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J. A. Marrahí / B. Hernández / A. Santos
Viernes, 18 de febrero 2022
«Por culpa del encarecimiento de los combustibles soy prácticamente mileurista de tanto que se me va en desplazamientos». Es el testimonio de Pedro Argilés, profesor itinerante de Educación Física obligado a moverse cada semana por el interior de Valencia entre Chera, Los Isidros, ... Los Pedrones y Campo Arcis.
El docente realiza 277 kilómetros a la semana en su vehículo particular. «Antes me pagaba la conselleria unos 1.000 euros al mes. Ahora se ha reducido a la mitad. Me abonan sólo 191 por un sistema que considero injusto, pues cuentan sólo la ida a la aldea de mayor distancia».
A esta losa laboral se suma el constante aumento del precio de la luz (este viernes por encima de los 180 euros por megavatio hora) y el de los carburantes, que no deja de aumentar en toda España. La gasolina ha subido un 1,1%, batiendo de nuevo un récord por tercera semana consecutiva. El gasóleo se ha encarecido un 1,3%. Según el Boletín Petrolero de la Unión Europea (UE), la gasolina se vende esta semana a una media de 1,575 euros el litro. El gasóleo, a 1,462 euros, rompiendo un récord histórico.
Este panorama ahoga a Argilés. «O eres rico o la gasolina mata a los que usamos mucho el coche», reflexiona. «Pago alrededor de 200 euros al mes de mi bolsillo para carburante. Casado y padre de dos niños, «nos privamos de tiempo de vacaciones, entre otras cosas. Gracias a que somos muy humildes llegamos a final de mes. Con estos precios disparados, vivimos al día. Ahorrar para cualquier proyecto nuevo es imposible.
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Andrés Frígols, de 58 años, es vecino de Xeresa. Trabaja desde hace nueve años en el departamento de calidad de un almacén de naranjas. Incluyendo pagas extras y vacaciones cobra unos 1.400 euros al mes. Al vivir en una zona rural no dispone de transporte público y se ve obligado a usar el coche diariamente. «Esta subida del combustible me ha perjudicado bastante porque en los pueblos pequeños no existen otras opciones para moverse», lamenta.
Con el coste de la vida disparado, Frígols ya destina a los gastos de la luz y combustible casi un tercio de su sueldo mensual, unos 400 euros. «Normalmente compartía gastos con mi mujer, pero desde hace unos meses ella está de baja y su salario se ha visto reducido drásticamente. Con dos hijas que mantener, se priva de «comprar ropa, comer fuera, viajar, renovar el coche o ir a la peluquería». En definitiva, «he dejado de invertir en cosas personales».
Esta es su reflexión: «Desde mi posición lo único que puedo hacer es votar a quien reduzca los precios o a quien suba los salarios para que se equiparen al nivel de vida actual. Ahora mismo es casi una misión imposible llegar a final de mes».
Andrés frígols
Empleado agrícola
Son apuros similares a los de Mercedes López, 38 años y profesora a tiempo parcial en un centro de Formación Profesional de l'Horta. «Con un salario de poco más de 600 euros al mes me desangro con los desplazamientos», lamenta. Ella se ve obligada a usar el coche de manera constante y diaria, «tanto para ir a mi puesto de trabajo como para recoger a mis dos hijas del colegio y que coman en casa, pues no las dejamos en el colegio para ahorrar». En este panorama, «el gasto en el gasóleo, que está por las nubes, me está haciendo polvo, y cada vez que voy a la gasolinera tiemblo».
Su marido realiza 30 kilómetros diarios en los desplazamientos para ir a trabajar entre Paterna y un polígono industrial de Valencia. «Él todavía lo está notando más que yo», describe. «Guardería, colegio, médicos, la luz… No llegamos». Ante semejante encarecimiento de electricidad y carburante «nos apretamos el cinturón como podemos. Antes hacíamos algún viaje. Ahora, nada. Procuramos ahorrar en comidas y ya no vamos al cine. Caprichos, cero. Tal y como se ha puesto la vida, hace falta mucha imaginación y austeridad para no perder dinero a final de mes. Y muchas veces no es posible. La cuenta baja sin remedio».
José Vázquez tiene 40 años, es empleado en una empresa de comunicación y vive en Benetússer. Precisa del coche para ir a trabajar y también se revela «con la soga al cuello» ante la tendencia alcista de luz y carburantes. «El lunes llené el depósito por última vez. Fueron unos 60 litros de diésel que me costaron casi 90 euros», detalla.
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Emplea el coche para sus desplazamientos laborales, para llevar a sus hijos al colegio y a las extraescolares o para recoger a su mujer del trabajo. Son muchos movimientos al día, casi siempre entre Valencia y Benetússer. «Por regla general, lleno el depósito dos o tres veces al mes», añade, «y se nos van unos 250 euros sólo en gasolina. Es una barbaridad, un mordisco del 15% de mi sueldo».
Como la mayoría de familias medias, Vázquez está recortando «cenas, comidas con amigos o cualquier cosa relacionada con la socialización. Y no quiero imaginar cómo se están apañando familias que sufren apreturas económicas más severas».
Otro mileurista que estalla ante la escalada de precios es Jorge Arnaiz, que tiene 21 años y gana 1.200 euros al mes. «Como esto siga así, vamos a tener que volver al carruaje y a producir electricidad con una bicicleta a pedales». Trabaja como peón en la industria del metal, en una empresa de Requena, donde se ha criado.
Según describe, una quinta parte de su salario se va en combustible. «Con estos precios y salarios, no he podido independizarme. Son mis abuelos los que se hacen cargo de pagar la luz. Si antes de la subida del carburante ya llegaba a final de mes con la cuenta a cero imagina ahora».
marc benedito
Empleado de parking
Marc Benedito tiene 21 años y trabaja por 1.500 euros al mes en un parking. «No es un gran salario, pero es mejor que el de mi anterior trabajo, donde ganaba 500 euros», explica el joven valenciano. Normalmente se desplaza por la ciudad con su moto. «Es más rápido y me resulta más cómodo. He notado mucho el aumento del precio de la gasolina, gasto unos 120 euros al mes». La subida de la luz también ha alterado su día a día: «Sólo pongo la calefacción una o dos veces por semana, pues es demasiado cara». Marc paga unos 80 euros al mes por la luz y comparte el gasto con su compañero de piso. «Al no estudiar no puedo optar a ninguna beca del Estado. Los jóvenes que trabajamos necesitamos ayudas», clama el joven trabajador.
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