El accidente del tren de Bejís se produjo por una concatenación de pequeños errores. Ninguno por sí mismo fue determinante para el fatal desenlace, que pudo ser todavía más trágico, pero la suma de todos ellos llevaron a una situación de máximo riesgo. El resultado es conocido: 14 personas heridas, tres de ellas de máxima gravedad ... por quemaduras.
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La Conselleria de Justicia, dirigida por Gabriela Bravo, no ha adoptado ninguna decisión -o al menos no la ha dado a conocer- desde que se produjo el gravísimo incidente. Tampoco ha ofrecido su versión a raíz de las informaciones que ha ido publicando LAS PROVINCIAS. El presidente Ximo Puig, por ejemplo, se limitó a parapetarse el jueves en los buenos datos económicos para no hablar ni del tren ni del caso Azud, que cuestiona la financiación del PSPV. El silencio no siempre es buena respuesta para los miembros del Ejecutivo.
La lectura del atestado de la Guardia Civil revela errores de previsión por parte del Puesto de Mando Avanzado y fallos en la comunicación dentro del organigrama. Hasta tal punto, que los investigadores relatan una situación que resultaría cómica si no fuera de extrema gravedad. Un ejemplo: los especialistas de la Guardia Civil han tomado declaración a varios responsables del Centro de Regulación de la Circulación (CRC), entidad dependiente de Adif. De sus pesquisas se deduce que la maquinista, de hecho, habló con el centro minutos antes de que el tren se viera rodeado por las llamas, conversaciones que se repiten a lo largo de la emergencia.
Desde el CRC, nada más conocieron la alerta de la propia conductora del tren, trasladaron el aviso al Centro de Protección y Seguridad (CPS) de Adif. A las 18.08 es el propio organismo el que comunica con el 112 para informarle de la emergencia. En ambos departamentos de Adif tienen un puesto con conexión directa con el 112, «pero los avisos del incendio no aparecen hasta después» de que la maquinista les contacte, señala el informe. Es más, en el CRC, según confirmaron, no tenían constancia de la existencia del incendio. Los investigadores preguntaron a los responsables de Adif por cualquier tipo de comunicación que pudieron recibir desde Emergencias. El técnico recordó que entró una llamada donde se les preguntaba «si era cierto» que había un tren detenido en medio del incendio.
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El responsable aportó el número desde el que recibió la llamada (96 342 80 00). Los agentes han confirmado que esa línea pertenece al 112 de la Generalitat. Es decir, que se dio una situación donde los papeles desgraciadamente se invirtieron en la prevención de una situación de esta naturaleza. El mundo al revés no es sólo el nombre de una tienda. Pero hasta llegar a ese momento, al borde ya del esperpento, se produjeron más errores por parte del Puesto de Mando Avanzado y también de Emergencias, siempre según el criterio de la investigación de la Guardia Civil.
Otro ejemplo: el hecho de que no se previera que la infraestructura podría verse afectada por el fuego. Las vías no se incluyeron en ninguna de las tres áreas de especial de protección que se acordaron en la mañana del 16 de agosto –el frente estaba a más de cinco kilómetros– y tampoco se modificó ese protocolo de seguridad a medida que avanzaba el fuego.
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Los instructores incluyen otra circunstancia adversa: el traslado del PMA desde Bejís a Teresa y cómo eso pudo afectar a la gestión de la emergencia. «Indudablemente, durante el tiempo empleado en el desmontaje y traslado no pudo funcionar al cien por cien de sus posibilidades». Lo anterior se produjo entre las cuatro y las cinco de la tarde de aquella fatídica jornada. Posteriormente se registraron otras incidencias dignas de ser reseñadas por los agentes a la juez que investiga el caso.
¿Más ejemplos de mala praxis? El hecho de que Emergencias ignorara una llamada clave para los investigadores. Esa comunicación se produjo pasadas las 16.30 de la tarde, casi 90 minutos antes de que el tren llegue al punto conflictivo. Se trata del aviso de un conductor que circula por la A-23 y que advierte de la proximidad de las llamas a la carretera, aproximadamente a un kilómetro. El contenido del mensaje –los agentes han accedido a todas las comunicaciones del 112– no fue recogido en el archivo que se abre cada vez que se recibe una alerta ni tampoco en el listado de incidencias del seguimiento del incendio. «La información no trascendió adecuadamente y eso produjo un sesgo a la hora de valorar la necesidad de una medida de protección», se indica en el informe.
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De igual modo, una llamada posterior del alcalde de Barracas donde también se alertaba de la proximidad de las llamas sí fue registrada en el sistema, pero descartada como factor para cambiar la estrategia que se mantenía hasta ese momento. Y ya, como colmo de los errores, aparecen unas fotografías que tomó una técnica de Vaersa, donde las llamas aparecían a aproximadamente un kilómetro de la vía. Estas imágenes se enviaron a un grupo de Telegram del Centro de Prevención de Incendios, pero desgraciadamente no al grupo donde se estaba gestionando esta incidencia.
De momento, la causa no cuenta con imputados. El titular del Juzgado de Primera Instancia e Instrucción número 1 de Segorbe debe ahora decidir si del contenido del atestado se desprenden supuestas responsabilidades penales por parte de los intervinientes y si, por tanto, corresponde su citación como imputados. En el caso contrario, podría decretar el archivo de la causa.
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La otra vertiente de este suceso, siempre consecuencia de todo lo reproducido anteriormente, es qué sucedió en el convoy donde viajaban casi medio centenar de pasajeros. Y aquí se pueden anticipar dos versiones totalmente contradictorias. Por un lado, la versión de la maquinista, quien asegura que cumplió con el protocolo. De hecho, pudo finalmente regresar con el tren pese a algunos problemas tanto con los ocupantes como con la mecánica del vehículo. Pero de sus conversaciones con el puesto de control, la Guardia Civil recoge que hay momentos que se encuentra «desbordada» por la emergencia y por no poder reanudar la marcha, al parecer, debido a que alguna alarma se había activado.
Son minutos de enorme tensión. Además, en un momento dado, quizá producto de los nervios, instó al pasaje a que saliera del coche. «Se han empezado» (los pasajeros) «a poner nerviosos, a romper cristales y yo les he dicho, mirad tirad lejos porque no podía poner el tren en marcha», relató a sus superiores.
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Sin embargo, en su propia versión los viajeros muestran una imagen algo diferente, con una maquinista sobrepasada y con dudas sobre cómo actuar en un escenario complejo. El testimonio más impactante –no sabemos si el más acorde con la realidad– es el de una agente de la Policía Nacional que viajaba en el convoy. Según su relato, la maquinista «empezó a correr por el tren y gritaba: 'No sé qué hacer'», dijo. Y Paula, otra pasajera, declaró que era «muy evidente que el tren iba directo al epicentro del incendio». «La conductora no detuvo el vehículo hasta que llegamos a un punto sin visibilidad por el humo y las llamas», añadió. También lamentó la falta de información: «No nos avisaron del protocolo de seguridad. Tampoco nos dijeron que después de accionar el freno el tren tarda unos segundos en volver a arrancar».
Andrés fue otro de los nombres propios de la pesadilla. Miembro del pasaje, también afirmó en el atestado que fue la conductora quien abrió la puerta. «¡Salta, salta!», sostiene que le dijo. Y él dejó de lado sus pertenencias y escapó del convoy. Una tesis, la de que la mujer de Renfe abrió la puerta, que mantienen otros pasajeros. La maquinista, en cambio, aseguró que fueron los viajeros quienes forzaron las salidas.
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Manuela y su marido fueron otros de los afectados por el siniestro forestal a bordo del tren. En pleno caos reunieron sus fuerzas para evitar que las cenizas incendiaran la tapicería de los asientos. «Cogimos agua del baño y mojamos los asientos. Queríamos evitar que las chispas prendieran los asientos», señalan en el informe Mientras, en el exterior, un grupo de pasajeros huía en el mayor espanto que puede experimentar un ser humano, temeroso por la proximidad de la muerte entre un asfixiante calor: «Nunca había sentido tantísimo miedo. Me oriné encima mientras corría».
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