R. González
Gata de Gorgos
Viernes, 21 de junio 2024, 00:34
El sacerdote teuladino Vicente Berenguer, que en un par de semanas cumplirá 87 años, ha recibido varios premios a lo largo de su vida a raíz de su labor como misionero en Mozambique, donde puso todo su empeño en que los niños y jóvenes disfrutaran ... de un derecho que consideraba «importantísimo», la educación. El último de ellos le pilló tan por sorpresa que incluso llegó a pensar que le estaban tomando el pelo. «Me llamaron de la Casa Real, pensé que era broma y colgué», comenta con una sonrisa. En ese momento, le costaba dar crédito a las palabras que le comunicaban que Felipe VI le había concedido la medalla al Mérito Civil.
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Sentado en el sofá de la salita de la casa de su hermana Paquitina, en Gata de Gorgos, el sacerdote relata con una sonrisa la anecdótica escena vivida cuando recibió la llamada. Al escuchar que se ponían en contacto con él desde la Casa Real, no dio crédito a lo que le contaban, pero le siguió la corriente para descubrir la identidad del bromista.
Intercambió varias frases con su interlocutor al otro lado del teléfono, expresando que le parecía muy bien el premio y que fuese en Madrid. Al ver que no conseguía averiguar quién le gastaba la broma, acabó por cortar la conversación. «Le dije que tenía trabajo, que no podía perder el tiempo y colgué», explica.
Al día siguiente, alguien a quien sí conocía le comentó que todo era real. Dos días después, volvió a recibir la llamada de la Casa Real y, tras pedirse perdón mutuamente, Vicente Berenguer comunicó que no podría acudir al acto por su estado de salud, pero que iría alguien de la familia en su nombre. Al final, el miércoles acudió Sonsoles, la mujer de su sobrino, a recoger de manos del Rey la encomienda del Mérito Civil concedida al misionero por promover la escolarización de más de 60.000 niños en Mozambique.
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Vicente Berenguer Llopis nació en Teulada el 5 de julio de 1937. De su familia destaca que a su padre le gustaba la música y era un gran organista. De él ha heredado ese amor y toca el saxo. «Mi madre era más de la agricultura, de la tierra». Reconoce que de pequeño era «travieso», como cualquier chico de su edad. Vivió la posguerra y conoció el racionamiento, «con aquel queso amarillo que se deshacía en las manos y donde el pan, el aceita y la sal eran un lujo».
Estudió Bachillerato en Alicante. Después entró en el seminario e hizo filosofía. Luego se marchó a Burgos a estudiar Teología, cuando le faltaba poco para acabar, dejó el seminario. Escribió un par de cartas, una de ellas al padre Silva, de la Ciudad de los Muchachos, que le contestó y hacia ese centro se marchó para trabajar con él un año. Allí volvió a reconectar con su vocación y regresó a la capital burgalesa para concluir sus estudios.
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Después se ordenó sacerdote y pidió ir a Mozambique. Por aquel entonces contaba con 30 años y comenzaba una aventura educativa en el país africano que duró medio siglo. Empezó oficiando misas y haciéndose cargo de la catequesis.
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Poco a poco aprendió la cultura de la zona y «descubrí que la enseñanza era importantísima, esencial», recalca. Se dedicó entonces a impulsar la construcción de colegios e institutos para que los niños y jóvenes se formaran y se les abrieran más posibilidades en el mercado laboral. Entre esos centros que levantó Berenguer destaca el Eduardo Mondlane, para más de 4.000 alumnos; el Nelson Mandela, para más de 2.000 escolares, y el Cuatro de Octubre, para una cifra similar.
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«Fuera de las parroquias también he construido muchas escuelas, llegaba donde el Estado no podía». También se encargó de hacer pozos y casas. Todo ello con el dinero de numerosas personas y ayuntamientos que han querido cooperar y realizar aportaciones para que sus proyectos se hicieran realidad.
Mientras vivía allí, la colonia portuguesa se independizó, en 1975, y se convirtió en la República Popular de Mozambique. Le hicieron director de la Escuela Industrial y Comercial, trabajó para el Ministerio de Educación, donde «era el responsable de producción escolar, pues lo alumnos debían producir para tener una alimentación adecuada», recuerda el misionero. Incluso llegó a viajar a Cuba con una delegación del país africano y en 1990 recibió el Premio al Trabajo de ese ministerio.
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Y mientras todo eso sucedía y regresaba a España cada cierto tiempo, empezaron a concederle reconocimientos también en su propio país. En el año 2000 Teulada le declaró Hijo Predilecto. Poco después se convirtió en el ganador de los premios 9 d'Octubre Vila de Xàbia en el ámbito de la solidaridad.
Después llegó el de la Fundación por la Justicia, en 2008, por su defensa de los derechos humanos. Cuatro años después, la Generalitat le otorgó un premio 9 d'Octubre, que recogió de manos del entonces presidente, Alberto Fabra. El Ayuntamiento de Valencia le hizo Hijo Adoptivo de la ciudad en 2017, año en el que puso fin a su acción misionera en tierras africanas.
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De regreso a la Comunitat, se fue a vivir unos meses en Moraira y después a Gata de Gorgos, con su hermana. También este municipio mostró su cariño hacia el sacerdote y en 2020 se convirtió en Hijo Adoptivo. Y hace unos meses, en mayo, su Teulada natal le concedió el Premio Vida en la categoría de educación. Además, una asociación a creado unos galardones a la educación que llevan su nombre y que este año alcanzarán su segunda edición.
Ahora su vida ha cambiado y su salud se ha comenzado a resentir. Se levanta temprano por las mañanas y saca a pasear a Tonet, el perro de su hermana pequeña, Paquitina. La mayor, de 93 años, se llama Vicenta. Le gusta la vida en Gata de Gorgos su calidez en el trato, «más familiar». Por las mañanas va a tomar un café con sus amigos del TAPIS, un taller prelaboral de inserción social. «Eso me da la vida», reconoce Vicente Berenguer. También va a la iglesia y sigue concelebrando misas. Además, visita a las familias.
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Esta nueva vida no significa que haya olvidado su etapa en Mozambique. «A diario recibo llamadas o mensajes de allí, sigo en contacto con ellos y continúo colaborando en la medida de mis posibilidades», comenta. Y es que el país africano y sus gentes han dejado han dejado tanta huella en él como el misionero en tierras mozambiqueñas.
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