Secciones
Servicios
Destacamos
Fue la tormenta perfecta. Una cadena de averías, falta de previsión y un inexistente sistema de alertas ante grandes trombas provocaron una catástrofe sin precedentes de la que se cumplen 40 años. Reconstruimos de manera pormenorizada, con documentos inéditos y audios históricos, cómo fueron las 24 horas previas a la rotura. Entre ausencia de información, esfuerzos tardíos y dramas que se iban gestando a marchas forzadas. La pantanada de Tous no fue sólo el colapso de una presa. Todo empezó un día antes. Repasamos por horas lo que sucedió desde el día 19.
«Las precipitaciones pueden ser importantes en el litoral sur del Golfo de Valencia». Así de escueta es la previsión del Instituto Nacional de Meteorología de aquel día. Se suceden algunas conversaciones entre responsables hidrológicos del Júcar, pero sin la transmisión de alarma excepcional alguna a nivel fluvial ante los avances meteorológicos.
En la presa de Tous, junto al gran embalse, ha sido un día ajetreado. Tras un octubre de gran actividad. Es una infraestructura todavía en obras y sin inaugurar. Y se trabaja en la instalación y arranque de un grupo electrógeno, entre otras labores. La presa no está preparada para un apagón eléctrico porque no hay dispositivos de este tipo junto a las compuertas de los aliviaderos.
Llueve ya esa tarde cuando los trabajadores se marchan sobre las 20 horas. Pero como no hay aviso de alarma alguno a los responsables de la presa, tampoco se toma la más mínima precaución. Allí sólo queda un guarda y los aliviaderos están cerrados. A pesar de que la presa está al 84% de su capacidad y de que en las próximas horas se avecina la tromba del siglo.
La bestia ya está sobre el cielo. Sobre la ribera del Júcar. Entre Valencia y Albacete. Es una gota fría de libro. De las de una o dos al siglo. Pero a esa hora nadie había previsto su magnitud. Ni había medios para avanzar con más precisión cuándo, dónde y cuánto podría llegar a descargar.
Se trata de una alineación de fenómenos atmosféricos capaz de formar una catarata como si las nubes no se agotasen nunca. Capaz de mantener lluvias torrenciales durante horas. Los científicos lo conocen como complejo convectivo de mesoescala. Y ya se configuraba para agigantar el Júcar y matar con agua.
En la madrugada llueve a mares, en especial en la zona de Cortes de Pallás, aguas arriba de la presa. A las dos de la madrugada, la tromba deja la obra sin electricidad. Un encargado intenta contactar con Hidroeléctrica, pero las líneas telefónicas también están inutilizadas por el diluvio. Intenta desplazarse y el desbordamiento del río Sellent le corta el camino. Comienza el caos.
La cuenca del Júcar empieza a recibir un aluvión de 3.000 hectómetros cúbicos. Los afluentes se desbordan. A las seis, el agua que trae el Escalona engulle en Tous a dos pescadores junto al embalse. Uno salva la vida al agarrarse a un tronco. A su compañero, Carmelo, ya no se le ha vuelto a ver.
La muerte se expande. El agua avanza enfurecida y un autobús sale de la central nuclear de Cofrentes con trabajadores. Han terminado su turno y vuelven a casa. Pero sus familias ya no volverán a abrazarlos. Ni vivos ni muertos. El río Cautabán se desborda, destruye un puente y el autocar acaba arrastrado con todos sus ocupantes.
Lejos de allí, amanece en Alzira. Ha llovido bastante de noche y Alfonso Rovira, director de SER Alzira, repara el radioenlace para poder emitir toda la programación. «Desde primera llegaban noticias de la crecida del Júcar, pero como en Alzira dejó de llover, nada hizo presagiar la tragedia. Incluso se hablaba de una lluvia beneficiosa».
Mientras, en Valencia, suena el despertador de Rafael Armengot, hoy meteorólogo y doctor en Geografía. Por aquel entonces es un observador meteorológico de 25 años. Desayuna su tostada y café y camina hacia su trabajo, el centro de Viveros. «En Valencia estaba nublado pero no llovió en el camino. El aire era cálido, extrañamente cálido», recuerda.
La Guardia Civil de Valencia está bajo el mando del teniente coronel Quintiliano Pérez Monedero, de 46 años. A primera hora recibe una llamada desde Navarrés: «El cuartel se está inundando». Es la primera de una sucesión de alertas «que llegaban de todos los lados, de toda la provincia».
En ese mismo instante, los torrentes se multiplican en el interior. El río Sellent no aguanta la avenida y el agua inunda Cortes, Cárcer y Alcàntera del Xúquer. Una vecina de Cárcer sufre un infarto al ver cómo el agua la acorrala en su vivienda.
Armengot llega al trabajo y comienza a recopilar teletipos con cifras de unos pocos observatorios: viento, humedad, presión… «Yo los plasmaba en un mapa que el meteorólogo interpretaba después». Pero es completamente ajeno al infierno generado esa madrugada. Eso sí, se encuentra con señales preocupantes. «A las 8 el aeropuerto de Alicante cifró 200 litros en la noche. Llegué a pensar que era un error y luego descubrí que no», describe hoy.
Pero desde la zona del anormal diluvio, la Muela de Cortes y sus alrededores, no le llegó nada. «Allí había pocos observadores y las líneas telefónicas estaban cortadas. Nadie podía contar lo que se estaba viviendo. No había medios para saberlo». Ciegos mientras el Júcar se tornaba en un monstruo.
A primera hora de la mañana, en Tous, un hombre lucha por llegar con su coche a la presa. Es Jesús María González Marín, el técnico responsable de la presa de Tous y, años después, único condenado por la rotura. Un desmoronamiento de rocas le cierra el paso. Pero un todoterreno le rescata y consigue entrar a la instalación. Hay que hacer algo o la presa peligra.
Noticia Relacionada
La situación a su llegada es ya dramática. El agua está tres metros por encima de las tres compuertas del aliviadero de superficie. Esas bocas son la salvación. Pero no hay energía para activarlas ni va el teléfono para pedir auxilio. No hay modo de liberar el agua embalsada.
González y sus compañeros luchan durante tres horas. Logran abrir la toma de regantes, pero fracasan con la apertura manual de los aliviaderos. Al mediodía, las llaves que estaban usando se parten. Todo falla. Todo sale mal y crece la tensión, al igual que la cota. La presa se llena y se buscan soluciones contrarreloj.
En Alzira se masca ya el peligro de inundación. A las 11.30 horas, se toma la decisión de sacar a los niños de los colegios y ponerlos a salvo.
Mientras, en Viveros, en el centro meteorológico de Valencia, el teléfono echa humo. Desde los pueblos donde la línea sigue viva se suceden llamadas de una decena de observadores del sur de la provincia. Y cuentan a Armengot lo que está pasando. Pero la primera noticia de que había problemas serios en la ribera del Júcar llegó de los propios ciudadanos. «¿Saben qué pasa que se está desbordando el río en Alcàntera del Xúquer?», pregunta esa mañana un vecino por teléfono.
Como resume, en esa época «íbamos casi a ciegas, no sabíamos la lluvia en tiempo real y no había protocolos de alerta. No hubo ninguna comunicación con la CHJ. Ni ellos nos llamaron ni llamamos nosotros. Los protocolos llegaron después, tras las lecciones de este episodio y del 83 en el País Vasco».
Con los pocos datos recibidos, Viveros traslada un resumen a los medios: «Estamos ante un temporal otoñal extraordinario que está ocasionando problemas importantes en la ribera del Júcar y en Alicante».
En Alzira, todos los bomberos del recién estrenado Consorcio Comarcal Ribera-Valldigna son avisados para que acudan de forma urgente al parque. Son los primeros bomberos profesionales provinciales, llevan sólo un mes en lo suyo. Ninguno imagina a lo que se van a tener que enfrentar. «La noche de antes sólo tuvimos un par de salidas por daños del aire. Nada relacionado con el agua. Apenas llovía», recuerda hoy Jordi Cortés, uno de los efectivos.
Al poco, cambio de planes. Se trasladan al ayuntamiento de Alzira por precaución, pues el parque se encuentra en una zona inundable. Este será su centro logístico y su casa durante el resto de días. «No cesaban los rumores de que la presa podría sufrir daños. Sin embargo, nadie se comunicaba con nosotros para informarnos de este asunto». Confusión y desinformación, la tónica dominante en toda la jornada.
En Valencia, Boro Barber, un locutor y reportero de 35 años de Radio Popular (hoy Cope Valencia) ha terminado su programa de música y noticias. «Sabíamos que estaba lloviendo mucho». A las tres de la tarde, con los periodistas ya muy pendientes de la presa, clava su oreja en el escáner que reproduce las comunicaciones de la Guardia Civil y capta un mensaje inquietante: «Esto se va al carajo». En boca de un agente.
Barber intenta confirmar cómo anda la situación en Tous a través del Gobierno Civil, con José María Fernández al frente. Una joven Rita Barberá, jefa de prensa antes que alcaldesa, le responde: «No, no. La presa resiste. Ahora sacamos un comunicado». Y el locutor incide: «O dais vosotros el comunicado o cuento yo que la presa se viene abajo. Está en juego la vida de muchas personas».
Un guardia civil aterriza con un helicóptero cerca de la presa y González lidia con la tensión. Lleva toda la mañana pidiendo a las fuerzas de seguridad un grupo electrógeno para mover las compuertas. El camión que lo transporta ha sufrido un sinfín de problemas para acceder a la presa y el aparato no llega hasta las 16.15 horas. Ya es demasiado tarde.
Aguas arriba, la muerte se viste de lodo. A las 16 horas, un torrente de fango inunda Ayora y hace desaparecer a otras dos personas. De allí son también algunos de los arrastrados horas antes en el autobús de la central de Cofrentes.
El locutor de Radio Popular recibe el comunicado del Gobierno Civil. «No tenía ni pies ni cabeza. ¡Hablaban de evacuar a los vecinos de Xátiva! Parecía como si no supiesen de geografía». Ante tanta incertidumbre, decide poner rumbo a la Ribera e intentar comprobar in situ el estado de la presa.
Su compañero de profesión en Alzira, Rovira, intenta también aclarar las cosas. «El alcalde Paco Blasco aseguraba que no había motivo de alarma inmediata y hablaba de estar vigilantes». Pero Rovira recorre la ciudad con la unidad móvil y comprueba que ya hay zonas por las que ya no se puede circular.
Vecinos curiosos se agolpan junto al río y se fijan en la referencia de las grandes piedras del puente de hierro. «Cada minuto desaparecía una de ellas bajo el agua», recuerda hoy uno de esos testigos. A las cuatro y media de la tarde, el Júcar experimenta ya una crecida de cinco metros.
Cerca de ese lugar, el jefe de los bomberos ordena a su subordinado Bernardo Mascarell recoger unos colchones para llevarlos al hospital de Santa Lucía. «Tras varios viajes, el agua me pilló en el puente de Xàtiva, donde paré la furgoneta porque estaba en alto. Mi compañero y yo nos quedamos allí junto a miembros de Cruz Roja. La gente pedía auxilio desde ventanas y balcones». El caos empieza a imperar entre los servicios de emergencias. «No teníamos formación para esto. Actuamos de corazón».
En la presa ya no hay tiempo de más. «La destrucción es segura. Hay que advertir a las poblaciones aguas abajo y evacuar a la gente», aconseja González al mando de la Guardia Civil. Ya es por la tarde cuando el Gobierno Civil emite un comunicado urgente. Era el momento de dejarlo todo y escapar a lugares altos.
Son las 17 horas y, en Alzira, el bombero Vicent Vendrell no descansa. Acude a poner a salvo una moto nueva de la Policía Local. La aparca en la puerta del hospital, entra al centro sanitario y, ante la crecida del agua, se instala allí. «Los coches en la calle eran ya arrastrados por la riada. Yo aproveché para subir los aparatos del hospital al primer piso y resguardarlos».
Llegan gritos en la planta baja. «Una mujer que hacía de casera del edificio pedía ayuda porque no encontraba a su marido, que se había quedado durmiendo. Cuando entré en la habitación encontré el colchón flotando y el hombre seguía durmiendo en él».
Beneixida es uno de los pueblos donde los afluentes desbordados ya sembraban el caos. Allí una niña de 6 años, Eva Roig, abandona su casa. «Mi padre no quiso salir hasta que no escuchamos en la radio que había que evacuar los pueblos», recuerda. En la calle, el agua ya supera el metro y medio. «Mi padre me dijo: si te vas de las manos del papá tienes que nadar hacía la iglesia, a favor del agua». Avanza por calles anegadas, a hombros de su padre. Él la eleva para que pueda respirar. La deja sola, en una zona seca, para ir a recoger al resto de sus hijos. La niña llora mientras espera que regrese su familia.
Seis de la tarde. Bajo un cielo plomizo, Eva y los suyos han logrado agruparse. «Junto a otros vecinos logramos subir al último autobús que evacuaba a los vecinos». No será hasta abril, seis meses después, cuando la niña regrese a su hogar en Beneixida, una casa cuyas paredes mantuvieron el olor a humedad durante meses. Una infancia marcada por la pantanada.
A pocos kilómetros, la tragedia se agranda. El agua corona una presa de Tous abandonada a su suerte y se filtra por el cuerpo central. Es de arcilla y comienzan a formarse grietas. Esa progresiva destrucción dura algo más de dos horas. El responsable de SER Alzira intercepta entonces las comunicaciones de la Guardia Civil. «Uno de los agentes informaba a sus superiores de que la presa se desmorona». Era inminente.
La luz se apaga en la capital de la Ribera. La emisora de la SER queda incomunicada. Rovira manda a todos los trabajadores a sus casas «para que puedan salvar algo» mientras sube con la unidad móvil a una zona alta de la ciudad. Quiere seguir informando de lo que se avecina.
La presa sucumbe. El infierno se libera en forma de 120 millones de metros cúbicos, la cantidad embalsada estimada en ese instante. El mortal torrente ya no tiene nada que lo frene. Avanza a razón de 15.000 metros cúbicos por segundo. El Júcar es un tsunami. Hunde el primer pueblo a su paso, Sumacàrcer, a sólo tres kilómetros. Después Beneixida, Alberic, Gavarda, Benimuslem… Y el agua vuelve a matar con ferocidad. Siete vecinos de Carcaixent fallecen ahogados en sus plantas bajas del pueblo.
Muy cerca de la presa, un teniente comunica por radio al jefe de la Guardia Civil: «Mi teniente coronel, no puedo ver nada por la oscuridad, pero por el ruido que he oído la presa se ha roto». Quintiliano recibe este mensaje en el comité de crisis en Gobierno Civil, en Valencia, se lo traslada al gobernador y éste al presidente del Gobierno, Leopoldo Calvo Sotelo. «Este teniente no tiene ni idea, una presa de gravedad no se puede romper», espeta el líder del Gobierno «Yo callé por prudencia», recuerda hoy el exjefe de la Benemérita.
En Alzira, un hombre camina ebrio. No obedece al policía local que le advierte de la avenida y perece cuando la ola se adueña de la capital de la Ribera. No hay luz y el arrastre de los coches llena la ciudad de estrépitos en la oscuridad. Rumor estremecedor en un mar de seis metros de altura. Toda la Ribera es ya agua. No hay terreno visible. Sólo supervivientes aterrorizados, atrapados en sus casas o esperando el rescate en los tejados. Otros, los más desafortunados, flotan sin vida o yacen en el lodo.
El locutor Barber, desplazado desde Valencia, intenta avanzar hacia el epicentro, confirmar que la presa ha caído. Pero no lo logra. «Llegamos a un punto donde ya no era posible avanzar. La Ribera era un mar». Ante la barrera que le impone el desastre, regresa a la capital para descansar unas pocas horas.
Mientras la comarca sucumbe en su noche más oscura, Valencia está en calma. A las 19.30 horas, el observador Armengot remata su servicio en el centro meteorológico y llega a casa: «Allí comencé a escuchar por la radio las noticias sobre el riesgo en la presa y la evacuación de poblaciones». En un encharcado Mestalla, el Valencia CF disputa un partido de UEFA.
A las ocho de la mañana, un helicóptero sobrevuela la presa. En su interior viaja el jefe de la Guardia Civil y un ayudante. «Desde el aire corroboré que no había presa y toda la Ribera era un lago inmenso. Algunas manchas negras eran techos de autobuses sumergidos y había puntos donde flotaban tramos de carretera», rememora.
Una hora después se presenta de nuevo ante el presidente del Gobierno y el gobernador civil en Valencia y transmite con ironía: «La presa no estará rota, pero falta la mitad o más». El presidente Calvo Sotelo sigue incrédulo. A sus 90 años, Quintiliano recuerda bien sus palabras de aquel día: «Igual se ha hecho una fisura arriba y se ha ido ensanchando por el agua».
A falta de ocho días para las elecciones generales, el Gobierno oculta que la presa ha sucumbido mientras organiza una operación militar de rescate a gran escala. Se niega la evidencia. A pesar de que toda la Ribera está sumergida.
A muchos kilómetros de allí, en Chinchilla, el piloto militar valenciano Rafael Ruiz De Eguilaz se pone su casco. Ha recibido una orden. Debe cesar sus maniobras y volar a Valencia, junto a otros muchos de toda España: «Diríjanse hacia la base de Bétera sobrevolando el cauce del Júcar y poniendo a salvo a todas las personas que encuentren». La esperanza llega desde el aire. Con el batallón de helicópteros valenciano (hoy BHELEME II) y apoyos aéreos de toda España.
En Alcàntera del Xúquer, varias personas alzan sus brazos en un tejado, entre ellos un anciano. Ruiz coordina el salvamento. «Trabajamos en unas condiciones terribles. Con una escasa visibilidad por las nubes y la humedad, volando muy bajo y sorteando cables de alta tensión. Para mí fue una misión más complicada que la de Irak y es un milagro que nadie se estrellara», valora hoy el militar.
A los mandos del Bolkow 105, coordina rescates en tejados, traslada mujeres embarazadas, lleva medicinas, equipos… Vecino de Algemesí, contempla su querida tierra ahogada. Sólo el 21 de octubre, Ruiz y los pilotos de las Fuerzas Armadas rescatan a mil personas en peligro.
Mientras las aspas giran a ras de agua en la Ribera, Barber madruga. Junto con el técnico Vicente Aguiló vuelve a la Ribera y plasma el drama en las ondas. «Fue increíble. Las autoridades, negando que la presa se había roto. Y yo allí, viendo a los helicópteros sacar a gente de los tejados».
Rescates radiados en Tous, en Sumacárcer… Supervivientes y damnificados le cuentan que la presa ha caído. Pero como el Gobierno lo niega, quiere verlo con sus propios ojos. «Sobre 16 horas, preguntando a vecinos, encontramos un camino» con visibilidad a la presa. Sólo un kilómetro le separa de la verdad. Pero el sendero en pendiente es impracticable.
Barber y el técnico deciden jugársela. «Como estaba repleto de lodo decidimos usar un somier que había por allí tirado para colocarlo delante de las ruedas de la unidad móvil y así, poco a poco, de dos metros en dos metros, ir avanzando».
Y allí, en lo alto de la loma, ve al fin la dimensión del desastre. «El ministro del Interior Juan José Rosón estaba diciendo en directo que la presa había resistido. Pero no era cierto. Pedí paso urgente a la radio para contar la verdad». Una vez más, tomó el micro y sonó su voz.
¿Cuánto y dónde había llovido realmente para semejante acumulación de agua? A partir de ese instante, llegó la curiosidad de investigador de Rafael Armengot. «El día 22 cogí un tren a Algemesí para acercarme a la zona y ver con mis propios ojos lo sucedido. Caminé desde allí a Alzira y fui testigo del caos. Me di cuenta de que una cosa son los libros y otra, la naturaleza». En el trabajo por descubrir el rostro de aquella gota fría, Armengot se embarcó con el actual catedrático de Geografía Alejandro Pérez-Cueva.
Primera pista: en Bicorp había un pluviómetro tropical en la zona del Barranco Salado. Un guarda forestal llegó hasta el medidor de lluvia, con una capacidad máxima de 632 litros por metro cuadrado, y vio que estaba desbordado. «Por tanto, había llovido más que eso, pero nunca sabremos cuánto», concluye Armengot. Estima que la gigantesca masa de lluvia que desbordó el Júcar y tumbó la presa cayó «en aproximadamente 15 horas, entre la noche del 19 y el mediodía del 20». Y esa ha quedado como la máxima marca científica.
Pero hay otra, ya estimada y menos científica, que Armengot ve plausible. La conoció días después, tras conversar con un técnico de la CHJ. El hombre le contó que el pluviómetro que había en la Casa del Barón, una casa forestal de la Muela de Cortes, sencillamente acabó derribado por la magnitud de la tromba. «Allí habían quedado trabajadores forestales atrapados y refirieron que un aljibe se había llenado espectacularmente». Técnicos fluviales evaluaron lo que se podía deducir matemáticamente a partir de las dimensiones del aljibe y establecieron esta cifra: 1.120 litros por metro cuadrado.
Aunque con parámetros no pluviométricos, esta es la referencia estimada de precipitación más elevada del Mediterráneo occidental. Se conocen otros máximos de entre 900 y 1.000 litros en 24 horas, tanto en Túnez, Córcega, Liguria o Provenza. Pero al igual que sucedió con la pantanada, «en décadas pasadas era difícil tener datos exactos», matiza Armengot. Lo que sí está claro es el denominador común: «Estas grandes trombas se centran en el otoño».
El complejo convectivo de mesoescala que gestó el desastre de aquel 20 de octubre fue el primer fenómeno de estas características documentado en Europa a partir de las imágenes de satélite. Sacó los colores a los gobernantes e hizo ver que estábamos en mantillas ante los riesgos de nuestro clima. Puso las pilas para avanzar en sistemas de alerta y prevención que, aún hoy, están por completarse. Con obras pendientes o pueblos sin planes ante inundaciones. Y los expertos coinciden: el cielo volverá a ponernos a prueba.
LAS PROVINCIAS dedica una amplia cobertura al aniversario de la pantanada de Tous los días 19, 20 y 21 de octubre.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Jon Garay y Gonzalo de las Heras
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.