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Raúl hace unos meses que se ha dado cuenta que es adicto al juego, pero no puede pasar ni un día sin pensar en apostar a través de su teléfono móvil pese a que esta afición, que derivó en un abuso excesivo, a punto ha estado de costarle su matrimonio. Prefiere mantener el anonimato -«en mi trabajo no lo saben y me podría costar quedarme en la calle»-, pero describe cómo algo que parecía no tener importancia ha supuesto «el problema más grave que he sufrido en toda mi vida». Raúl recuerda que tocó fondo después de que los ahorros se esfumaran y su mujer le diera un ultimátum: o las apuestas o su familia (también tiene una hija). «Ahí me derrumbé y decidimos acudir a una clínica a pedir ayuda». Este residente en un municipio de la provincia de Valencia cuenta con un nivel socioeconómico medio (trabaja en un despacho, pero prefiere omitir el sector) que le permitía «llegar a final de mes sin problemas y darnos un capricho de vez en cuando. Pero poco a poco esto cambió y empezaron las deudas». Ahora prefiere centrarse en el futuro, en recuperar la confianza de su esposa y en evitar que «la bola se haga más grande» para no hipotecar el futuro de su hija.
Situaciones similares vivieron Andrés y Guillermo (nombres ficticios), adictos en rehabilitación atendidos por los profesionales de la fundación Patim. Andrés, por su parte, trata de recuperarse después de acumular una deuda de unos 270.000 euros propiciada por su adicción a las apuestas deportivas online y engordada por multitud de microcréditos abusivos que ha ido solicitando. «El hecho de ganar es la mentira que te dices a ti mismo, pero se trata de un sentimiento de impulsividad descontrolado que doblega tu voluntad», relata, mientras recuerda que el momento más duro del jugador es cuando tiene que hablar con sus familiares y contarles lo que ha hecho. Ahora, su familia limita su acceso al dinero. «No llevo móvil y creo que ya hemos aprendido lo necesario para controlar la adicción, pero todos los días tengo un momento de ganas irrefrenables de apostar».
Guillermo, de 39 años de edad, casado y con hijos, pasó por un trance parecido al de Andrés. La adicción a las apuestas le llevó a pedir un préstamo de 30.000 euros. «Me gustaba la posibilidad de conseguir dinero fácil, la sensación de riesgo, pero todo se complicó». Aunque «no era consciente de que tenía un problema», acudió a Patim empujado por su familia y compañeros de trabajo «después de que descubrieran que había usado dinero de la empresa para apostar». Ahora alerta de que «pronto nos daremos cuenta de la magnitud del problema, dentro de cinco años esto va a ser una epidemia».
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