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José Manuel Cortizas Valladares falleció en el hospital Cruces de Bilbao el 27 de febrero de 2021, a los 58 años, como consecuencia de las ... complicaciones derivadas de su infección por coronavirus. Corti, además de ser uno de los mejores periodistas deportivos que ha tenido tanto El Correo como Vocento, era uno de mis mejores amigos. Fuera de mi familia, una de las pocas personas que conocía todos los detalles que rodearon a mi contagio un año antes y a la dedicación que pusieron, y siguen poniendo, los neumólogos que me tratan de la enfermedad respiratoria crónica que padezco y que quedó agravada como secuela tras el paso del virus por mi cuerpo. Han pasado cinco años y en la memoria de Corti me he decidido a contar este relato, como homenaje a todas las víctimas anónimas del Covid-19 en España que fallecieron sin saber que tenían el virus en la sangre, y recordando a todos los infectados que superaron la enfermedad, y que nunca supieron que la pasaron, en enero y febrero de 2020.
Hay un refrán que dice «ojos que no ven, corazón que no siente» que se aplica a la perfección a lo ocurrido en España antes del 1 de marzo de 2020, la fecha en la que comenzamos a tomar conciencia de la pandemia. Lo que no había hasta entonces eran pruebas PCR, ni protocolos, que pudieran certificar que muchos casos de gripes o neumonías de ese invierno ya eran por coronavirus. Nadie es culpable de que eso no se supiera, eso queda muy claro, pero ahora que ha pasado el tiempo tenemos una obligación moral de recordar a todos los infectados que nunca lo supieron. Por ellos y por los sanitarios que se jugaron, literalmente, la vida.
El 28 de febrero de 2020 me diagnosticaron Covid-19 al dar positivo la prueba PCR que me practicaron el día anterior. En un momento con pocos casos oficiales, todos teníamos entonces nombres y apellidos. El mío fue el noveno positivo oficial en la Comunitat. Mi padre, Juan Villena Moreno, y mi madre, Dolores Bermejo Aranguren, fueron los siguientes. Los tres fuimos los primeros ingresados en el Hospital Arnau de Vilanova desde que se declaró la alarma sanitaria. Mis padres en la habitación 307 y yo en la 308. Volviendo al argumento de la realidad conocida, fue un golpe muy duro el pensar en aquel momento que casi un tercio de los casos activos en territorio valenciano de una enfermedad entonces desconocida estaban en mi familia. Ni a mi peor enemigo le deseo pasar por aquellos días. Hace ya mucho tiempo que lo tengo claro, haberlo sabido en ese momento puede ser que me hubiera tranquilizado algo más puesto que la sensación de tener algo dentro que tenía muy poca gente fue aterradora cuando se agravaron los síntomas, pero yo no fuí el noveno infectado de Covid-19 en la Comunitat.
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Cuando superé la fase complicada de mi infección que me provocó una neumonía doble, junto a mi padre que era el otro caso con riesgo, compartí muchas charlas, aún ingresado, con médicos y enfermeras. Lo pongo en femenino porque en mi caso fueron Cristina, Beatriz y Clara las que me atendieron con una empatía que jamás podré devolver. Fueron psicólogas a tiempo parcial. Ahí conocí la historia de Fernando, que falleció en el Arnau de Vilanoba, en la misma planta donde yo estaba ingresado, el 13 de febrero al no superar una infección respiratoria tras un viaje al Nepal. La única prueba que no le hicieron durante su ingreso, vuelvo a la reflexión de la realidad que existe pero que no se sabe, fue la del coronavirus porque no existía el protocolo en ese momento. Tras los permisos necesarios, de forma retroactiva fue considerado como el primer fallecido por Covid-19 en Valencia. Sólo ese dato, confirmado, ya desmonta toda la teoría del orden de los infectados que se hizo después.
Desde aquel momento tuve claro que lo de numerar los pacientes no tenía sentido. Es más, nunca tuvo sentido ponerse a pensar en ello. El caso de Fernando amplió la visión de los neumólogos para analizar el repunte de casos de gripe y neumonía en enero y febrero de 2020. Volvieron las preguntas para analizar mi caso. La teoría oficial fue que me contagié el jueves 20 de febrero puesto que ese fue el único día que tuve contacto con la persona que, en lógica, me infectó también con la utilización de los equipos de radio compartidos. A partir de ahí, nada cuadra. Menos de 24 horas después, ya tenía fiebre alta. El viernes 21 se jugó en la Fonteta un partido de Euroliga del Valencia Basket contra el Maccabi. Al llegar a casa, tenía casi 39 de fiebre. Pasé el fin de semana, 22 y 23 de febrero, como pude con paracetamol y el lunes 24 fui a urgencias de mi centro de salud porque me encontraba fatal. Allí, mi médica de cabecera me diagnosticó gripe. Ni ella ni yo tuvimos intuición, como reconocimos meses después, cuando le dije «pues que mala suerte que es la primera vez que pillo la gripe desde que me vacuno». Por convivir con personas de riesgo y, después, por mi enfermedad respiratoria me vacuno desde 1998 cada año de la gripe. A día de hoy, febrero de 2025, son 27 años sin coger la gripe. Porque lo de 2020 no fue una gripe.
La certeza que tienen mis médicos es que si ese día, el lunes 24 de febrero, me hubieran realizado una PCR hubiera dado positivo, además con una carga viral alta, porque tras estudiar mi caso y explicarles al detalle mi día a día de aquel mes consideran que mi contagio es muy posible que se diera entre el 13 y el 16 de febrero en la Copa del Rey de baloncesto de Málaga. La sede de los equipos estaba en Torremolinos y recuerdo hacer la broma de que era el único español en mi pequeño hotel, que estaba lleno de turistas italianos y alemanes. Volvamos a recordar, en una época sin mascarillas y sin conciencia de que pasara nada aquí. La lógica es que volviera de Málaga, el 17 de febrero, ya contagiado a Valencia. A los dos días de regresar de Málaga comencé a tener síntomas de un 'trancazo' como los de toda la vida. Sin saberlo, la lógica médica es que ya estaba incubando el puñetero Covid-19.
El contagio de mis padres, siguiendo la fecha oficial de mi positivo, tampoco se sostiene. Si yo me contagié el 20 o 21 de febrero es imposible que desarrollara fiebre alta a las pocas horas y tuviera tiempo de contagiarles a ellos, y que a su vez ellos desarrollaran la enfermedad, para darles tiempo a contagiar al Don Vicente, el cura de su barrio en Burjassot, el domingo 23. Ese es el día que les visitó en su casa. Al dar Juan y Lola positivo en la PCR unos días después, activaron el protocolo con Don Vicente como contacto próximo y también dio positivo. La lógica médica es que tanto mis padres como yo, que les contagié, ya estábamos infectados antes del jueves 20 de febrero. Al final, lo importante fue poder superar la enfermedad y no el número de caso que fuimos cada uno, o la repercusión mediática que tuvimos los primeros infectados oficiales. Por respecto a Fernando y a todas las personas anónimas que pasaron la enfermedad, sin saberlo, antes que nosotros.
Me gustaría aprovechar para hacer, como periodista, una última reflexión. El peor recuerdo mental que tengo de una pesadilla que duró para mí casi dos meses, puesto que no di negativo hasta la primera semana de abril y mi contagio lógico fue a mediados de febrero, fue tener que soportar la catarata de mensajes de números que no conocía. La mayoría del departamento de producción de programas de televisión de toda España, sí de esos que estás imaginando, preguntándome en muchos casos de una forma que me dolió. Tengo grabados en la cabeza mensajes que directamente apelaban a mis padres, muy mayores, a los que yo había contagiado de una enfermedad que ya se había demostrado que podía ser mortal. Apelando al sentimiento de culpa. Repito, ni a mi peor enemigo le deseo sentir todo aquello. Es por ello que decidí explicar mi caso sólo en las entrevistas de medios que trataron con el respeto que se merecía la situación porque, además, sólo las realicé para poder reivindicar todo lo que me decían los sanitarios que necesitaban (mascarillas, epis, respiradores, camas habilitadas...). Saco una sonrisa para recordar, cuando tenía que hacer una entrevista, que me pasaba el día de antes preguntando a todos los que entraban en mi habitación, desde la extracción de sangre amaneciendo, qué es lo que necesitaban para poder reclamarlo en directo. Es justo, por tanto, que también recuerde la empatía que tuvieron Carles Francino, en La Ventana de la SER, los compañeros de RNE con los que entré en varios programas, La Sexta Noche con la que hice una conexión mi primer sábado ingresado o el programa Buenismo Bien, con Quique Peinado y Manuel Burque. Si algo aprendí de todo aquello es que la empatía es una de las armas más poderosas de este mundo. No creo que de la pandemia saliéramos mejores, como se decía, pero yo aprendí muchísimo sobre la vida y el control mental de las emociones. Los que me conocen bien saben lo complicado que fue para mí estar dos meses aislado, entre el hospital y mi casa, sin parar de dar vueltas a la cabeza. Corti, espero que lo haya explicado todo bien. Saludos cordiales al cielo.
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