La lectura del sumario de la dana es un paseo por el horror y el terror más absolutos. Pero entre drama y drama, como ... una luz en medio de la oscuridad, sobresale la historia de Sebastián. Y de sus vecinos, pero eso lo sabremos hablando con él. En el sumario sólo aparece él. También debió ser una luz en medio de la oscuridad el edificio donde vive, el número 27 de calle Chiva, en Alfafar. Esa noche, Sebastián, argentino, exmilitar, grande como una montaña, se empeño en salvar vidas. Y lo hizo. Vaya si lo hizo. Él y su vecino Hamil, así como otros residentes, 'pescaron' literalmente a entre 7 y 11 personas. «Perdí la cuenta», dice Sebastián. En medio del mar embravecido, su finca del Parque Alcosa se convirtió en el bote salvavidas más grande del mundo.
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Es, quizá, la historia más esperanzadora entre los cientos de páginas de tristeza que componen el sumario de la dana. Sebastián Pedroza vive en Alfafar, donde llegó hace cuatro años. Lo hace solo, en el tercer piso. La tarde de la dana, Sebastián había llegado a casa hacía una hora más o menos cuando escuchó un golpe. «Parecía una explosión», cuenta. La voz se le rompe instantes después. «Vi venir a unos abuelitos caminando por la calle y a lo lejos se veía el agua. Les dije que corrieran...», desliza. Sebastián bajó a la planta baja, donde vivían cuatro vecinas en una especie de planta baja elevada aproximadamente 120 centímetros sobre el nivel del agua. Eso les salvó. Eso y, claro, Sebastián. A dos de ellas las sacó a pulso. A Aroa, que trabaja en una hamburguesería, casi le tiró la puerta abajo. «Estaba con los cascos y no me oía», cuenta. Subieron al primer piso. Él bajó a por los gatos de Aroa. Otras dos vidas.
Ya en el primer piso, él, su vecino Hamil, y otros residentes salieron al balcón. «La gente pasaba flotando, oías los golpes...», rememora. Sebastián se acordó de que guardaba en su piso una cuerda «que había usado para hacer la mudanza, hacía cuatro años». Subió las cosas a su piso con una polea y el cabo seguía allí. «Había dos personas mayores agarradas a una verja y les tiré la cuerda. Les dije que se pusieran la cuerda por debajo de los brazos y que se lo ataran bien fuerte. Uno de ellos me repetía una y otra vez que no lo soltara», recuerda, antes de llorar como un bebé. Tras rescatar a esas dos personas, un vecino del edificio de enfrente le gritó: «¡Hay otro debajo del balcón!». Sebastián y Hamil estaban cansados, muy cansados. De aquel esfuerzo, a este hombretón argentino se le ha desarrollado una hernia.
Pero tiraron de la cuerda y 'pescaron' otra vida. Sebastián vuelve a romper a llorar. «Sentir que tienes una vida en tus manos...», dice. La tarde avanzó. «Desde el edificio de enfrente nos dijeron que había otros chicos en el agua. Eran dos chicos y una chica que venían de la gasolinera BP», situada a escasos metros. Sebastián y Hamil, argentino y marroquí pero tan valencianos como el que más, tiraron de la cuerda y los izaron. Él no quiere dar más detalles. Dice que salvaron a más gente pero este reportaje se iba a llamar «el héroe de Alfafar». Sebastián no lo permite. «No soy un héroe. Había que sacar a la gente del agua y se sacó», cuenta, como si nada.
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Conforme pasaban las horas, la luz se fue. La alerta de la Generalitat llegó a las 20.30 horas. «Nadie pasó los días siguientes por allí. Nadie», cuenta. A eso de las 2 de la madrugada del día 30, el agua empezó a bajar y algunos de los rescatados se fueron. Sebastián pasó las primeras horas en shock. Aún hoy lo está. ¿Cómo puede llorar tanto alguien que fue un faro en medio de la oscuridad y que salvó una decena de vidas? Él se encoge de hombros: «Sólo pienso en los que no pude salvar».
En los días posteriores, Sebastián recorrió Alfafar con su equipaje tradicional, que no es una capa, sino un mono de desinfección dado que trabaja en una empresa dedicada a ello. Ahora, está enfadado. Sobre todo con el presidente de la Generalitat, Carlos Mazón. De hecho, se ha personado en la investigación del juzgado de instrucción número 3 de Catarroja. «Alguien tiene que pagar por esto», insiste una y otra vez. «Nadie vino a ayudarnos. Nadie», repite.
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