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J. A. Marrahí
Viernes, 9 de diciembre 2022
Aire nuevo en la Iglesia valenciana y aire fresco en Benavites. Son las diez de la mañana, huele a pan recién hecho y un inusual revuelo comienza a adueñarse de la tranquila localidad del Camp de Morvedre. Las ramas en el suelo trazan una alfombra ... junto a la parroquia y atestiguan que no es un día cualquiera. Viene Don Enrique, de Quatretonda, «home de la nostra terra». Y vuelve a casa como arzobispo.
Benavent llega a la plaza arropado por tapices en balcones y aplausos. Los de Benavites y otros pueblos próximos han llenado el templo para dar la bienvenida al nuevo arzobispo. Hay fieles de todas las edades. Como Noelia, una joven de 22 años que luce el pañuelo de los Juniors de Quartell. «Tengo muchas ganas y curiosidad por conocer cómo es nuestro nuevo arzobispo». A paso de bastón recorre la plaza una mujer de 86 años. «Tengo mucha devoción. Me han educado así y quiero conocer en persona a Don Enrique», señala la vecina de Benifairó. Numerosos niños se integran en el pasillo de bienvenida.
Y después, a la salida del templo, entre aplausos, fotos y manos tendidas, Benavent se entrega a su Iglesia. «Don Enrique sonríe como Francisco. Su actitud me recuerda mucho a la del Papa», aprecia una de las asistentes. Uno de los benjamines entre la multitud es un niño de 9 años, Pau Ramón, de Benavites. «Es un hombre muy importante que organiza la Iglesia y quería saber cómo es», expone. A pocos metros, una vecina de 78 años de Benifairó de Les Valls se dirige al nuevo arzobispo: «Bienvenido, Don Enrique. Me alegro mucho de que nos lleve a todos por el buen camino». A lo que el nuevo pastor responde: «Bueno, si todos me hicieran caso...». Y ella apostilla: «Tiene razón, porque mis hijos no me hacen mucho caso».
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A monseñor Benavent le esperaba en El Puig un reto no más grande que organizar e inspirar a la Iglesia valenciana: subir los 92 escalones que conducen al grandioso monasterio, escenario de su segunda parada en el sendero hacia la toma de posesión. Pero no. Al final fueron sólo 22 los peldaños de piedra por los que ascendió, los del tramo final. El vehículo oficial no quiso cansarle más de la cuenta y buscó el atajo: una rampa asfaltada auxiliar.
Don Enrique es cercano. Y su discurso es sereno y próximo. Con un excelente dominio del valenciano que entremezcló con el castellano en sus primeros mensajes. Se sabe de «la nostra terra» y la honra. La humildad preside su oratoria entre constantes agradecimientos. Llega con una sonrisa casi permanente, destellos de buen humor y dulzura en su tono y trato con las gentes.
Quienes le pidieron una foto, tuvieron su recuerdo. Como la estampa inmortalizada en el seminario, con los nuevos siervos de la Iglesia compartiendo instantánea con Cañizares y Benavent.
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