiva bajaba con un ímpetu dentro de lo habitual en días de lluvias fuertes. Nada raro que no se hubiera visto otras veces. Los vecinos se acercaba a hacer fotos bien desde la pasarela de la calle Buñol o desde los pretiles de los puentes, el nuevo y el viejo.
No paró de llover en todo el día. Una llamada a casa confirmaba que los chuzos eran de punta. «Llueve mucho y cada vez más fuerte», apuntaban al otro lado del aparato. Los niños seguían en el colegio y la vida era medio normal. A las 14.22 horas, otra imagen que apuntaba la crecida. Mucha más lluvia y las aguas barranco abajo más bravas. El temporal era importante y el camino del Azagador era ese embudo al que nunca nadie le ha metido mano. La lluvia no cesaba, barranco arriba. La sierra colmaba las ramblas y el agua buscaba como por un tobogán de parque acuático el centro de Chiva.
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A partir de las tres de la tarde el tema comenzó a ponerse feo. Tan turbio como el agua. A las cinco, en un grupo de amigos se pasó un vídeo del riachuelo que serpenteaba por la calle Ramón y Cajal. No era algo usual pero alguna vez se había visto. Un par de veranos antes ya hubo fotos para la historia con agua y barro por las mismas calles.
En cuestión de minutos, el asunto se fue de madre. A las cinco y media de la tarde, nuevos vídeos ponían en máxima alerta a la población. Aquello ya no era un pasatiempo. El agua empezaba a bajar con un exceso de metros cúbicos por segundo y poco después el desastre, lo nunca visto en Chiva. Los vehículos flotaban como el corcho, cayendo sin remedio por la calle Buñol, taponando la vía y llevando el caos al centro de la población. Gritos, incredulidad y desolación. Los contenedores eran juguetes en mitad de la tromba, al igual que el resto del mobiliario urbano.
A las ocho y media de la tarde, el barranco de Chiva era un Ebro cualquiera por el centro de la población. Destructor, incontrolable y salvaje. El agua rompió las puertas de las casas para robar sin piedad miles de recuerdos, la historia de familias enteras que lo han perdido todo en una tarde infame para los chivanos.
En un día, casi 500 litros por metro cuadrado en un mismo punto, algo nunca visto desde 1996, cuando la lluvia arrasó Tavernes de la Valldigna. En sólo cuatro horas, casi 350 litros por metro cuadrado para generar una estampa mortífera. Ayer, Chiva lloraba la pérdida. De alguna vecina fallecida a causa de la tromba y con las dudas sobre dónde están los desaparecidos.
El centro de la población es fantasmagórico. Fango y piedras. La calle San Isidro y la calle Buñol forman parte desde hoy de una historia pasada.
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