![Los invisibles](https://s3.ppllstatics.com/lasprovincias/www/multimedia/202011/23/media/cortadas/155515724--1968x1344.jpg)
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La humedad de la noche trepa por las piedras labradas del puente. Las campanas de la antigua iglesia templaria dan las diez mientras Tomás extiende su hogar minimalista sobre el suelo de cemento. Lleva dieciocho años viviendo en la calle, desde que rompió su relación con la mujer española a la que conoció en su Cuba natal. Tiene pocas cosas, dice que ahora se roban mucho unos a otros, y prefiere estar solo. Ha visto como la muerte se iba llevando poco a poco a todos los que fueron sus compañeros y amigos. Es un hombre fuerte y musculoso, amable y hablador, que echa de menos algunos pequeños caprichos previos a la pandemia. «Antes podía ir a la Fnac y sentarme a leer y a las pistas de atletismo a darme una ducha». Le da lo mismo el género aunque tiene preferencia por las biografías, Fidel, Lady Di o John Lennon. Es uno de tantos seres humanos con los que convivimos y a los que no vemos. Tomás se saca unos euros «parqueando» coches y cada día practica deporte durante tres horas. Inma y Quique, que duermen a unos metros de distancia protegidos por un inestable biombo de cartones, van tirando con lo que les dan por hacer malabares en un semáforo y María, otra habitante de la calle, pide por las aceras del centro de la ciudad, Colón o San Vicente, acompañada por sus gatos. Forman junto a otros un peculiar tejido humano de dimensiones variables que habita en los márgenes de la sociedad, ajenos incluso a los canales oficiales de ayuda, gente sin hogar fijo más allá de un cobertizo, un rincón solitario o, como mucho, una tienda de campaña regalada.
Existen también otras personas que recorren las calles por la noche. Reparten alimentos, ropa, calzado o lo que haga falta. Con el tiempo se establecen vínculos afectivos, a menudo se atienden peticiones personalizadas de artículos de primera necesidad . Acompaño a Miqui, Hernán y Ricardo. Forman parte de un grupo de voluntarios de número variable que dos días a la semana ayuda a aquellos que no tienen un techo. Se refieren a ellos como «los invisibles». A través de las redes sociales intercambian información sobre nuevas ubicaciones a las que acudir, organizan la logística y las rutas. Aquí no puedes ser periodista o fotógrafo porque todas las manos son pocas, solo uno más que lleva bolsas o cajas. Carga, descarga, charla, consuela, pregunta y trata de mirar a los ojos a aquellos en los que normalmente nadie se fija. Después de calentar la comida, raciones de costilla con salsa barbacoa y lasagna, cargamos el coche, mal aparcado en el centro de la ciudad para cabreo de unos cuantos conductores cuyos insultos resultan irónicos en este contexto. Mis compañeros conocen el camino y los lugares donde buscar. Los tres se mueven con rapidez en la noche, saben las historias ocultas y los rincones. También cómo tratar a cada uno, incluso a quienes tratan de aprovecharse de su ayuda; en la calle, como en el mundo real, habitan seres de todo tipo. Buscamos por un solar cercano a la plaza del Pilar a un chaval que no aparece, dejamos alimentos sobre los cartones de un rincón al que acude a dormir; después, en uno de esos ángulos muertos de piedra que abundan en los edificios públicos, el del Museo de la Almoina en este caso, localizamos a un hombre que intenta instalar allí una especie de tienda de campaña con un plástico y unas varillas. Lleva, como muchos, sus pertenencias en un carro de supermercado y tiene un pequeño gato rubio que anda jugando con todo lo que encuentra.
En la radio están narrando algún partido de fútbol pero no le prestamos mucha atención. Es como un murmullo lejano sobre el que discurre la vida. Buscamos bajo un puente y después de andar un buen rato en dirección contraria cargados con bolsas y neveras portátiles caemos en la cuenta de que las personas a las que buscamos están en otro. La gente que vive en la calle no tiene paradero ni horarios fijos. Encontramos a un hombre bajo una especie de cabaña, duerme pero enseguida vuelve a la vida. Va descalzo y se lamenta de los robos que sufre. Se prueba unos zapatos que le quedan bien y un chaquetón con el que combatir el frío. Inma charla animada, ha podido volver a ver a su hijo después de mucho tiempo y ha dejado atrás sus adicciones. Quique se queda con mi camiseta de Black Sabbath. María nos comenta un libro que está leyendo sobre la princesa de Éboli y en la zona del Botánico agotamos las existencias de víveres. Esta noche la estrella es Grace, una perra que está a punto de traer a sus cachorros el mundo. Nos despedimos después, quedamos para otro día. No puedo olvidar una frase que me dijo Tomás: «Si duermes en la calle tienes que ser humilde, porque lo que haces de día lo pagas de noche».
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