La guerra del pan

«Voy a tener que subir la barra de pan de setenta céntimos a ochenta, tanto en el mostrador como para los restaurantes», lamenta el gerente de un horno de barrio. Aún así, se resiste a subir el precio a sus clientes habituales. El hombre está dispuesto a arañar su propio bolsillo para premiar la lealtad de su clientela. «A lo largo de los meses de octubre, noviembre y diciembre ya experimentó una subida progresiva de ocho céntimos».

Esto fue consecuencia de la pandemia, la sequía, las malas cosechas y la escasez del trigo. «Ahora tenemos que subirlo aún más por el encarecimiento de las materias primas a causa de la guerra», dice el hornero.

El pan es el producto básico que nunca ha faltado en las mesas de todos los hogares. La hornera María Pilar Miralles advierte: «Su precio es muy psicológico y no podemos encarecerlo mucho». Para que no salte la voz de alarma entre las familias, que ya han tenido que ajustar su nivel de vida ante la brutal subida de bienes de primera necesidad como la luz o la gasolina, los horneros no repercuten en el precio final todos los gastos que tienen que asumir.

María Pilar recalca que en octubre ya tuvieron que subir el precio de la barra de pan en cinco céntimos al ver cómo la factura de la luz alcanzaba precios desorbitados.

Los proveedores de harina ya han avisado a horneros y panaderos: el precio no va a dejar de subir. Todavía no saben cuándo se producirá este nuevo incremento del precio ni en qué proporción. Los profesionales del sector no son ajenos a las graves repercusiones que tiene para ellos el conflicto entre Rusia y Ucrania, siendo este último uno de los principales exportadores de harina. Dado que las ventas al exterior se han paralizado, el aumento de los precios se ha convertido en una consecuencia inevitable. El conflicto se cuela en los barrios, amenaza a familias que tendrán que reducir las listas de la compra.

«Que la gente no piense que nos hacemos de oro», recalca el gerente del horno de barrio. De la integridad de lo que cuesta una barra , sólo destinan aproximadamente quince céntimos a los beneficios.

El pan es perecedero. En los locales únicamente ponen a disposición del cliente aquellos elaborados el mismo día de su venta. Después, la ternura se marchita y ya no pueden disponer del producto. El hombre evidencia la realidad que les asfixia: «Todo el pan que sobra se traduce en pérdidas para nosotros».

«En nuestro negocio paliamos las subidas en el precio de las materias primas recortando de nuestros propios beneficios», comenta el hornero. En su caso, no ha tenido en cuenta la subida en el precio del transporte y distribución a la hora de establecer sus parámetros.

En los setenta céntimos que cuesta su barra de pan también tiene en cuenta factores como el salario de sus empleados o el coste del alquiler del local.

Aún así, en otros hornos de la zona mantienen. «Sabemos que subirá el precio de nuestros productos como está ocurrido con todo pero no sabemos cuándo. Nos enteramos a la vez que el cliente». Mientras tanto, los consumidores que esperan su turno en las colas indignan y ríen con sarcasmo y resignación ante el encarecimiento de los productos básicos de su día a día.